Archive for the 'DIAS BICENTENARIOS' Category

01
Ene
11

Se acabó el año de los Centenarios…

Y salimos con vida… o al menos eso parece. Accidentado, pero lleno de cosas buenas, nuevas, de gente querible en el aquí y en el ahora. Muchas cosas buenas, y más cosas buenas y mejores por hacer, por emprender, para todos los que visiten este Reino, para todos los que lo han visitado, gracias y pasen, acomódense. ¡Cuántas historias buenas podemos seguir contando! Cuántas dosis de risa podemos seguir aplicando al absurdo cotidiano que acecha a la vuelta de la esquina, cuántas muestras de la deliciosa condición humana podemos seguir consignando….

Se va el año de los Centenarios, no volveremos a ver fotos del perro Bicentenario, a menos que demos con el ritual preciso para invocarlo. Aún leeremos en el movido año que será 2011, secuelas e historias, que van desde lo inocente hasta lo torcido y macabro… pero aquí estamos, aquí estaremos. Para contar historias con minúsculas para engrosar la Historia con mayúsculas; para recordar y demostrar cada mañana que las ideas también son acción y para comprobar que Dios, o la providencia o el destino ciega a los que quiere perder. Y a los que cada día buscamos la manera de ganar la jornada, que el destino o la providencia nos acompañe.

Feliz año, acá seguimos.

29
Dic
10

La persistencia de la memoria: el retrato de doña Josefa

Estas son las cosas que nos susurran, perversamente y al oído, que este asunto de las conmemoraciones exigía la hechura de un Manual de Conmemoración Básica Tomo 1, para que luego no saliéramos con cosas como esta:  Héte aquí que he logrado completar una colección de moneditas de cinco pesos, conmemorativas del Bicentenario y el Centenario. Un golpe de suerte puso en mis manos, de un jalón, la moneda de don José María Pino Suárez y de doña Josefa Ortiz de Domínguez (que los dioses de los centenarios bendigan a las chavas del Starbucks de Guanajuato). Despues de dar tres saltos de conejo de puro contenta, me puse a examinar las monedillas en cuestión, y, aunque ya sabía que no son un dechado de proporción y corrección iconográfica (Álvaro Obregón es muy poco reconocible, el sombrero de Zapata es desproporcionadamente grande, etc, etc. etc,) y aún cuando sé que raramente volveremos a ver un retrato de Pino Suárez tan bueno como el gran retrato que su familia donó al renovado Museo Nacional de la Revolución, la moneda hace que me ponga a pensar si, por morbo, valdrá la pena preguntar al Banco de México quién fue su genio creador.

Porque la monedita de la Corregidora, oh, amigos míos, de repente me arroja la certeza de que muchos esfuerzos se han ido al caño, con cosas como estas: o mucho me equivoco, o, en un acto de haraganería mental y material, en Casa de Moneda no se dignaron crear un nuevo troquel para esta moneda: Josefa Ortiz de Domínguez sigue siendo la señora más que sesentona que conocí en mi cada vez más lejana infancia, en las monedas de cinco centavos. Ha valido gorro que digamos en todos sitios y todos lugares que, en los días de la agitada rebelión desatada por Hidalgo, doña Josefa rondaba los cuarenta años y, cuentan era de no malos bigotes, además de su fama de «seductora», aplicada la palabra en el sentido antiguo, es decir, propagandista de la causa insurgente.

Pues no. Ni  siquiera porque se ha llamado la atención sobre esa bonita figura de Corregidora joven, con su coqueto vestido imperio, allá en una céntrica plaza queretana, esa bonita Corregidora joven erigida hace un siglo (o sea, allá sí hicieron su tarea en su momento), más cercana a cómo pudo haber lucido , con todo y sus catorce hijos, doña Josefa. La vimos rejuvenecida en las imágenes de Benjamín Orozco, hechas para la Coordinación Ejecutiva etc., etc., etc., federal de las conmemoraciones de 2010. Cierto es que ese hermoso retrato perdió mucho cuando mi querido amigo Benjamín emplastó el óleo del cabello de la joven señora, pero a estas alturas, ya qué se puede hacer. En «Héroes Verdaderos» insistimos en que se dibujara y animara a una Corregidora joven de voz aterciopelada -que por cierto, pertenece en el reino de todos los días a doña Jacqueline Andere-. O sea, todo eso le valió un cacahuate a la Casa de Moneda, como tantas otras cosas: Xavier Mina, en su moneda, sigue siendo «Francisco Xavier Mina», y aunque rescataron personajes importantes, chihuahua, otra vez, tenemos a esa Corregidora entrada en la vejez, como la viejita sentada en su sillón, con su chal en las piernas y otro sobre los hombros, allá en la plaza de Santo Domingo. Que seguramente es la imagen que los chilangos de hace 190 años tenían de la buena señora. Finalmente, todos llegaremos un día a esas situaciones, pero, en materia de conmemoraciones Básicas [Tomo 1], digo yo, ¿por qué nadie quiso rescatar a esa mujer aún joven que conspiraba, cuentan los testigos, con todo su empeño? Pura flojera mental, caray, ganas de no espantar a las musarañas que aún anidan en el cerebelo de unos cuantos. Pero no hay que olvidar a esa mujer que todavía porta una antorcha en una coqueta placita de la ciudad de Querétaro. Vital y enérgica, como es más sano y emocionante y espléndido recordarla.

28
Dic
10

Los últimos tragos musicales del año de los centenarios (y aún hay más)

Espero que dentro de muy poco, los historiadores, los periodistas y algunos seres pensantes que anden por aquí dejemos el recuento de anécdotas, y comencemos a mirar con otros ojos las puntadas, dichos, osos, desastres y pachangas del año de los centenarios. Los que hayan de ocuparse de las auditorías y pedir las explicaciones pertinentes a por qué ciertos aspectos de las actividades conmemorativas, en particular las vinculadas a la idea de «lo oficial» y/o lo «gubermanental», aún tienen un fuerte olor a inmenso desmadre pintado de verde, blanco y rojo, tendrán que hacer acopio de papelitos, testimonios y explicaciones que vayan ustedes a saber qué tan sólidas resulten, pero para eso, amigos míos, sólo nos queda arrimarnos una silla, acomodarnos para ver el numerito y poner en el microondas las palomitas (de sabor limón, plis), porque el espectáculo va a ser fenómenal. Seguro que vamos a leer declaraciones dignas de aparecer en la revista Frenia.

Entonces, con esas maravillas que hoy permite hacer la multidisciplina o la pluridisciplina -asunto que a veces se me hace que los historiadores acaban de descubrir- podrán desarrollarse interesantes análisis acerca de los discursos conmemorativos que labramos durante este año; qué quisimos decir, qué logramos, en qué nos tropezamos y en qué hicimos el ridículo. No faltará el bloguero o su versión correspondiente del siglo XXII que, al leer nuestras andanzas y pleitos opine, con palabras nacidas del corazón: «Bueno, ¿¿qué se metían estos??»

Esa es la segunda parte del «ejercicio de reflexión» por el que muchos se la pasaron chillando y pataleando buena parte del año, y que seguramente va a arrojar algunos resultados llamativos, por decir lo menos. Por lo pronto, aún con las manos llenas de barra tricolor y con camiseta bicentenaria, pareciera que aún no se nos pasa la impresión (o el susto). Pero el embate del «México Real» (que no les cuenten: esa expresión la inventó don Pepe Fonseca; no fue ni Pepe Cárdenas ni el querido Joaquín López Dóriga, mucho menos Ciro Gómez Leyva;) es fuerte y apabullante. Una rápida ojeada a los periódicos y a los noticieros del día muestran que la realidad es perra y que la huella de las celebraciones-conmemoraciones-festejos-pachangas del Bicentenario y el Centenario empieza a desdibujarse demasiado pronto, abrumada por los secuestros de migrantes, por los asesinatos impunes de mujeres que lo único que deseaban era justicia para una adolescente muerta, por las calles incendiadas en San Martín Texmelucan. Bastantes cosas importantes de verdad, como para que resulte explicable por qué se nos pasó inadvertido el destino final del canijo perro que se estaba descongelando en Guadalajara dizque como conmemoración del Centenario de la Revolución y en qué acabó la reunión entre la escuincla gigante y su tío el gigante que dizque enterró Hidalgo (juar, juar), antes de pelarse de Guadalajara, entre el humo y el desastre de Puente de Calderón. El numerito, nos dicen, fue admirado por tres millones de cristianos, entre los cuales NO nos contamos (ni nos contaron) los chilangos, los michoacanos, los veracruzanos y, en general, nadie que no estuviera en Guadalajara. Padrísima estrategia para algo que quería ser un festejo nacional. La neta es que nos tenían con un pendiente…

La semana pasada se acabaron en la ciudad de México las presuntas actividades conmemorativas de 2010, con el asunto de la megapantallota que, OTRA VEZ, intentaba narrar la historia nacional en formato multimedia, allá en la ex Refinería que, a lo mejor un día, toda la gente conocerá como Parque Bicentenario. Como ya lo vi una vez, no me ocupé demasiado del tema, y menos para ver a cierto cantante de ranchero que, posiblemente a causa de su amistad con el señor que trabaja de presidente en este país, acaba el numerito en la megapantalla cantando (otra vez, carajo, no se saben una canción diferente) «México Lindo y Querido».

Pero, poco a poco, recuperamos los rastros de la travesía. Folletos, imágenes, videos, curiosidades, chácharas en el sentido más simple del término; desde las moneditas hasta la vajilla Bicentenario, desde la pluma cara hasta el tequila, del vino con historia -de Dolores o de Coahuila- Música de ayer y de hoy; la que sobrevive, la que dentro de tres meses será carne de rebaja, la desechable, la perfectamente olvidable (shalalalalaaaaaa). Por lo pronto, documentamos nuestra vena arquelógica (del saber) con las docenas de chácharas que con la etiqueta bicentenaria y/o centenaria aún circula por estas calles de Dios.

Esta vez me  he encontrado con una curiosidad discográfica que tiene por nombre Bicentenario. Voces celebrando a México, que se debe a la persistencia del compositor Rubén Zepeda, que, según me entero, sacó este disquito a fines de noviembre de este año, donde participan muchas estrellitas del pop mexicano cuyos estilos y tesituras embonan con los modos mercadotécnicos de la industria musical del momento. Y digo que es un asunto de persistencia porque eso es lo que tuvo el señor Zepeda para sacar su disco, con el sello Fonovisa, después de que la Coordinación Ejecutiva de las Conmemoraciones de 2010 (el carguito es más largo, pero me da flojera escribirlo todo… para lo que resultó…) del gobierno federal le dio cuerda al pobre hombre durante semanas y meses para luego mandarlo derechito a la goma y dejarlo como novia de pueblo… y eso no es ningún secreto de Estado ni un gesto de alta traición. De esto se enteró todo Dios y perro y gato que tuvieron ocasión. Para paliar un poco el ninguneo, ha de agregarse  que Zepeda no fue el único; el mismo modito recibió hasta el mismísimo director del Conservatorio Nacional, de manera que de esto se desprende una máxima importante: la patanería es completamente equitativa e iguala a los hombres que la sufren.

Lo cierto es que, a lo largo del año he conseguido algunos discos que deben su existencia a las conmemoraciones de este año: desde la reedición de las canciones de la independencia hecho por la UNAM (donde los muy fodongos metieron en un solo track TODO el disco editado hace 25 años), hasta el BiMéxico donde Kinky se anota una sorprendente versión de «Sombras», pasando por el soundtrack maravilloso de «Hidalgo, la Historia jamás Contada» o el razonablemente bueno soundtrack de la película animada «Héroes Verdaderos», que se debe, en su mayor proporción, a mi buen amigo Renato Vizuet.

Zepeda partió de un concepto: los setenta y tres mil amaneceres que el señor asegura -y habré de creerle, porque no voy a ponerme a contarlos- han transcurrido -o habían transcurrido hasta el 16 de septiembre de este año- desde que Miguel Hidalgo hizo pinole el orden virreinal. Esa pieza, Mi casa está de fiesta la convirtió en una buena piececita de pop cantada por lo que queda de Garibaldi. Quizá fue mejor que el temita no se volviera la canción oficial del Bicentenario, habida cuenta como han ido las cosas, aunque esta tonadita es bastante más pasable que la horrorosa «El Futuro es Milenario» de Syntek y López.

El disco deja una enseñanza: la fe en la patria y las muchas ganas no bastan para hacer concordar el conocimiento del pasado con el producto mediático. Más de cuatro canciones le pondrían los pelos de punta a cualquier historiador. Pero eso forma parte del mea culpa que debemos hacer. En el fondo, esto es culpa de los historiadores profesionales, clavados en sus tareas académicas sin tomarse la molestia de mirar hacia los inocentes y bienintencionados compositores como Zepeda y hacerle algún comentario de buena fe. Digo, nomás por evitar futuros derrames de bilis.

Hay una canción dedicada a la Virgen de Guadalupe que canta Guadalupe Pineda. El estribillo dice, refiriéndose a la guadalupana: «Mujer bonita, voz de huapango, México entero te canta un son. Con Sor Juana, Josefa y Adelita (órale) entregaron su vida con el corazón (????)» De veras, así dice.

Otra tonada responde al nombre de  Te Amamos México (así, sin comas), y agárrense, la canción asegura que  «Y Pedro Infante aún canta Amorcito Corazón». El tema es interpretado por un señor conocido como «Lupe», objeto de los odios más profundos del siquiatra Ernesto Lammoglia -y cuando uno oye como canta el señor, queda clarísimo el origen de tan perra y seria enemistad.   «Estamos celebrando 200 años de paz y lo celebramos bailando vestidos de libertad» (ah, chihuahua). No me queda claro quién escribe la canción, pero ni el autor ni Lupe saben que en 200 años hemos aguantado unas cuantas guerras civiles, docenas de asonadas y pronunciamientos y un par de invasiones extranjeras. Ojalá Lammoglia no oiga la canción. Le daría algo muy feo y sus instintos homicidas, direccionados a la persona de Lupe, podrían dar lugar a un feo hecho de sangre.

Lo que es sorprendente, tanto que no indigna, sino que asombra y hasta maravilla -en el antiguo sentido del prodigio- el alegre desprecio que compositores, productores, impresores e intérpretes, Fonovisa incluida, tienen por el idioma español… bueno, eso, a estas alturas, como que ya deja de ser significativo, en vista de lo manga ancha que se ha vuelto la Real Academia Española de la Lengua y sus latinoamericanos compinches. Lupe berrea «México tiamamos Méxicoooo», los gerundios saltan como conejitos en película de Wallace y Gromit… desde el título: «Voces celebrando a México».

Hay una canción interesante de un señor que se llama Carlos Cuevas (en esta entrada, me doy cuenta, muestro y exhibo cuán amplia es mi ignorancia en materia de música popular mexicana del siglo XXI), escrita por el que fue el excelente vocalista de Elefante, Reyli Barba. Es evidente que Reyli tiene más ideas de qué escribir y cómo escribir que Rubén Zepeda, y la pieza, alusiva a Emiliano Zapata, es una de las dos que no tienen origen en el mismo inocente impulso patriótico de las demás. Nada mala, esta canción que se llama Tierra y Libertad tiene una o dos frases memorables: «No lucho para tener más, ni lucho pa’ que me quieran». Resulta un serio retrato de las emociones que pudieron mover a Zapata. Reyli, nada tonto, no se mete con la Historia con mayúsculas. Reflexión literaria, invención de emociones. Esta sí vale la pena de escucharse.

Pero hay otras curiosidades, como el Reggaeton del Bicentenario (¿cómo les quedó el ojo?), que recupera algunas frases de la canción principal, y pergeña algunas joyas poéticas: «Bicentenario, todo mundo listo con su calendario/… le digo a un amigo que tengo que se llama Mario,¿Ya te enteraste del aniversario? » son personajes de esta canción desde María Victoria hasta los tenis piratas de Tepito y la influenza.

Y para los que reclaman la reflexión bicentenaria, la Banda del Recodo se anota un diez: la canción que interpretan ¿Que haz (sic, resic y recontrasic, lo juro, así viene impreso) hecho con la libertad?, lleno de frases edificantes. ¿Querían análisis? vean nomás: «Valóralo, siéntelo, cuídalo. Haz algo grande por tu país. Respétalo, trabájalo vívelo… que México va a ser mejor sólo si tú eres mejor»  El asunto sigue en profundidad y enjundia: «Y tú, y tú, y tú, ¿Que has hecho con la  libertad? » Échense ese trompo a la uña.

Este muchacho que no sabe un cuerno de historia, Cristian Castro, y que tiene la serenidad de ánimo como para referirse a Sor Juana Inés de la Cruz como «esta chica… De la Cruz» canta «Aquí estoy, soy pasado y presente… ´por la libertad es mi celebración… linaje de bronce que dios creó «. Evidentemente, ni Cristian ni el autor de la canción saben que a los historiadores mexicanos la palabra «bronce» les suele causar una peculiar alergia (de hecho, les saca ronchas), pero eso les importa un rábano.  Otros, como una señora que se llama Alicia Villarreal trae bronca con la Inquisición, y lo enuncia en su canción 70 veces 7, que, al parecer, se debe a su propia inspiración: «Cuando el mexicano se siente ofendido, han manchado con sangre su bandera y su honor, se unen al grito «¡Viva Mexico!» defendemos lo nuestro y peleamos con valor» Después de esta arenga, la dama agrega: «Voy a contar la historia de  lo que se vivió hace muchos años en mi querida patria: Llegaron en un barco. Hace muchos años traian consigo castigo y maldad/Se llevaron el oro, se llevaron la plata /pero el abuso a mi pueblo, eso no se olvidará/ Malditos, malditos, los de la Inquisición,/ Lo oscuro de la iglesia y su religión /Malditos, malditos los de la Inquisición /Setenta veces siete pagará su generación«. Esta canción me deja patidifusa. De haber sabido que el origen de todos los males nacionales era la condenada Inquisición, el arreglo habría sido más sencillo. Estas son las ocasiones en que tanta valentía me apantalla. No cualquiera se avienta esos juicios históricos con esa presencia de ánimo.

La cereza en el pastel, es la canción interpretada por Emmanuel «Héroes Verdaderos», de la película del mismo nombre. A mí, al principio no me gustaba, hay detallitos de la letra que están forzados, pero ahora debo decir que me agrada bastante, aunque la canción de Hidalgo -véase el soundtrack de «Héroes verdaderos» me gusta muchisimo más. La verdad es que el disquito da para varias horas de sana diversión, sea que lo adquieran porque son fans de Lupe, porque odian a la Inquisición o porque tienen un amigo que se llama Mario que nunca se enteró de eso del Bicentenario, o simplemente, porque es otra huella de la memoria de estos días, que vale la pena escuchar. Cada generación produce sus emociones musicales. No todo es «Ópera Prima. las Voces del Bicentenario», y debemos dar gracias, al destino o a la Providencia porque así sea. Eso es, precisamente, la independencia.

¿Que demuestra un disco como este? Lo que hace algunas semanas me decía, en entrevista, Javier Garciadiego, historiador y presidente de El Colegio de México, que la gente que habita este país puede decir que le apasiona la historia de México, y hasta decir que sabe historia y, al mismo tiempo, no tener la más peregrina idea de muchos temas, sucesos y personajes del pasado nacional. Pero la buena fe, las buenas intenciones, ahí están; con la gana de ver películas, cantar canciones, y contra eso, nada pueden las advertencias sesudas de los historiadores, nada valen los repeles de los que ven estas canciones como «basura televisa», como escuché al alguien comentar de la canción de Zepeda. Somos más que Ópera Prima, afortunadamente. No solamente somos el Reggaeton del Bicentenario, pero también somos el Reggaeton del Bicentenario. Finalmente resulta un disco recomendable: por memorabilia, por un par de canciones muy buenas, por la curiosidad, porque, finalmente, ¿por qué no podía haber una canción del Bicentenario a ritmo de pasito duranguense? El México real, simplemente.

26
Dic
10

Regalos navideños 2: los diciembres de Francisco Zarco.

Pancho Zarco, reportero, en sus dominios

GUANAJUATO.- Hoy que escribo es Navidad. Y, ayer que pensaba en  la estatua de mi tatarabuelo Guillermo Prieto, cuando recorrí mentalmente la placita donde está la gran estatua de Francisco Zarco, me acordé que Zarco tiene, en su biografía, grandes momentos navideños. De hecho, muchas cosas, de principio a fin, le ocurren en diciembre, muchas importantes, entre ellas, el principio y el fin de su biografía. Pancho Zarco nació en Durango, Durango, un 3 de diciembre de 1829. Vivió solamente cuarenta años, pero muy intensos. Muchas de sus andanzas tuvieron momentos culminantes en diciembre, y se me hace buena cosa recordar algunas, al pie de su estatua.

Zarco debutó en el periodismo a la tierna edad de 13 años -o sea, desde chiquito era una auténtica plaga- por allá de 1842. Anduvo de aquí para allá, en lo que mejor sabía hacer, o sea, periódicos. En 1849 sabemos, de cierto, que estaba escribiendo para El Álbum Mexicano, y un año después ya está haciendo El Demócrata, que alcanzó 103 números y que se dedicaba, en particular, a hacerle la vida de cuadritos al presidente Mariano Arista.

En la década de los cincuenta del siglo XIX, se mete a la grilla, y resulta diputado suplente por Yucatán, mientras elabora curiosidades como el Presente Amistoso dedicado a las Señoritas Mexicanas, una cosa de lo más peculiar -pero bueno, esto de escribir es como plaga; cuesta trabajo quitarse el gusto y la manía- , ya embarcado en su curioso y tormentoso vínculo con el impresor Ignacio Cumplido.

Diciembre de 1851 debe haber sido un mes movido en la biograrfía de Zarco, porque el 1 de enero de 1852 comienza a escribir en las páginas de El Siglo Diez y Nueve, con el seudónimo de Fortún, con el cual hizo auténticas maravillas, llenas de humor y de ironía, y unió su destino a ese periódico, que creo yo era el verdadero amor de su vida, como suelen ser las historias de periodistas.

Como, además, hacía de las suyas en un periódico llamado Las Cosquillas, Mariano Arista, presidente, deseaba, con toda su alma, meterlo al bote.  Por eso tuvo que andar escondido todo el segundo semestre de 1852, porque a Arista le importaba un celestial pistache el fuero del diputado Zarco y lo buscaba para entambarlo el mayor tiempo posible. En diciembre de ese año, otra vez diciembre, el Congreso emitió un dictamen que absolvía al incómodo periodista, y Zarco pudo estar en paz esas navidades. De todos modos, Arista ya estaba a tres patadas de irse también para su casa.

Desde abril de 1853, Zarco asumió el puesto de redactor jefe -en los hechos, el director del periódico- de El Siglo Diez y Nueve. Desde allí miró el acontecer diario y su gran momento, aquel Congreso Constituyente de 1856-1857, que creó la Constitución liberal que los diputados y el presidente Comonfort juraron el día de la fiesta de San Felipe de Jesús, el 5 de febrero de ese mismo año. Navidades caóticas las de ese año, cuando Comonfort desconoció la constitución recién nacida y se desató la guerra de Reforma. Zarco optó por quedarse en la ciudad de México, escribiendo a favor de la causa liberal, y, cuando ya no pudo continuar con la publicación de El Siglo Diez y Nueve, a causa de la represión, y para no dañar al periódico con la publicación de sus ideas y sus argumentos contra los conservadores, dejó la dirección del periódico y, embozado, oculto, agazapado, el buen Fortún se puso a editar El Boletín Clandestino, que todos sabían muy bien de quién era obra. Naturalmente, tuvo que vivir en constante ocultamiento. Parece que la mitad de sus contemporáneos sabían las que el pobre Pancho Zarco tuvo que pasar en aquellos tiempos; curiosamente, nadie las narró en detalle. Muchos años después, Victoriano Salado Álvarez, al escribir sus Episodios Nacionales Mexicanos, lo hizo personaje de su narración de la Guerra de Reforma, precisamente en esos días de disfraces, carreras y clandestinidad.

Sin embargo, las autoridades conservadoras acabaron por pescarlo y encarcelarlo el 13 de mayo. Cuentan que esos meses en una prisión helada, húmeda y malsana, acortaron la existencia de Zarco; se asegura que, haya sido tuberculosis o no lo que le arrancó la salud, lo adquirió en la asquerosa cárcel de la Acordada. Pero, como sabemos, los liberales entraron triunfantes a la ciudad de México en diciembre de 1860. Acababa la guerra civil y los vencedores se apresuraron a soltar al buen Pancho, que, en la puerta de La Acordada, miró la luz del día. Era Navidad.

24
Dic
10

Regalos Navideños 1: ecos de Guillermo Prieto.

Aquí, mi querido don Guillermo, ahora también mi tatarabuelo.

Hoy es 24 de diciembre, y con la alegría que me produce mi nuevo título de Tataranieta Honoraria de Guillermo Prieto (para mayor información los remito al reciente comentario, aquí en la columna de al lado, dejado por mi flamantísima y ya muy querida parienta Alicia)  les enseño esta estatua, porque tiene que ver con este formidable  regalo que acabo de recibir. Está en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México, y es una de las que, hacia mediados de los 70 del siglo XX, se agregaron a las estatuas que, a fines del siglo XIX se colocaron en la avenida. De aquel primer paquete de próceres, Francisco Sosa nos dejó un librito útil: Las estatuas de Reforma.

En los años sesenta y setenta, con la ampliación de Paseo de la Reforma, se resolvió uniformar el discurso cívico-estatuario-histórico que en la parte vieja de la avenida que originalmente había trazado Max, el austriaco que quiso ser emperador de México, tenían lo que iba del siglo en lucir. Seguramente hace cuarenta años la estatua de Francisco Primo Verdad tenía la placa que lo identificaba, y las demás efigies estaban un tanto más cuidaditas que ahora. El caso es que, infiero, a la hora de continuar el recorrido, alguien se dio cuenta de que, en ese desfile de ilustres de bronce faltaba el bueno de Guillermo Prieto, al que, la verdad, esta adorable y canija ciudad que es la capital mexicana le debía, con absoluta justicia, una buena estatua. Se la cumplieron.

Por lo que leo en la base de la estatua, el artífice de la efigie fue Ernesto Tamariz (que, hasta donde recuerdo, también hizo las estatuas ecuestres de Hidalgo y sus compañeros que están allá en el Monte de las Cruces, mirando la ciudad de México hasta el fin de los tiempos). Para dejar consignada su vocación de hombre de letras, el escultor dejó a los pies de don Guillermo un montoncillo de libros, con algunos de sus trabajos más memorables. Lo cierto es que el aficionado a los textos de Prieto puede acometer la lectura de los 32 tomos de sus Obras Completas, que, a la fecha, ha publicado CONACULTA, y que son una verdadera delicia.

Unas pocas, de las miles de páginas que escribió don Guillermo.

La estatua tiene, faltaba más,  a la Musa Callejera, y las Memorias de mis Tiempos, que, no por ser obra póstuma, armada con los apuntes que don Guillermo tenía en ese nido de perros que, cuentan sus contemporáneos,  era su estudio y biblioteca, no carece de la esencia del Romancero. Es más, pinta muy bien la capacidad de travesura, el genio impetuoso y el lirismo a flor de piel del bueno de don Fidel; también revela la muuy mala onda de la que era capaz cuando de fastidiar a alguien se trataba.

Ignoro si Tamariz era un gran lector de Prieto, pero creo que la estatua lo pinta muy bien: con aspecto de encarrerado, el manto que otros próceres sostienen como toga, aparece al desgaire en la persona del autor de los San Lunes, entre sus ímpetus y el curioso desaliño que muchos han consignado. Las manos, al aire, al aire de esta ciudad que tanto amó, aunque eligió Tacubaya para vivir. Los dioses de la historia quisieron que la estatua de don Guillermo quedara en la cuchilla que se forma entre Reforma y la calle de Zarco, a unos pasos de la estatua de otro de sus cuates, con el que se llevaba en general bien y con el que se dio uno o dos agarrones memorables: Francisco Zarco, «Pancho» para los cuates (en las cartas y escritos de Prieto, Zarco siempre es «Pancho»).  Los dos ilustres liberales, ironías de la historia, pero en consonancia con su vocación de periodistas, están en el torbellino de la vida diaria, del bullicio chilango, a unos cuantos pasos de la imagen de la «Virgen del Metro», encristalada afuera de la salida del metro Hidalgo, y, a otros cuantos pasos de la iglesia de San Hipólito, donde multitudes le llevan flores y velas y cumplen mandas a San Judas Tadeo.

Curiosa estatua, reflejo de la vitalidad de su referente.

Es probable, bueno, no. De hecho, la estatua no se acaba de parecer a don Guillermo: posee entradas y una semicalva que él nunca tuvo, pero conserva el pelo alborotado. Los ojos no los tenía rasgados, pero esas son las cosas que seguramente le darían mucha risa. Y más le encantaría saberse en la jugada. a unos pocos metros de donde pasan saltimbanquis y farsantes, enamorados y trabajadores, voceadores y soñadores. Buen sitio para, una mañana, recibir el año nuevo. Por lo pronto, hoy 24 de diciembre,  cuento esta historia, contenta de saberme arropada por la mano bondadosa de mi nuevo tatarabuelo.

POSDATA DESDE GUANAJUATO: Ayer por la tarde pasé frente al edificio, acá en Guanajuato, a donde llegó Benito Juárez, huyendo del fandango que había desatado don Ignacio Comonfort, precisamente en diciembre de 1857, cuando se dio cuenta de que no se podía gobernar con la constitución liberal a la que tantas ganas le habían echado los puros en el Congreso Constituyente. Y viene a cuento porque, disfrazado, Guillermo Prieto había escapado de la capital, siguiendo al nuevo presidente. Cuando llegó ante él, don Benito le hizo un regalito de Navidad: lo volvió a nombrar Ministro de Hacienda, chamba que le encantaba aunque lo hacía sufrir como animalito abandonado. Vaya Navidad tumultuosa la que debió haber sido aquella. Cenen rico.

Composición urbana con prócer liberal al fondo.

15
Dic
10

Pequeña nota agradecida de diciembre

Pequeña fiesta de martes noche. ¡gracias!

Hoy, amigos míos, superamos las 10 mil visitas a este Reino de Todos los Días. Mil, mil gracias a todos quienes llegan, lo mismo para saber de las andanzas de José Natividad Rosales que para saber si el Benny, protagonista de El Infierno, se muere en la película, para conversar acerca de huesos ilustres o de pirotecnias fugaces. Que las subsecuentes entradas del Reino les sean agradables y nos visiten a menudo. Mil gracias, otra vez, en este diciembre del año de los Centenarios, del que, como puede verse, y afortunadamente (no es cualquier cosa la protección de Guillermo Prieto y de Francisco Zarco), estamos saliendo con vida. Pero de eso, escribimos al rato.

19
Nov
10

Pequeñas respuestas a pequeñas preguntas entretenidas: algo más sobre las voladas periodísticas

Llegan a este Reino multitud de pequeñas preguntas, algunas reiteradas e insistentes, otras de una especificidad que me encanta, una que otra que me pone la carne de gallina. En algunos casos,  se trata de preguntas tan específicas, que en algún rincón de este Reino está la respuesta correcta y exacta, como ha sido cuando llegan visitantes preguntando qué es, en la jerga periodística, qué cosa es «volar», y ya es consuelo que la respuesta de este Reino sirva para algo, sobre todo después de darme cuenta de que en el flamante «Diccionario del Español de México», editado por El Colegio de México (2 volúmenes,  mil 706 paginitas) que ÉSE es, precisamente el significado que está ausente. No me pregunten por qué, máxime que el Diccionario tiene un consejo consultivo amplísimo y prestigiados, sobre los temas más variados. Me encanta ver que hay un consultor para Esgrima, otro para «Marinería», uno para Entomología, para Aeronáutica, para «Ejército»,  Imprenta, Relojería, Veterinaria, ¡Ictiología! Sastrería, «Vocabulario Popular» (dicho en buen español, majaderías, insultos y peladeces) y, volviendo al tema, Periodismo. El consultor en este rubro es, ni más ni menos, don Miguel Ángel Granados Chapa, con suficiente prestigio y horas de vuelo como para que se le hubiera escapado esta peculiar acepción del verbo «volar», no porque él haya «volado» alguna vez en su vida, sino porque tantos años dirigiendo periódicos y noticieros, a él le van a venir a contar que no hay reporteros que inventan cosas. Las «voladas» sirven para muchas cosas, y hasta tienen consecuencias: se vuelven, como la volada que aquí hemos documentado al hablar de Jacobo Dalevuelta y los restos de José María Morelos, curiosidades historiográficas que, cuando se abordan con flojera mental, o poco rigor, se traducen en excursiones emocionantes aunque fallidas, quimeras que se persiguen sin ruta o destino concreto, decisiones que ocasionan, inclusive, el desembolso de recursos públicos.
Una volada puede ocasionar barullos impresionantes: en las redacciones se discute y se le da vueltas, intentando comprobar el alcance de la afirmación o de la nota que, usualmente ha publicado alguien de la competencia. La frase «¡es una volada!» se pronuncia en todo burlón, en tono escéptico, con incredulidad, con furia, incluso, cuando ya recurrimos a todas nuestras fuentes, no hallamos ninguna prueba del dicho del infeliz que lo publicó en otro periódico o lo dijo en otro noticiero, sabemos y hemos probado que el infeliz en cuestión está mintiendo, y no obstante, nos lo siguen reclamando en la redacción.
«Volar», visto así, no es poca cosa. Se requiere, como materia prima, la certeza de que la información del día está tan floja, y vale tan poco la pena para ser publicada o emitida,  que, en un momento de obnubilación, hasta los delirios más bestiales del burro que tenemos cubriendo partidos políticos, Secretaría de Seguridad Pública o la Cámara de Diputados empiezan a verse en la redacción como un material publicable. En segundo término, se necesita creatividad, inventiva y capacidad literaria para armar la invención y consolidar el embuste. De esto se deriva que no «vuela» la bestia más peluda y torpe de la redacción, el compañero más limitado, que a trompicones se mueve por sus fuentes y que la mitad de las ocasiones no entiende un carajo de lo que pasa en los sectores que debe cubrir. «Vuela» el que sabe el terreno que pisa, el que conoce las tripas de las fuentes que tiene asignadas, el que es capaz, en suma, de dotar de verosimilitud sus invenciones, el que puede volver, como Dalevuelta, un «a lo mejor», un «es posible que…»,  un «estamos considerando la posibilidad de….», en el anuncio de la inminente llegada de Cascos Azules a Cancún, para hacer se cargo de la seguridad de los asistentes a la inminente cumbre de cambio climático, como hizo, el sábado pasado, el periódico Milenio, que daba por buena dicha información en su página electrónica. A todo mundo se le pararon las antenas; muchos se preguntaban (nos preguntábamos) dónde estaban los reclamos y rollos y reacciones y pataleos de los mismos senadores que hicieron un gran drama cuando, en septiembre pasado, el gobierno federal les pidió votar, al cuarto para las doce (qué raro), el permiso para el ingreso de las tropas extranjeras que desfilarían el día 16 en las celebraciones del Bicentenario (Como don Porfirio: por eso los acusan, entre otras cosas, de una escandalosa falta de imaginación). Antes que reacciones y consecuencias (era, evidente y previsiblemente, un mitote de grandes consecuencias) hicieran crecer la información, levantando un oleaje formidable, los compañeros de Milenio optaron por desaparecer la nota, muy probablemente cuando se dieron cuenta del alcance de la bronca para la que habían comprado boleto.
Por eso, para «volar» se necesita también otras dos cosas, dos cualidades aplicadas al no tan sano hábito de inventar noticias: la primera,  audacia. Se necesita audacia y valentía para dar el salto y soltar el invento o la exageración o la interpretación que se ha ido hasta la cocina, arañando los terrenos de la novela. Por otro lado,  se necesitan nervios bien templados para aguantar la presión del jefe de información o del editor de la sección, o hasta del director editorial que, intuyendo, oliendo la volada, apergollará al volador y lo zarandeará y someterá a interrogatorio hasta que le encuentre mínimos visos de verosimilitud al rollo que el bicho en cuestión aspira a que se le publique. Insisto, no es poca cosa «volar».  Tal vez sea bueno mandar un correíto a los caballeros de El Colmex para agregar estas humildes reflexiones.
 Pero esta es solamente alguna de las preguntas que llegan a este Reino y garantizan momentos de sano esparcimiento. Aquí dejo algunas respuestas o no-respuestas que sirvan para orientar a las visitas:

Respecto a las numerosas preguntas sobre los personajes de la película «El Infierno», un par de cosas: aquí no sabemos cuántos cárteles hay; menos sabemos cuántos cárteles de sicarios existen. Me temo que debo aclarar a algunos la perra duda: Ni el Benny ni el Cochiloco (este Cochiloco) existieron de verdad. El Cochiloco legendario (un señor de apellido Salcido que no es el Gordo Mata que en la película se cambia su apodo de infancia por el del Cochiloco) años ha que murió y no precisamente en su cama. Y sí, con la pena: el Benny sí se muere en la película.

La  «escena de sexo con el Padre de la Patria» ha resultado muy popular, y efectivamente, es uno de los momentos importantísimos de la hermosa película que es «Hidalgo: la historia jamás contada», y la protagonizan Ana de la Reguera (Josefa Quintana) y Demián Bichir (Miguel Hidalgo).

Los que siguen preguntando por los restos de Hidalgo, la ruta es, en breve, esta: fusilado en Chihuahua, decapitado. La cabeza, diez años a Guanajuato. El resto del cuerpo, enterrado en la misma Chihuahua, como los restos de Allende, Aldama y Jiménez, todos rigurosamente decapitados. Las cabezas, también a la Alhóndiga de Granaditas. Todos los restos, exhumados en 1823 y después de un triunfante show de desagravio por el Bajío, llegaron a la Villa de Guadalupe, y después de una breve estaca en la iglesia de Santo Domingo,  depositados en la Catedral Metropolitana, donde pasan de una capilla, la capilla de la Cena, a la cripta que estaba debajo del altar de los Reyes y de ahí a la capilla de San José, ruta con un intermedio, hacia 1895, donde los sometieron a un vigoroso lavado. De ahí a la Columna de la Independencia, y en este año, de paseo en el Castillo de  Chapultepec y luego a Palacio Nacional, a una especie de capilla ardiente histórica, donde se quedarán hasta el año que viene.

La tumba de Agustín de Iturbide es la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde, en una bonita urna, en la Capilla de San Felipe de Jesús, están los restos del señor al que apodaban «El Dragón de Fierro». Para los morbosos, el cráneo sí tiene tiro de gracia. Luego les enseño unas fotos.

Los fuertes de Loreto y Guadalupe, escenarios de la batalla del 5 de mayo de 1862, forman parte de un desarrollo arquitectónico que, me cuentan desarrolló Pedro Ramírez Vázquez, que incluyó la restauración de la zona, la colocación de carteles patrióticos escritos con mucha buena voluntad y el establecimiento de un museo de sitio. Hay que agregar, para satisfacer la perra duda, que sí se acuñó una moneda de oro conmemorativa del centenario de la batalla. Solamente la he visto en periódicos de 1962, y es tan mala la impresión que ni valía la pena traerla.

En cuanto al corazón de Melchor Ocampo, sí, es preciosa la paradoja: el corazón de uno de los liberales más liberales de la generación de la Reforma, está guardado como reliquia laica en el antiguo Colegio de san Nicolás, en Morelia, y muy bien cuidadito.

Satisfechas algunas curiosidades, miro por la ventana. Alcanzo las luces del espectáculo del Zócalo, una tercera versión de los recorridos históricos que, con desigual fortuna, se han montado para las conmemoraciones de este año. De eso, aún hay tanto que escribir…..

18
Nov
10

Moneditas

Aquí, entre todas las chácharas bicentenarias, la efigie de Francisco Primo de Verdad

No sé cuantas tengan ustedes. Yo, abandonada a las bondades del azar, ya llevo ¡treinta y tres! de las 37 monedas de cinco pesos, conmemorativas del Bicentenario del Inicio de la Independencia y del Centenario del inicio de la Revolución, que comenzaron a circular a fines de 2008 y que en estos meses deben estar terminando su ciclo de emisión.

 Y me digo abandonada a las bondades del azar porque es la curiosa manera de planear la circulación y las peculiares ideas del área de emisiones del Banco de México los que han determinado que sea el azar y solamente el azar el factor que rige a quienes tenemos el interés –genuino, morboso o curioso- de coleccionarlas, platicarlas e intercambiarlas, como cuando, en nuestras infancias estábamos dispuestos al voraz y despiadado trueque de estampas del álbum de moda en cuestión. Que me acuerde, logré llenar el de las caricaturas –chin, decir caricaturas me delata generacionalmente: ahora se les dice “serie de dibujos animados”- de la Pantera Rosa, el de los diminutos cartones en “tercera dimensión”, que venían en los Gansitos y demás pastelillos industriales y que eran un muestrario de la cultura pop sesentera y setentera. Desde luego, el cursilísimo álbum de los cursilísimos monitos de “Amor Es…”, había uno de series y personajes de la televisión sesentera… con una impresión a color bastante mala, pero era lo que había… Se solicitan memoriosos que aporten a la comunidad de este Reino de Todos los Días más álbumes de los que mi memoria abarca.

 Y estas historias de coleccionismo tienen que ver con la perseverancia, con el humano impulso del que busca los elementos que el día de mañana dejarán de ser presente para volverse pasado, para volverse memoria.  En aquellos años reuníamos con tesón sobres y sobres de estampas en una honesta búsqueda de la completitud, del cierre del círculo, de la composición de la narración entera. Claro, había excepciones: algún tramposo sin noción del bien y del mal -cuyas consecuencias aún duran en su edad adulta- llegaría a abrir subrepticiamente los empaques de los panes Bimbo del supermercado para espulgarlos y extraer alguna estampa codiciada. Dirán que el fin justifica los medios, pero hay quien inicia desde temprana edad su camino a la perdición y asegura su sitio en el Purgatorio.

 De manera que, como el Banco de México le explicó, a esta servidora, en algún momento de 2009, que no habría coleccionadores ni venta de colecciones completas de monedas, ha sido el Azar con mayúscula, el despiadado azar, el que nos regale, una a una, escatimándolas, repitiéndolas, escamoteándolas, las 37 monedas conmemorativas que a fines de este año todos los interesados deberíamos tener.

 Y ha sido el azar el que ha permitido que en las colecciones sigan perviviendo los mitos chiquitos de siempre. En las monedas de marras, Xavier Mina se sigue llamando Francisco Xavier Mina, Ignacio Rayón se sigue llamando Ignacio López Rayón,  y las malas lenguas afirman que la culpa es  la pasada legislatura quien, con su información histórica estándar repitieron los lugares comunes históricos masivos y así se quedan las cosas, porque el decreto que da origen a esta colección de monedas conmemorativas así lo dispuso y la corrección histórica se va a la goma.  Leyenda mata dato, así de sencillo.

 En esta colección solamente veremos aparecer a tres mujeres: a Carmen Serdán, a Leona Vicario y a “La Soldadera”  (sin que sepamos bien a bien qué significa para los señores de la Casa de Moneda esta expresión). Curiosa idea -otra vez los mitos- de adjudicar a los barullos de hace un siglo la existencia de estas mujeres que marchaban junto al hombre rumbo al campo de batalla, encargadas de darles de comer, de alimentar al caballo, de «confortarlo sexualmente» (what?), como opina un libro bastante eufemísitico que hay por allí sobre las soldaderas, cuando lo cierto es que soldaderas ha habido en todos los conflictos que ha vivido este sufrido país. En fin, el gugar común sobrevive, clasificado como una de las monedas conmemorativas del Centenario de la Revolución de 1910. No obstante, hay que reiterar algo bastante lógico: soldaderas hubo siempre. ¿No sabemos acaso que a Hidalgo lo seguían hombres con familias, mujeres con niños? ¿No renegaba Concha Lombardo de la propuesta de matrimonio de Miguel Miramón porque no tenía intención alguna de seguir a su marido a la guerra “con el niño y con el perico”?

 Pero, por otro lado, es agradable y emocionante que la lista incluya a los hombres de ideas, porque las ideas también son acción, además de los militares heroicos y los líderes fundacionales: me encanta hallar a don Carlos María de Bustamante, al tremendo e incorregible fray Servando Teresa de Mier, a Filomeno Mata y a otros más como Andrés Molina Enríquez. Me entero, además de que en esta afortunada selección ha tenido que ver mi querido maestro, el doctor Álvaro Matute. La historia política es importante, pero no lo es todo, afortunadamente.

 En fin, que  para los interesados, aquí van las listas de las emisiones como deberían estar circulando, para que palomeen las que ya se tienen y se intensifique la búsqueda de las faltantes:

 MONEDAS CONMEMORATIVAS EMITIDAS EN 2008

1. Ignacio Rayón (la moneda dice Ignacio López Rayón)

2. Álvaro Obregón

3. Carlos María de Bustamante

4. José Vasconcelos

5. Xavier Mina (pero la encontrarán como Francisco Xavier Mina)

6. Francisco Villa

7. Francisco Primo de Verdad y Ramos

8. Heriberto Jara

9. Mariano Matamoros

10. Ricardo Flores Magón

11. Miguel Ramos Arizpe

12. Francisco J. Múgica

13. Hermenegildo Galeana

 MONEDAS CONMEMORATIVAS EMITIDAS EN 2009

1. Filomeno Mata

2. José María Cos

3. Carmen Serdán

4. Pedro Moreno

5. Andrés Molina Enríquez

6. Agustín de Iturbide

7. Luis Cabrera

8. Nicolás Bravo

9. Eulalio Gutiérrez

10. Servando Teresa  de Mier (Así, sin el “fray”. Ha de ser por eso del estado laico)

11. Otilio Montaño

12.  Belisario Domínguez

13. Leona Vicario.

Convengo en que  algunos de estos nombres resultarán perfectamente desconocidos para muchos mexicanos que tendrán en sus manos estas monedas.  Esa es la otra parte: ojalá el Banco de México recapacitara y ponga a disposición de los interesados un bonito coleccionador que incluya las biografías de TODOS los incluidos en la emisión de monedas. Evidentemente faltaban digamos, las piezas fundamentales, las más codiciadas. Esas son las que este año, deberían estar en circulación:

 MONEDAS CONMEMORATIVAS EMITIDAS EN 2010 

1. Miguel Hidalgo

2. Francisco I. Madero

3. José María Morelos

4. Emiliano Zapata

5. Vicente Guerrero

6. Venustiano Carranza

7. Ignacio Allende

8. La Soldadera (!)

9. Guadalupe Victoria

10. José María Pino Suárez

11. Josefa Ortiz de Domínguez

 Así las cosas, ármense de paciencia y dispónganse al trueque civilizado. Hace un par de meses oí en el mercado la queja de un carnicero que decía tener ya cinco monedas de Iturbide. Por lo pronto, y cuando faltan DOS DÍAS para el Centenario del inicio de la Revolución, puedo decir, satisfecha, que solamente me faltan José María Pino Suárez, Ignacio Allende, doña Josefa Ortiz de Domínguez y Guadalupe Victoria. Tengo algunas cosillas repetidas. Se aceptan canjes.

 NOTA DE JUEVES: Mientras escribo estas historias de moneditas centenarias y bicentenarias, una manada de chamaquitos de preescolar cantan, a grito pelado, y valiéndoles gorro la entonación, el Himno Nacional. Los oigo porque el jardín de niños al que asisten está frente a mi casa. Desde hace dos semanas, he escuchado de manera insistente, «La rielera», señal de que preparan un baile alusivo a la ceremonia conmemorativa de la Revolución de 1910. En un entorno de tanto pleito y pataleo por las conmemoraciones, el que haya maestros que sigan haciendo con perseverancia su trabajo en materia de educación cívica, es una pizquita de consuelo, frente a tan accidentado año. Debiéramos volver a escribir el Manual de Conmemoraciones Básicas 1. O inventar el curso propedéutico. No para este sábado, pues ya faltan solamente, insisto, DOS DÍAS. Más bien para repensar en qué fracasamos, y qué logramos. El día está gris. Como si me diera alguna respuesta.

05
Nov
10

Postales Bicentenarias 9: imágenes (comerciales) del día de muertos

No sé quién le hizo la campaña de publicidad a la funeraria García López. Pero me parece definitivamente buena. Aquí todo mundo es de una gran honestidad: venden lo que venden, servicios funerarios. Este es el año de los Centenarios, pues sí. ¿Se pueden vender servicios funerarios al tiempo que se hace presencia en este asunto de las conmemoraciones? Evidentemente sí. El resultado a mí me parece interesantísimo. Esta primera imagen la había tomado en alguna ida hacia algún punto de la ciudad de México. El 1 de noviembre, día de Todos los Santos o día de los Muertos Chicos, de visita al Panteón de Dolores, me topo, en el acceso principal, con el stand de la funeraria en cuestión. El agente de ventas de Gracía López fue muy amable, todo lo amable que debe ser uno cuando anda vendiendo servicios funerarios en condiciones excelentes.  Simpáticas curiosidades para obsequiar las que tenía en su mesa: calenadarios de bolsillo con la calavera de Morelos, calendarios de escritorio con las calaveras de Morelos e Hidalgo, de Zapata y de Villa. Postales con la calavera de Villa y una interesante leyenda en el reverso: «En memoria de los héroes que escribieron nuestra historia». Agregan al final. «J. García López. Presente en nuestra fiesta nacional».

Me parecen definitivamente bonitas, oportunas, respetuosas y capaces de vincular la tradición popular con el culto colectivo a los héroes. Es Bicentenario, es Centenario y es Día de Muertos. Muy a tono con este año donde los huesos de los caudillos insurgentes han salido a pasear, pasar el verano en Chapultepec y el otoño en Palacio Nacional. Muy a tono; me imagino un diálogo jocoso entre el cráneo de Miguel Hidalgo y el de José María Morelos, durante uno de esos dos desfiles luctuosos de los traslados que hemos visto este año. «¿Ya viste ese anuncio, José María?» «Sí, don Miguel. La verdad, me fue mejor que a usted; le pusieron su cabellito largo pero oscuro». «No seas burro, José María. Si me lo ponen blanco no se me vería».  Es, de hecho, una nueva interpretación del cráneo de Hidalgo: por un lado, el de las fotos de prensa de este años; luego, este bonito cráneo de la funeraria García López. La más chocarrera, la de la cabeza parlante de Hidalgo, allá en su jaula de la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, ideada por ese genial monero que es Trino.

Bonita historia esta, definitivamente; buen gesto en el Día de Muertos del año de los Centenarios. Ah, también me dieron una botella de agua con etiqueta de la calaverita de Morelos. Buen asunto, y cuando me acuerdo que a los productores del popularísimo arroz «Morelos» les negaron el permiso de usar el mentado «2010», en principio de uso público gratuito -aunque había que pedir permiso- porque cómo una mugrosa bolsa de arroz iba a ostentar el emblema de las conmemoraciones.  Para variar, la increíble sensibilidad de rinoceronte de algunos.  Pero lo bueno, es que la gente es siempre mucho más que un logo.

30
Oct
10

Alebrijes bicentenarios

Alebrijes del Bicentenario y del Centenario, faltaba más

Quien crea que este asunto del Bicentenario ya es agua pasada, se equivoca. Nada más hay que darse una vuelta por Paseo de la Reforma para ver a los juguetones alebrijes, a los estridentes alebrijes que también tienen cosas que decir en este año de la Patria (que no es año de la patria porque no hay disposición al respecto, y además, Adolfo López Mateos ya inventó y usó, en 1960, para sus conmemoraciones, la dichosa etiqueta) y por eso desfilaron el sábado por Paseo de la Reforma, para hacer constar su existencia, arropados por el MAP, el Museo de Arte Popular, generoso pastoreador de bichos fantásticos, sonrientes unos, terribles otros, materialización de nuestro espíritu barroco y alborotador.

Desde el domingo están ya los alebrijes bicentenarios disfrutando el otoño en Paseo de la Reforma. Y les llueven visitantes. Entre semana, baja la marejada de curiosos. Pero los sábados, los domingos, se les acercan por cientos, a mirarlos, a reírse con ellos, a husmearlos a revisarlos, a fotografiarlos. A pesar de que los letreros de «NO TOCAR» son abundantes, a los adolescentes y a los niñitos -y a los padres de los niñitos- la petición-orden les interesa un celestial pistache. Les tocan la patita, la zarpa, acarician el lomo, verifican el filo de los colmillos, retuercen figurados bigotes. Hay que decir, en descargo de la multitud, que tocan bichos sin destruirlos. Más que tocar a secas, es un gesto de apapacho. Es como acariciarle el lomo o las orejas a un buen perro que nos encontramos en la calle y con el que, de inmediato, nos caemos bien (los que queremos y respetamos a los animalitos; los miserables amargados que en automático le sueltan una patada al perro o al gato con el que se cruzan en una esquina cualquiera, o con el pretexto más gratuito y absurdo, lo pagarán, en esta o en otra vida).

Aquí, un Hidalgo alebrijado

Alebrijes de rostros humanos perfectamente reconocibles como los «héroes de la patria»; hermanados con los próceres de la historia nacional (no en balde comparten cartel); metamorfoseados, dotados de garras, de alas, de fauces repletas de colmillos; feroces, como el Ahuizote, y como el Ahuizote, de buenos instintos. Ese guiño secreto que todos los alebrijes malabarean en las patitas para encantar al respetable, funciona sin fallar, desde hace cuatro años, cuando se acomodan a asolearse en la coqueta avenida que Maximiliano usaba para sus ires y venires de Chapultepec a la Plaza de la Constitución.

Pues esto se llama "El Peso de la Historia". Los historiadores pueden abstenerse de hacer comentarios.

Hay unos cuantos «héroes de la patria» invitados a la esperpéntica fiesta de los alebrijes. Algunos han preferido mantenerse en su tesitura de bicho fantástico, brotado, como aquel curioso animalejo dibujado por Julio Ruelas, de la cabecita en llamas de su autor o de sus autores. No niegan la coyuntura, y se unen a la nube enmarañada de cosas que navegan por el éter y que siguen colgándose la etiqueta bicentenaria. Algunos ejemplares, deciden emular a algún personaje a mitad de camino entre la historia y la leyenda:

El Gatopípila, ni más ni menos

Hay cuatro o cinco variaciones alebrijescas sobre el minero que los historiadoes se niegan a admitir como personaje histórico y que, en cada oportunidad, el imaginario colectivo se los arroja en la cara: el Pípila es MUY popular. Otro muy socorrido es Emiliano  Zapata, uno más, Francisco Villa. A todos ellos les han brotado antenas, la piel se les ha puesto escamosa, pero conservan los bigotazos, los sombreros, las cananas. Morelos, por más que se metamorfosee, no pierde el infaltable paliacate, ni Hidalgo su calva y el moderadamente largo pelo blanco. A ratos, solo les queda el rostro como señal de su inmortalidad; a veces, se les sale el humor, y se convierten en tiernas bromas alebrijientas:

Este Alebrije es, nada menos que Alebrisario Domínguez.

Llegan los alebrijes apenas a tiempo para los Días de Muertos,  para entrarle a la danza de seres raros que circula por la capital mexicana en esta temporada. No les extrañe si entre el tráfico advierten una antena que se mueve, algunos ojos saltones y fosforescentes ocupados en verificar la buena presencia de las antenas propias o ajenas, alguna sonrisilla disimulada al mirar los títulos de cada carromato:

Evidentemente, este es el Ciervo de la Nación. Nótese el indispensable paliacate.

Ahora me acuerdo de un muy bonito libro de cuentos de Gerardo Deniz, que debe haberse publicado hará una veintena de años: Precisamente, «Alebrijes». Cuenta Deniz, especialista en tratos con seres peculiares en sitios peculiares, que algún alebrije vivió en las torres del viejo Museo del Chopo; que durante un incendio rescató piezas valiosas sin que nadie se diera cuenta de su presencia. Algún otro, habitante de un cuarto clausurado en una ciudad de quién sabe donde, salió corriendo para arrojarse a una grieta inmensa, aparecida en la plaza mayor de la gran urbe, causa de sequía de desastre y enfermedad. Cuenta don Gerardo que, tras el sacrificio del alebrije, la grieta se cerró, porque la ciudad había entregado lo mejor que tenía. Esas son las lecciones a las que ha de hacerse caso. Acá, en casa, hay un pequeño alebrije-gato-jaguar, en actitud de estirarse como sólo puede hacerlo un felino que se respete. Tal vez, de repente, bosteza. Tal vez, de repente, también le vibren los bigotes. Por eso hay que tener alebrijes buenos, alebrijes contentos, alebrijes que andan por allí queriéndose quedar en casa. Por eso les dejo un alebrije de esos que todo mundo querría tener, para defender la dignidad, para emprender batallas y ganarlas, para cabalgar el Paseo de la Reforma, para guiñarle el ojo a un cómplice de fiar: Ni más ni menos, amigos míos, que El Ajolote Insurrecto:

¿No querrían tener uno para acompañarse en las empresas arriesgadas?




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