Si en su momento alguien le hubiera hecho caso a don Amado Nervo, tal vez, sólo tal vez, otro gallo nos cantara en estos momentos. Hacia 1895, don Amado se engolosinaba con la idea de crear un impuesto ¡a las faltas de ortografía! Calculaba Nervo que, si ese año -y para asombro y envidia de la buena de Guillermo Prieto- el erario nacional se regocijaba con un «excedente» de poco más de un millón de pesos, de aplicar la propuesta fiscal, tal vez el «excedente» ascendería a un par de milloncitos. Así de crítica estaba la cosa, en el México de fines del siglo XIX, con respecto a la ortografía nacional.
No estamos mejor 128 años después. Pero el escandalito de este julio decreciente, acerca de 117 faltas de ortografía en los libros de texto gratuitos que reciben nuestros niños de primaria, fuera de su contexto de el México del siglo XXI, es la inquietud de muchos bienintencionados, la oportunidad de buena cantidad de malintencionados y el delirio de muchos ignorantes que no toman un libro de texto gratuito desde que salieron de la primaria.
Así, escucho a Ciro Gómez Leyva tirarse al drama, asegurando que los libros de texto gratuitos «están plagados» de faltas de ortografía. Leo que un grupo de diputados del DF, perredistas para más señas, patalea y exige a la secretaría de la Función Pública auditar el proceso de elaboración de los libros de texto y, en consecuencia, sancionar a los responsables de las dichosas erratas. Más aún: la culpa, sentencian no es solamente de quienes, en la administración federal anterior elaboraron los contenidos de los libros de texto; también merecen castigo los actuales funcionarios por «no hacer nada» y limitarse a aclarar que, cuando ellos llegaron, el daño estaba hecho.
En un alarde de buenas intenciones rebozadas con ignorancia y de falta de sentido común, algunas voces se indignan porque los libros se entregaron, en vez de destruirse, corregirse y volverse a imprimir. En suma, variados personajes de la vida pública y política del país están dispuestísimos a quemar en el Zócalo a los culpables de las 117 faltas de ortografía, y si de paso le acomodan un buen raspón a la autoridad educativa federal, tanto mejor.
Pero, si somos MUY sinceros y estamos dispuestos a la autocrítica, me gustaría saber cuáles de entre los quejosos podrían advertir las 117 faltas de ortografía, en el supuesto caso de que se dignaran tomar un libro de texto gratuito en sus manos. Porque, como en tiempos de Amado Nervo, si se creara el impuesto sobre las faltas de ortografía, y los mecanismos adecuados para cobrarlo, le caería al gobierno una lana muy respetable.
Mala ortografía siempre ha habido -las lenguas venenosas aseguran que don Porfrio Díaz tenía una ortografía atroz, pese a todos los esfuerzos de Carmelita- pero lo cierto es que, durante los gobiernos panistas, esa mala ortografía escaló desde la humildad de la vida cotidiana hasta la presencia masiva de las campañas de difusión del gobierno federal. ¿llevaba gerundios? ¡tanto mejor! ¿estaba mal redactado? ¡qué le hace! ¿el mensaje resultaba críptico? Ah, ¿es que tiene que ser entendible? Así se las gastaban algunos personajes de las oficinas de comunicación social de los sexenios panistas. El razonamiento, por elemental, resulta lastimoso: si hasta cierta publicidad resulta incomprensible (como el «soy antillano ¿y qué?» o la rídícula «capiseñal»), o si «así lo aprobaron en comunicación social de Presidencia» [caso de la vida real], entonces no hay problema en ejercer la ignorancia propia, con plena confianza en la ignorancia ajena. No, definitivamente eso de escribir bien no se les daba. Eso sí, eran valientes. No les daba miedito salir al mundo a exhibir sus limitaciones.
No son ganas de aligerarle la bronca a las actuales autoridades de la SEP. Desde luego que los libros que llegan a manos de nuestros pequeños debieran estar lo mejor hechos posible, y ese «lo mejor hechos posible» debe incluir, naturalmente, una buena ortografía y una buena redacción. Pero rehacer una edición de poco más de 223 millones de libros de texto gratuitos, honorable público, no es chamba menor.
Y aquí el asunto se vuelve una ecuación «perder-perder». Porque si se hubieran retirado los libros con faltas de ortografía, ello hubiera significado corregir contenidos, y repetir el proceso de edición e impresión, y después el de distribución. Habría implicado, probablemente, el enviar por los libros ya entregados a diversos almacenes regionales, porque en los estados, salvo contadas excepciones, no hay infraestructura para mandar a la picadora los libros «plagados» de faltas de ortografía. Habría implicado, por tanto, el retraso de la entrega de los libros de texto gratuitos. Y se llegaría el inicio de clases sin que los libros estuvieran -como sí ocurre cada año- en todas las escuelas del país. Y aquí, público inteligente y conocedor, sería el momento del chirriar de dientes y del crujir de huesos; se armaría una bronca que Dios guarde la hora, donde las autoridades educativas estatales le echarían la culpa a sus colegas federales y a la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos; los maestros dirían que no pueden trabajar a satisfacción porque faltan los libros, y los padres de familia, indignados tirando a encabronados, incordiarían a cuanta autoridad escolar se les atravesara, para saber cuándo llegan los libros; los opinadores profesionales -como Ciro Gómez Leyva- que no ven más allá de sus narices, clamarían por un castigo para los irresponsables que dejaron sin libros de texto gratuito a los escolares mexicanos, valiéndoles gorro todo tipo de explicaciones acerca del lógico e inevitable retraso debido a la macrocorrección; diputados de todos colores se indignarían y llamarían a comparecer al secretario Chuayffet para que les explique por qué los libros no han llegado, etcétera, etcétera, etcétera. Ante tal escenario, horroroso ciertamente, creo que la autoridad educativa federal optó por el mal menor: los libros, perfectibles, estarán en todos los salones de clases con el inicio del ciclo escolar, como ha sido desde hace 53 años.
Mi personalísima hipótesis es que la propia SEP hizo circular el dato de las 117 faltas de ortografía en cuanto detectó los problemas, o en cuanto revisó el diagnóstico que hace 4 años se hiciera sobre el proceso de elaboración de los contenidos de los libros de texto gratuitos y que hoy comenta una nota de El Universal que pueden leer aquí. De ese modo, efectuó un control de daños razonable -por esa ecuación perder-perder de la que hablo es imposible un éxito del 100 por ciento- para dejar claro que los culpables de las faltas de ortografía no están en las filas de la actual administración federal.
Con todo, nadie ha visto publicada la lista de las 117 faltas de ortografía. La autoridad educativa anunció ayer, martes 30, que se elaborará una fe de erratas que tendrá formato de impreso o soporte digital para que los profesores la apliquen a la hora de trabajar con los libros.
Mejor aún: dice el secretario Chuayffet, quien, me cuentan, es un hombre cuidadoso con el uso del lenguaje, que solicitará a la Academia Mexicana de la Lengua que un comité formado por algunos de sus ilustres integrantes, revise los libros de texto antes de que se vayan a producción. si esto ocurre, Chuayffet no estará haciendo ninguna novedad: los primeros libros de texto gratuitos, hechos en 1959, tuvieron como revisores finales a dos académicos de altísimo nivel en el manejo del lenguaje, condición que nadie les escatima: Jaime Torres Bodet, entonces titular de la SEP, y Martín Luis Guzmán, director fundador de la Conaliteg. Nada menos.
Además, no viene mal recordar que, entre los vocales y consejeros de la Conaliteg en aquel ya un tanto remoto 1959, se contaban personajes como José Gorostiza, Agustín Yáñez, Arturo Arnáiz y Freg y Alfonso Caso. Personal de lujo, la verdad.
El tiempo pasa y los hombres y los gobiernos cambian. Igual ocurre con las necesidades de los países. No creo que haya necesidad de un nuevo Torres Bodet o de un Vasconcelos en la SEP. Basta, eso sí, con alguien que sepa tomar decisiones, elegir de entre el menor de los males, y que no tire la lana pública por quedar bien con los círculos políticos y mediáticos. Con que la fe de erratas circule, basta.
Algunos maestros la aplicarán con la conciencia tranquila. Otros maestros la aplicarán y aprenderán unas pocas cositas más (ups). No les vendría mal a los opinadores y a los legisladores echarle una leída a la fe de erratas; puede que también aprendan algo. Y a como andan los chamacos de primaria en ortografía, tendrán 117 errores potenciales menos. Aún me gusta mucho la propuesta de Amado Nervo: multa al que cometa faltas de ortografía.
DATOS SOBRE LOS LIBROS DE TEXTO GRATUITOS, PARA QUIEN SABE POCO SOBRE LOS LIBROS DE TEXTO GRATUITOS:
- En 1959, la Conaliteg produjo casi 18 millones de libros de texto gratuitos prácticamente de la nada. Nadie había hecho un tiraje de ese tamaño antes, nadie había producido el papel para imaginar ese tiraje; ni siquiera había una imprenta que pudiera asumir la producción masiva de libros. Por eso, aquellos primeros libros se hicieron en los talleres de Editorial Novaro, que muchos recordamos porque producía los «cuentos», las historietas que leímos en nuestras infancias. El asunto, de proporciones casi heroicas para las condiciones de la época se hizo solamente en 10 meses. Don Martín Luis fue el único que dijo «sí puede hacerse».
- En este siglo XXI, solamente la producción de libros de texto gratuitos de primaria es de 151.3 millones de libros. Si le sumamos lo que se produce para preescolar, los libros de secundaria que se compran a las editoriales privadas para entregarse a los chavos de las escuelas públicas de ese nivel, los libros en braille, los libros en lenguas indígenas, los libros de historia y geografía para cada entidad federativa, los libros para los peques con debilidad visual, y los libros para los alumnos de telesecundaria, son más de 238 millones los libros distribuidos este año. Ningún otro país hace eso.
- En sus orígenes, la Conaliteg era la responsable de la hechura total de los libros de texto gratuitos: contenidos, producción y distribución. Hoy día, y desde los tiempos de José López Portillo, la Comisión es responsable de la producción y la distribución de los libros. La elaboración de los contenidos es atribución de la Subsecretaría de Educación Básica, por medio de su Dirección General de Materiales Educativos.
- Este cambio en el proceso de elaboración ha provocado, a pesar de los años que han transcurrido desde entonces, algunos equívocos. cada vez que se detecta un problema con los contenidos de los libros de texto gratuitos, la bronca aterriza en la Conaliteg, entidad que, hay que decirlo, ha sido sumamente educada al no señalar con el dedo a sus colegas de la SEP, cada vez que hay un problemita de estos.
- Si bien la Conaliteg es responsable del reparto, a todo el país, de los libros de texto, su trabajo llega hasta los almacenes regionales de cada estado. El «trabajo hormiga» que consiste en llevar a cada escuela los libros, corre por cuenta de las autoridades educativas estatales.
- Cada cierto tiempo, hay bronca y polémica por los contenidos de los libros de texto gratuitos. La historia, la educación sexual, el trasfondo ideológico, las ilustraciones. La ortografía se suma a la lista. En 1962, un grupo reaccionarísimo de Monterrey acusó a la SEP de producir «libros comunistas», porque en ninguno de ellos aparecía la expresión «propiedad privada» (!). Con un dejo de venganza, Martín Luis Guzmán mandó a hacer una revisión despiadada, diría yo, de los libros escolares que defendían los críticos del libro gratuito. El resultado era más aparatoso que el de este 2013: mal puntuado, palabras mal empleadas, redacción pobre, y, lo que más les preocupaba a los asesores pedagógicos de don Martín, planteamientos despegados de la realidad, como plantas que hablaban con los niños y cosas así.
- Sobre las 117 faltas de ortografía: si tomamos en cuenta que los 117 errores se localizan en los 42 libros que componen el juego de libros de texto gratuito para primaria, hay, en promedio, algo así como 2.7 faltas de ortografía por libro, que, en general, tiene 200 páginas. Dicho así, suena menos histerizante, pero no menos importante. Y sospecho que el indicador es menor al promedio de erratas por título de algunas editoriales comerciales.
- Todo este mitote sirve para recordar lo importantes que son en nuestra cultura los libros de texto gratuitos, aunque le duelan a los Schettino (Macario) y a los Zuckermann (Leo), que desearían verlos desaparecer -lo han dicho en televisión- porque no forman parte de la cultura de una «democracia liberal». No les vendría mal una cubetada de realidad, para saber que aún hay hogares mexicanos, muchos, donde los únicos libros que hay, son estos. Tampoco les vendría mal saber que hay muchos mexicanos que tienen un fuerte vínculo afectivo con los libros de sus años escolares. Son perfectibles, ciertamente. Y no somos un país escandalosamente próspero que pueda darse el lujo de desaparecerlo. Esa es la realidad, nuestra realidad. Lo que sí es deseable, es que no tengan faltas de ortografía, para empezar.
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