Corría 1944. La Warner Brothers, que ya había producido abundantes caricaturas de propaganda antinazi, alcanzó un nivel altísimo de humor corrosivo y despiadado, como corresponde al mejor espíritu de la caricatura, como se había cultivado en el siglo XIX y como se había afinado en las primeras décadas del siglo XX. El resultado fue una verdadera delicia, tanto desde el análisis de la propaganda, como desde la simple gana de disfrutarlo. Se llamó «Russian Rhapsody».
La Warner, que a la par de los estudios Disney, había producidos diversos materiales animados de tipo propagandístico, había ensayado diversos recursos: El pato Lucas (Daffy) peleando con una negra águila alemana, del mismo modo que el Pato Donald se había alistado en el ejército estadounidense e incluyo había tenido un sueño absurdo donde vivía en la Alemania nazi, lejos de la tierra de promesas y libertad que estaba en América. Incluso, hay por ahí unas muy medianas caricaturas de Superman peleando contra japoneses. Pero la Warner acertó cuando volvió a uno de sus conceptos fundamentales en materia de animación: las Merrie Melodies, historias animadas que se creaban a partir de una pieza de música de concierto, en busca de la concordancia y la armonía.
Se trata de piezas impecables, donde música y acción se ensamblan de manera disfrutable. Las hay tiernas, simpáticas, burlonas o simplemente entretenidas. Pero cuando la Warner aplicó toda la mala fe de la que podía ser capaz su estudio de animación, sin emplear a sus personajes consagrados, brotó una pequeña joya.
Esa pequeña joya es la «Russian Rhapsody», donde, con un fondo de música clásica que se transforma, facilona, en acordes que brincotean en el swing y el jazz, unos perversos duendes rusos sabotean de manera bárbara el avión que pilotea Adolf Hitler y con el que pretende bombardear Moscú, después de anotarse un muy risible discurso -los amigos del sitio Dangerousminds.net consignan que el batiburrillo verbal del Hitler de la caricatura está inspirado en una filmación de la célebre Leni Riefenstahl conocida como Triumph of the Will, e incluye los nombres de los dibujantes del estudio que les dieron vida, a los protagonistas de esta caricatura que dura 7 minutotes de completo delirio.
La caricatura es absurda, alucinante de principio a fin, y con un ritmo explosivo, entre cancioncillas que anuncia la inminencia del desastre, se dedica a pulverizar a Hitler gesto por gesto, palabra por palabra: se burla de su oratoria, de su exaltación, de sus decisiones. Los duendes, que son unos verdaderos desgraciados, son definidos como «A Gremlins from the Kremlin», definición que agarran como bandera de guerra para fastidiar el avión de Hitler, y de paso, a Hitler también.
El asunto es aún más interesante si se mira cómo la caricatura señala a Stalin como el gran espantapájaros de Hitler: ante una máscara del personaje, Adolf, a esas alturas ya bastante histérico, grita como quinceañera aterrada; pero ya no hay remedio: los duendes ya hicieron de las suyas, el avión se cae a pedazos y a Adolf no le queda otra que intentar, sin éxito, salvar el pellejo.
La caricatura podría haberse llamado, con perfecta coherencia, «Gremlins from The Kremlin» y ser igualmente efectiva. Pero, en fin: disfrútenla. Los que tuvimos de niños la suerte de que en el Canal 5 no se fijaran mucho en estos matices de la programación de los productos de la Warner, la vimos unas pocas, poquísimas veces en televisión. Yo creo que a estas alturas es un objeto de culto del mundo de la animación.
Ahora que vuelvo a bucear en lo que fue la entrada de México en la Segunda Guerra Mundial, señalaba en una conversación con los amigos de Twitter, que una de las grandes líneas de estudio de aquel conflicto es, a no dudarlo, la propaganda. La que se hizo en Europa, la que se hizo en Estados Unidos, poderosísima y recreada en muchos países, la alemana, desde luego. Todavía no se acaba de trabajar mucho material sobre estas acciones propagandísticas en el caso mexicano, y hay cosas formidables, algunas de las cuales les contaré después.
Una pieza más que merece una lectura detallada, es «The Ducktators» de la Warner también, pero en blanco y negro y de 1942. Evidentemente, el propósito es el mismo: fastidiar y revelar al respetable auditorio quiénes son estos líderes del Eje… transformados en patos. El pato-Mussolini es una pequeña genialidad. Acá está:
La verdad, con este tipo de caricaturas, agudas, con propósitos definidísimos, las aventuras de Lucas, Donald y Porky -Disney tuvo el buen gusto de no involucrar en esto a Mickey- están bien a secas, y eso explica que, a la distancia, el largometraje que aspiraba, en ese contexto de guerra a promover la unidad de los países latinoamericanos y la hermandad con los Estados Unidos, «Los Tres Caballeros», iniciada a fines de 1942 y estrenada en 1944, parezca hasta aburrida. La verdad.
Una estupenda recopilación Maestra. También en EU se hicieron caricaturas con esos mismos personajes -el conejo de la suerte, el pato Lucas, Elmer- para promover entre los asistentes al cine la compra de bonos de guerra. mismos que se vendían en las salas.
La verdad es que antes del hundimiento del Potrero del Llano, México, entre 1940 y 1942, no veía con tan malos ojos el avance del nazismo. El entonces secretario de Gobernación, Miguel Alemán les permitió un abierto proselitismo, entre ellos la publicación de la revista Timón, de la que hoy se acusa de más al maestro Vasconcelos, pero no se toma en cuenta que los horrores de la guerra no se conocíeron a detalle sino mucho despúes, pese a las advertencias hechas por quienes ya habían abandonado Europa. También está el tema del veto de nuestro petróleo en Estados Unidos e Inglaterra, pero en el que Alemanía sí era nuestro cliente y no lo juzgabamos. Creo que a más de un revolucionario desplazado por el civil estudioso, amante de las armas y de arreglar a tiros las cosas, les caía bien Hitler.
A ver si luego nos habla de cómo se vivió en nuestro país en esos años, con sus racionamientos, falta de medias para las señoras, noticias de guerra en la radio, los encabezados de los periódicos, noticierios del cine y hasta la música. Todavía hay muchas personas que lo recuerdan, aunque en esos años eran niños. Le mando un abrazo. Seguimos.
Querido don Antonio: me ha leído el pensamiento. Algunas cosas de esas cotidianidad las pondré aquí y otras las publicaré en el periódico Crónica el domingo que viene. Hace algún tiempo, cuando estaba escribiendo el libro sobre don Martín Luis Guzmán, me encontré con algunas de esas historias, con la publicidad, con la propaganda que funcionaba en la radio con bastante descaro. Es el momento en que, coincidentemente, entraron a este país las primeras encuestas de opinión, y se armaron borlotes que ahora me parecen maravillosos. Tiene toda la razón en hablar de la germanofilia que había en este país y que se remontaba a principio de siglo. En fin, que de eso va la siguiente entrega aquí y en el periódico. Espero que la disfrute.
Le mando un enorme abrazo, acá seguimos.
Bertha.
Pues que llegue el domingo, maestra. «Se me cuecen las habas» por leer su investigación. Considere también los juguetes de la época: Los soldaditos «buenos», incluían a los alemanes en primer lugar. Mucho gusto en saludarla de nuevo. Seguimos.