Posts Tagged ‘conmemoraciones cívicas

19
Nov
10

Pequeñas respuestas a pequeñas preguntas entretenidas: algo más sobre las voladas periodísticas

Llegan a este Reino multitud de pequeñas preguntas, algunas reiteradas e insistentes, otras de una especificidad que me encanta, una que otra que me pone la carne de gallina. En algunos casos,  se trata de preguntas tan específicas, que en algún rincón de este Reino está la respuesta correcta y exacta, como ha sido cuando llegan visitantes preguntando qué es, en la jerga periodística, qué cosa es «volar», y ya es consuelo que la respuesta de este Reino sirva para algo, sobre todo después de darme cuenta de que en el flamante «Diccionario del Español de México», editado por El Colegio de México (2 volúmenes,  mil 706 paginitas) que ÉSE es, precisamente el significado que está ausente. No me pregunten por qué, máxime que el Diccionario tiene un consejo consultivo amplísimo y prestigiados, sobre los temas más variados. Me encanta ver que hay un consultor para Esgrima, otro para «Marinería», uno para Entomología, para Aeronáutica, para «Ejército»,  Imprenta, Relojería, Veterinaria, ¡Ictiología! Sastrería, «Vocabulario Popular» (dicho en buen español, majaderías, insultos y peladeces) y, volviendo al tema, Periodismo. El consultor en este rubro es, ni más ni menos, don Miguel Ángel Granados Chapa, con suficiente prestigio y horas de vuelo como para que se le hubiera escapado esta peculiar acepción del verbo «volar», no porque él haya «volado» alguna vez en su vida, sino porque tantos años dirigiendo periódicos y noticieros, a él le van a venir a contar que no hay reporteros que inventan cosas. Las «voladas» sirven para muchas cosas, y hasta tienen consecuencias: se vuelven, como la volada que aquí hemos documentado al hablar de Jacobo Dalevuelta y los restos de José María Morelos, curiosidades historiográficas que, cuando se abordan con flojera mental, o poco rigor, se traducen en excursiones emocionantes aunque fallidas, quimeras que se persiguen sin ruta o destino concreto, decisiones que ocasionan, inclusive, el desembolso de recursos públicos.
Una volada puede ocasionar barullos impresionantes: en las redacciones se discute y se le da vueltas, intentando comprobar el alcance de la afirmación o de la nota que, usualmente ha publicado alguien de la competencia. La frase «¡es una volada!» se pronuncia en todo burlón, en tono escéptico, con incredulidad, con furia, incluso, cuando ya recurrimos a todas nuestras fuentes, no hallamos ninguna prueba del dicho del infeliz que lo publicó en otro periódico o lo dijo en otro noticiero, sabemos y hemos probado que el infeliz en cuestión está mintiendo, y no obstante, nos lo siguen reclamando en la redacción.
«Volar», visto así, no es poca cosa. Se requiere, como materia prima, la certeza de que la información del día está tan floja, y vale tan poco la pena para ser publicada o emitida,  que, en un momento de obnubilación, hasta los delirios más bestiales del burro que tenemos cubriendo partidos políticos, Secretaría de Seguridad Pública o la Cámara de Diputados empiezan a verse en la redacción como un material publicable. En segundo término, se necesita creatividad, inventiva y capacidad literaria para armar la invención y consolidar el embuste. De esto se deriva que no «vuela» la bestia más peluda y torpe de la redacción, el compañero más limitado, que a trompicones se mueve por sus fuentes y que la mitad de las ocasiones no entiende un carajo de lo que pasa en los sectores que debe cubrir. «Vuela» el que sabe el terreno que pisa, el que conoce las tripas de las fuentes que tiene asignadas, el que es capaz, en suma, de dotar de verosimilitud sus invenciones, el que puede volver, como Dalevuelta, un «a lo mejor», un «es posible que…»,  un «estamos considerando la posibilidad de….», en el anuncio de la inminente llegada de Cascos Azules a Cancún, para hacer se cargo de la seguridad de los asistentes a la inminente cumbre de cambio climático, como hizo, el sábado pasado, el periódico Milenio, que daba por buena dicha información en su página electrónica. A todo mundo se le pararon las antenas; muchos se preguntaban (nos preguntábamos) dónde estaban los reclamos y rollos y reacciones y pataleos de los mismos senadores que hicieron un gran drama cuando, en septiembre pasado, el gobierno federal les pidió votar, al cuarto para las doce (qué raro), el permiso para el ingreso de las tropas extranjeras que desfilarían el día 16 en las celebraciones del Bicentenario (Como don Porfirio: por eso los acusan, entre otras cosas, de una escandalosa falta de imaginación). Antes que reacciones y consecuencias (era, evidente y previsiblemente, un mitote de grandes consecuencias) hicieran crecer la información, levantando un oleaje formidable, los compañeros de Milenio optaron por desaparecer la nota, muy probablemente cuando se dieron cuenta del alcance de la bronca para la que habían comprado boleto.
Por eso, para «volar» se necesita también otras dos cosas, dos cualidades aplicadas al no tan sano hábito de inventar noticias: la primera,  audacia. Se necesita audacia y valentía para dar el salto y soltar el invento o la exageración o la interpretación que se ha ido hasta la cocina, arañando los terrenos de la novela. Por otro lado,  se necesitan nervios bien templados para aguantar la presión del jefe de información o del editor de la sección, o hasta del director editorial que, intuyendo, oliendo la volada, apergollará al volador y lo zarandeará y someterá a interrogatorio hasta que le encuentre mínimos visos de verosimilitud al rollo que el bicho en cuestión aspira a que se le publique. Insisto, no es poca cosa «volar».  Tal vez sea bueno mandar un correíto a los caballeros de El Colmex para agregar estas humildes reflexiones.
 Pero esta es solamente alguna de las preguntas que llegan a este Reino y garantizan momentos de sano esparcimiento. Aquí dejo algunas respuestas o no-respuestas que sirvan para orientar a las visitas:

Respecto a las numerosas preguntas sobre los personajes de la película «El Infierno», un par de cosas: aquí no sabemos cuántos cárteles hay; menos sabemos cuántos cárteles de sicarios existen. Me temo que debo aclarar a algunos la perra duda: Ni el Benny ni el Cochiloco (este Cochiloco) existieron de verdad. El Cochiloco legendario (un señor de apellido Salcido que no es el Gordo Mata que en la película se cambia su apodo de infancia por el del Cochiloco) años ha que murió y no precisamente en su cama. Y sí, con la pena: el Benny sí se muere en la película.

La  «escena de sexo con el Padre de la Patria» ha resultado muy popular, y efectivamente, es uno de los momentos importantísimos de la hermosa película que es «Hidalgo: la historia jamás contada», y la protagonizan Ana de la Reguera (Josefa Quintana) y Demián Bichir (Miguel Hidalgo).

Los que siguen preguntando por los restos de Hidalgo, la ruta es, en breve, esta: fusilado en Chihuahua, decapitado. La cabeza, diez años a Guanajuato. El resto del cuerpo, enterrado en la misma Chihuahua, como los restos de Allende, Aldama y Jiménez, todos rigurosamente decapitados. Las cabezas, también a la Alhóndiga de Granaditas. Todos los restos, exhumados en 1823 y después de un triunfante show de desagravio por el Bajío, llegaron a la Villa de Guadalupe, y después de una breve estaca en la iglesia de Santo Domingo,  depositados en la Catedral Metropolitana, donde pasan de una capilla, la capilla de la Cena, a la cripta que estaba debajo del altar de los Reyes y de ahí a la capilla de San José, ruta con un intermedio, hacia 1895, donde los sometieron a un vigoroso lavado. De ahí a la Columna de la Independencia, y en este año, de paseo en el Castillo de  Chapultepec y luego a Palacio Nacional, a una especie de capilla ardiente histórica, donde se quedarán hasta el año que viene.

La tumba de Agustín de Iturbide es la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde, en una bonita urna, en la Capilla de San Felipe de Jesús, están los restos del señor al que apodaban «El Dragón de Fierro». Para los morbosos, el cráneo sí tiene tiro de gracia. Luego les enseño unas fotos.

Los fuertes de Loreto y Guadalupe, escenarios de la batalla del 5 de mayo de 1862, forman parte de un desarrollo arquitectónico que, me cuentan desarrolló Pedro Ramírez Vázquez, que incluyó la restauración de la zona, la colocación de carteles patrióticos escritos con mucha buena voluntad y el establecimiento de un museo de sitio. Hay que agregar, para satisfacer la perra duda, que sí se acuñó una moneda de oro conmemorativa del centenario de la batalla. Solamente la he visto en periódicos de 1962, y es tan mala la impresión que ni valía la pena traerla.

En cuanto al corazón de Melchor Ocampo, sí, es preciosa la paradoja: el corazón de uno de los liberales más liberales de la generación de la Reforma, está guardado como reliquia laica en el antiguo Colegio de san Nicolás, en Morelia, y muy bien cuidadito.

Satisfechas algunas curiosidades, miro por la ventana. Alcanzo las luces del espectáculo del Zócalo, una tercera versión de los recorridos históricos que, con desigual fortuna, se han montado para las conmemoraciones de este año. De eso, aún hay tanto que escribir…..

16
Ago
10

Agosto 15: Miguel Hidalgo regresa a la plaza de la constitución

Por Cinco de Mayo entró Miguel Hidalgo al Zócalo. Es la segunda ocasión que lo hace... y en ambas ya estaba muerto

I. LOS HECHOS

Una cosa es cierta: después de dos mesecillos y medio de SPA, los restos de los próceres de la insurgencia llegaron a la Plaza de la Constitución, en un capítulo más de esta trama histórico-simbólica donde los mexicanos seguimos sintiendo el deber, la obligación moral de desagraviar a esta doce.. no,  rectifico, a estos catorce personajes (a eso regresaremos luego) de los primeros días de la guerra de independencia. Ayer atestiguamos un nuevo recorrido desde el castillo de Chapultepec hasta Palacio Nacional, lo que, siendo estrictos, es una absoluta ventaja para los propósitos iniciales de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. En efecto, han entrado a Palacio Nacional, a diferencia de las dos veces anteriores (1823 y 1895), cuando los paseos de huesos tenían otras rutas: la primera, desde la Villa de Guadalupe hasta la Catedral, y la segunda, apenas fue un breve tour de Catedral al edificio del Ayuntamiento, del Ayuntamiento al edificio de la Aduana (la parte antigua de la actual SEP, a un par de cuadras, en la plaza de Santo Domingo) y de la Aduana a la Catedral, con el pequeño avance de salir de la cripta del Altar de los Reyes  para irse a la capilla de San José.

La parte que podríamos llamar «de magro consuelo», es que llegan a Palacio con 200 años de retraso, en calidad de restos áridos y transformados en reliquias laicas (desde el punto de vista estratégico, arribar al sitio planeado al inicio de una campaña militar, en calidad de huesos, digamos que no resulta muy exitoso). Pero han llegado.  Y el operativo, tranquilo y plácido para una mañana de domingo, resultó, me parece, discreto, tal vez más de lo que debería, pero elegante y marcial. Los hay en esta mañana de lunes que opinan que qué chiste, si ya los habíamos visto en mayo pasado. Propósitos ulteriores aparte, el recorrido nos da elementos acerca de la manera en que los chilangos se asoman al Bicentenario del Inicio de la Independencia.

Hay que decir que los cierres de calles no fueron tan atroces como han sido en otros momentos. De hecho, la avenida Cinco de Mayo, por donde entró el cortejo que se sigue definiendo como fúnebre, empezó a bloquearse apenas una media hora antes de que se aproximaran restos, cadetes, soldados, caballos y demás comitiva. Desde luego, había, como siempre, quienes no tenían la más peregrina notica de los acontecimientos de la mañana, y, decididos a pasar su domingo en santa paz, desayunaban en el Majestic, o en el Holiday Inn, o en La Blanca, o andaban en misa, o simplemente papaloteando por el centro, después de haber dejado el auto estacionado en Cinco de Mayo, donde uno se puede estacionar, en principio sin broncas, en domingo. El problema, para variar, es que a nadie le habían avisado desde temprano que en algún momento tendría que mover su auto para que los restos ilustres pasaran por allí. La policía de tránsito, al principio se comportó de manera adecuada: oiga, por favor, mueva su carro, etc, etc, etc, qué no ve que ahí viene el padre Hidalgo, no sea gacho, quite su carrito, que nos están correteando. La mayor parte de la gente reaccionó bien y pronto: los autos se reacomodaron, se metieron a los estacionamientos con una prisa educada. Para los casos extremos (cuatro o cinco autos «abandonados» en pleno Cinco de Mayo por sus propietarios, que ganduleaban en alguna parte del centro), y ya con algún grado de desesperación, los responsables de despejar la ruta optaron por llamar a los malos de la historia: las eternas y siniestras grúas blancas del gobierno de la ciudad que, habilidosos en lo suyo, en tres patadas se habían llevado un Tiida, un Tsuru, un Toyota y un par de autos más.

Lo cierto es que, diez minutos antes de la llegada de los huesos ilustres a la esquina de Cinco de Mayo y Plaza de la Constitución, la calles estaba despejada, la gente alineada en una filita, si bien no densa, sí constante. Así llegaron, como reza el librito simpático de Paco Ignacio Taibo II, el cura Hidalgo y sus amigos.

II. LA GENTE

Es posible que ocasiones como esta nos acerquen a la idea de la generación de transición de la que ya hemos hablado en este Reino; esa en la que convergen diferentes maneras de acercarse al pasado y conmemorarlo. El comportamiento de los chilangos en esta mañana de domingo da señales interesantes.

Curiosidad, morbo incluso, patriotismo, las ganas de no perderse algo que no ocurría desde hace décadas, «interés científico», oscuras motivaciones sociológicas: razones había  de sobra para ir a mirar. Se conjuntan ideas, posiciones ideológicas, ganas de quedarse con una imagen que los que vengan después de nosotros no conocerán sino por las hemerotecas, los discos compactos y dvds y chácharas tecnológicas que se inventen para hacer un transfer que les permita llegar al 2110, y demás maneras de resguardar memoria de las cuales hoy disponemos. Pero tal vez estas texturas, esas miradas, los gestos, los pasos, eso es algo que habría que ver si somos realmente capaces de transmitir, como no sea en los pequeños recuentos de días para recordar.

Cuando se afanaban las grúas en arrastrar los últimos autos, un cincuentón moreno, flaco, en mangas de camisa, gruñó: «Están despejando la calle para que pase el pinche espurio». Nadie le hizo eco. En cambio, una treintona embarazada, a medio metro de distancia, le decía al marido, con evidentes segundas intenciones: «Nunca faltan esos que prefieren hablar de política antes que ser patriotas». Después de la indirecta, satisfecha, sonriente, se frotaba la panza de seis o siete meses, ansiosa de que llegara el cortejo.

Mucha gente mayor, sesentones, setentones, arracimados en el inicio de la plaza. Cierto, había gente de todos colores, edades, sabores e ideas, pero ciertamente mucha de esa gente que creció con una idea de la historia, probablemente más uniforme que la que hoy día las generaciones más jóvenes se esfuerzan por delinear; quizá más formados en la tradición del culto a las reliquias de la patria, menos historia como proceso y más historia de épicas, personajes y hazañas. Es probable que la diversidad de interpretaciones aún no sea tan evidente; los resabios de una cierta manera de aprender la historia -aunque le pese a José Antonio Crespo y a los que exigen una historia para aprender en las escuelas «con aliento democrático», que no ensalze guerras ni violencia- que nos vincula más a Justo Sierra de lo que muchos están dispuestos a reconocer.

Los impulsos colectivos se manifiestan en estos días memorables por muchas razones; los soldados, la policía militar, los cadetes del Colegio Militar reciben aplausos a su paso, la gente también le aplaude a la urna con los cuatro cráneos que durante años colgaron de las mentadas jaulas en la Alhóndiga de Granaditas. Eso no lo pueden evitar todos los afanes de ciertos sectores de la «opinión educada e ilustrada», como les dice don Pepe Fonseca, que, sin pensar en su significado, querrían borrar de un golpe de tecla dos siglos de culto a las reliquias laicas de la insurgencia. Tampoco puede evitar el ceremonial militar, que dispone un «cortejo fúnebre» para el traslado de estos huesos ilustres, que la gente le aplauda a cuatro cráneos, que salen a la calle bastante más blanquitos que como los vimos en mayo. Ni la norma, a la que habría que volver a pensar, ni las reformas educativas, han bastado para frenar ese vínculo que no acaba de ser cariño, que tiene sus buenas dosis de imaginario épico, que sobrevive acicateado por la curiosidad y dibuja uno de estos Días Bicentenarios.

Tan es así que, ingresados los restos a Palacio Nacional, a puerta cerrada, sin una pantalla de leds como las de hace unos meses, o de perdida un megabafle para que la gente escuchara, muchos, unos cuantos cientos, se acomodaron en las vallas, sin oír, sin ver, acaso percibiendo el eco de los aplausos de los invitados que habían llegado en los autobuses estacionados en la calle de Moneda. Esperando algo no muy claro, aún después de marcharse las escoltas de los restos, vistosas y elegantes en todo momento. Esperando, un signo, un guiño de Miguel Hidalgo.

Me quedo con el diálogo entre un chiquito como de ocho años y su padre, un treintón, integrantes de esa clase media baja que la libra día con día a base de terquedad y esfuerzo. El niño preguntaba quiénes eran los personajes cuyos restos acababa de ver pasar, custodiado por soldados y cadetes; rodeados de sables y banderas. Su padre, más con intuición que conocimiento, que no exento de sabiduría, le contestó:

-Esos, m’ijo, son los meros meros.

 

III: TREINTA DÍAS PARA EL BICENTENARIO

Nada más, pero nada menos. Tomen sus providencias.

 

 

31
May
10

Pasear huesos 2: honores y desfile militar del 30 de mayo

El último domingo de mayo de 2010

Pues salieron los huesos de los padres de la Patria. Entre cadetes del Colegio Militar, banderas tricolores con crespones negros y acordes de Marcha Dragona, fueron trasladados al Castillo de Chapultepec, donde se quedarán a pasar el fin de la primavera. Haciendo alarde de un «timming» atroz, el asunto comenzó a la ¡misma hora! que la transmisión del juego de futbol México-Gambia, del que por cierto, no tengo la menor idea de cómo acabó. Por eso podía uno brincotear a lo largo de los cuadrantes radiofónicos y no encontrar sino especulaciones futboleras. 

Pero sobre el asunto de los «huesos patrios» (caramba, qué expresiones inventa la gente), no ha habido desde hace dos semanas quien juzgue piadosamente el asunto. Lo menos que se ha leído es que se trata de una ocurrencia, de una mexicanísima puntada. Y hay mucho de razón en ello, pero bien podríamos preguntarnos qué es lo que hace que aún nos broten este tipo de ocurrencias o puntadas. Acabo de leer un cablecillo de la agencia noticiosa italiana ANSA, que reproduce las opiniones de unos cuantos dirigentes de partidos políticos: «Injustificado», dice Manlio Fabio, priista. Jesús Zambrano, perredista, refunfuña que no halla razón «para ese traslado» e, indignado asegura que hay en el mundo mejores cosas por hacer que «andar molestando en su descanso eterno a los héroes». Es cómodo tirar el trancazo fácil: pero estoy cierta de que, si a cualquiera de los dos señores les hubiera tocado la coyuntura, con sus diferencias y matices, algo hubieran discurrido sobre los homenajes a los insurgentes. A lo mejor no idéntico, no exactamente igual, a lo mejor no habrían emboletado a los señores del INAH en la empresa, pero habríamos visto alguna idea curiosa al respecto.

Porque lo que presenciamos ayer es, sencillamente, uno de los muchos usos del pasado. Como podría serlo un spot de radio o de televisión BIEN HECHO, como lo es un ceremonial cívico, como lo son tantas cosas más que pertenecen a nuestra vida cotidiana. Y afirmarlo no es ninguna idea escandalosa ni malaonda: todos tenemos una idea de cómo asumir nuestro pasado y lo traducimos en actitudes y acciones: andar exhumando personajes ilustres y pasearlos por Reforma, para los propósitos que sean (de eso hablamos luego), revela una posición ante el pasado, una actitud ante la muerte y una irreprimible afición a las reliquias en el sentido más estricto de la palabra.

Salieron los huesos, pues, desfilaron en algo que no entiendo el sentido de llamar «cortejo fúnebre», porque seguramente esa es una de las actitudes que en el pasado determinaron el diseño del ceremonial. Esto es: son restos humanos, entonces todo lo que se les relacione adquiere carácter de ceremonial luctuoso. Y creo que ese es uno de los problemas que plantea la relación con los restos de los personajes ilustres. ¿Son materia de duelo? ¿son materia de recuerdo satisfecho? ¿Los paseo vestido de luto o con júbilo porque las cosas han cambiado mucho en 100 o 150 0 200 años? Esas son las cosas que uno se puede poner a pensar cuando se dispone a desenterrar, re-desenterrar o exhumar a cualquier notable.

Me parece que hay distintas posibilidades para esto, ya que nos ponemos a dialogar con los muertos en la forma más literal posible: ¿por qué no comprar rosas amarillas, claveles rojos, pensamientos pintitos para Miguel Hidalgo? (ustedes disculpen: a mí las flores blancas sí me parecen «flores de muerto») Ya que andamos en esto de la nigromancia les podemos decir, como le diríamos a nuestra tía bisabuela que tiene medio siglo sin asomarse a la calle ni para comprar un manojo de manzanilla, que ya es normal que se vacunen todos los chiquitos, que ya no es común que las mujeres se mueran en alguno de una serie larguísima de partos, que el Estado le paga los libros básicos a los niños? Digo, ya que vamos a echarnos una conversación con los «huesos patrios» (disculpen, pero es que la expresión me da mucha risa), podríamos contarle algunas cosas que hemos hecho bien y luego hacer el mea culpa de toooodas las burradas cometidas en los últimos 85 años.

El caso es que pasearon a los «huesos ilustres»: en algún punto del recorrido, más allá de la glorieta de la Diana alguien se puso a gritar «¡Viva Hidalgo!» y, razonablemente, la concurrencia también vitoreó la urna enorme que contiene los cuatro famosos cráneos. A las edecanes, que se estaban asando en sus vestiditos y medias negras (ah, claro, es que era un cortejo fúnebre…) se les fueron las cabras, se imaginaban un desfile mucho más largo y mucho más lento, de manera que, cuando reaccionaron, se les estaban quedando las brazadas de claveles blancos que les dieron para repartir entre los asistentes con la idea de que fueran lanzadas «al paso de los héroes» (¿qué no lo hubiera escrito así Amado Nervo’). Daban ternura echando carreras rumbo a Chapultepec, a ver si alcanzaban a repartir sus flores. Lo cierto es que mucha gente más bien las tomó como una cortesía de los caudillos de la insurgencia y se llevaron a casa muy buenos ramitos.

Como el cortejo era realmente breve, de repente la gente empezó a tomar la actitud de «ah, caray… ya se acabó» y muy pronto, mientras el número proseguía en Chapultepec, los asistentes a los que no les urgía regresarse a la casa para ver el futbol, se desperdigaron por los locales de la «Feria de Ciudades Amigas» (o algo así) donde, previsores los rusos y húngaros ya tenían listos panecitos recién hechos, galletitas de café con chocolate para desayunar.

Y así, los beneficiarios últimos del desfile federal resultaron los invitados del gobierno de la ciudad de México (les digo que tienen un timming para matarlos), pues, después del paso del cortejo, algunos nos dedicamos a curiosear, a comprar seda indonesia o vino sudafricano, a probar bocaditos chinos, japoneses, indonesios, filipinos, y tooodos a pasear, a ir y venir hacia el entrañable Ángel, donde, una vez que se marcharon los invitados VIP, la gente, ésa que se va al Ángel a celebrar el futbol, una medalla olímpica, el fin de los estudios, se acomodó a tomarse fotos emocionadas o a tomarse un descansito, literalmente a la sombra amorosa del Ángel.

 Algunas notas periodísticas del día enfatizan el hecho de que mucha gente no sabe realmente quiénes se echaban la siesta de la eternidad en la columna de la Independencia. Cierto y ese es uno de los huecos discursivos en estas conmemoraciones. Seguimos creyendo que toda la gente sabe historia básica o «conmemoraciones básicas», pero lo bonito es que, si le damos oportunidad a esa misma gente que tiene inquietud, curiosidad, emoción o incluso morbo por el pasado, de adquirir información, pasan cosas hermosas o conmovedoras. Ayer, mientras los empleados de Presidencia  levantaban el presidium, las cajas de madera negra donde colocaron las urnas con las «reliquias patrias» mientras el Presidente y el ministro presidente de la Suprema Corte se echaban sus discursos (PD: ¡corran al que hizo el horrible discurso del presidente! Sonaba de un anticuado…), la gente se formó en una fila que abarcaba la escalinata y un trecho del asfalto, para entrar a ver las gavetas vacías y la estatua de Guillén de Lampart.

Ese «después» es el que nos enseña por qué 200 años de la insurrección de Hidalgo, los mexicanos sobreviven a todo, a la pobreza, a las crisis, al olvido, a la arrogancia, a la ceguera, a la mala memoria de quienes gobiernan: porque hay tenacidad e ingenio. Abundaban los vendedores que no eran ni turcos, ni españoles ni argentinos: los mexicanos con peculiares mercancías, desde cursos de idiomas hasta trompos muy bien hechos. Burbujas, pelotas de goma, tamales. Pero no se me olvida el señor que vendía el «patito chillón», títere de mano tan tierno como el mejor muppet, que tiene incorporado un silbato y un artilugio que le permite sacar la lengua como un espantasuegras. «Diseño mexicano», pregonaba orgulloso. Un poco apenado por los elogios entusiastas que me despertó el patito, me decía: «Pues ya ve… uno tiene que andar trabajando… pero aquí estamos siempre… buscándole el detalle».

Y ha de ser por eso, porque siempre estamos buscándole el detalle, que este país siempre sobrevive.  Mañana, la historia-historia de los huesos ilustres.

 

26
May
10

Postales del tiempo pasado: El Sargento Manuel de la Rosa o los veteranos de la batalla del cinco de mayo

Don Manuel de la Rosa, a quien una vez le dijeron que en su frente estaba la señal de la victoria

Este es el sargento Manuel de la Rosa, que, hasta los años cincuenta del siglo XX, andaba por allí. Veterano de la guerra de Intervención, era uno de esos que cada cinco de mayo podía mostrar sus heridas y decir que se las habían hecho aquella jornada cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria, pero también es probable que viese en algún momento al general Zaragoza enfurecido, enberrinchado, con ganas de quemar Puebla.

Al sargento de la Rosa lo he conocido a través de un reportaje delicioso como ya no le enseñan a escribir a los chicos en ninguna escuela de periodismo. Publicado hacia 1952, y escrito por el reportero Alberto Gutiérrez Sánchez, de quien, hasta el momento, no he encontrado datos biográficos, ni el diario para el cual trabajaba. Por suerte para nosotros, el libro compilado en 1990 por la desaparecida PIPSA, México en 100 Reportajes 1891-1990, conservó (me imagino más por el personaje del reportaje que por el periodista) este trabajo. Bellísima antología aunque horrorosa edición, tiene el mérito de contener desde el reportaje de la muerte de Guillermo Prieto, uno de los santos tutelares de este Reino, ocurrida en 1897, hasta el rescate, en 1989, de las piezas prehispánicas que se robaron del Museo Nacional de Antropología e Historia en 1985 y que, cuenta la leyenda urbana, fueron la causa de que el historiador Enrique Florescano, director del museo en los días del robo, encaneciera en una sola noche.

Para cuando el reportero Gutiérrez Sánchez escribió del sargento De la Rosa, en ese lejano 1952, don Manuel tenía ¡nada más! 113 años. Como el tiempo se cobraba la fama, ya no estaba el veterano del cinco de mayo para aguantar sus recorridos a pie, de ida y vuelta, entre Palacio Nacional y el bosque de Chapultepec. Entonces, lo llevaban a los actos conmemorativos en un jeep. Tenía, a esas alturas, una gota más o menos molesta. Pero todavía se salía a la calle a pasear. Además, el camión de quince centavos de entonces, no le costaba nada, porque los choferes ya conocían bien a «don Manuelito» y nunca se hubieran rebajado a cobrarle a un héroe de la patria.

Cuenta el reportero Gutiérrez que a don Manuelito, «todo mundo lo quería» y la explicación es tan bonita que aquí se las pongo, para que el sargento De la Rosa sonría dondequiera que ande, y Alberto Gutiérrez Sánchez vuelva a vivir en sus escritura: «A lo mejor es porque, en el tuntún vacilador y tristón de nuestra vida diaria y en un suave rinconcito de nuestro corazón tricolor, ése de los cohetes jubilosos y los discursos de incendio, su nombre humilde y su figura endeble son un símbolo limpio, fuerte, trascendente, de lealtad a la patria, que anda metido en un poquito de historia honda, verdadera y nuestra. «

Vivía el sargento De la Rosa cerca del actual Archivo General de la Nación, en el rumbo de Lecumberri, en la tercera calle de Hojalatería. Zacatecano, muy bailador en sus mocedades, muy chamaco le tocó ser corneta (dice el reportero que otro poco y se presenta ante Zaragoza de pantalón corto) del 15o. Batallón que comandaba Sóstenes Rocha, quien a veces lo pescozoneaba con las espada. Rescató una bandera de las filas enemigas, anduvo en Loreto y Guadalupe en 1862, luego en el 2 de abril, en La Carbonera… presumía en ese 1952 sus dos condecoraciones más queridas: una se la había prendido al pecho el mismísimo presidente Juárez, la otra, Porfirio Díaz.

Tenía nietos el sargento de la Rosa, y uno chiquito que hoy será un hombre ya entrado en años, Arturo, le recitaba a su abuelo: «Yo vi volar en el viento/a una chuparrosa/que llevaba en el piquito/ el sargento De la Rosa«… por este solo reportaje, Alberto Gutiérrez Sánchez debe estar en el cielo de los periodistas.

ALTA TRAICIÓN 3: ¿Qué es eso del Himno Bicentenario?

De veras, ya nada más nos falta el perro Bicentenario (les tengo guardadas unas fotos…) y me temo que de aquí a septiembre aparezca de repente, moviendo el rabo o llegando al escenario con el trotecito que caracteriza a los perros que tienen todo dominado y bajo control. No faltará el perro que se quiera sumar a los voluntarios del australiano Rich Birch, con eso de que quieren a diez mil… Total, no será el primer perro en la historia mexicana, aunque eso es una entrada de próxima publicación en este reino. Apuntemos, por lo pronto, que, en momentos emocionantes, importantes y hasta trascendentes, hay un perro para dar fe de la relevancia del asunto.

Pero por lo pronto, y a falta de perro, resulta que al gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, se le ha ocurrido, en esta sarta de puntadas que bordean las conmemoraciones de 2010, encargar un «Himno del Bicentenario» que no tendría nada de reclamable (total, cada quien se gasta su lana como le da la gana… en el supuesto de que la tenga de a deveras…) si no fuera porque la letra, además de ser bastante medianita (hasta me gusta más el poemita del otro día, ese de los juegos florales de 1962), asoma las orejas de la herencia ¿cristera? a la que tan afecto es, según cuentan, el gobernador Oliva, a quien la imaginería política insiste en meter en ese bote tenebroso que llaman El Yunque. Razones no faltan, Guanajuato es el estado que presume de ser la Cuna de la Independencia, y al mismo tiempo es el estado donde queman libros de texto gratuitos de biología por contener elementos de educación sexual. Lindo Bicentenario.

Hoy martes, el diario capitalino Reforma da la nota en su primera plana: «Alaba Oliva a Cristo rey» («Alaba Oliva…» uff… estos nunca van a aprender a cabecear [titular notas] como Dios manda). Y conste que lo consigno nada más porque es parte del «clima» (jajajajaja) de las conmemoraciones:

«Ay, mi Guanajuato, en tus potreros sigue galopando [¿qué o quién galopa?]/El amor del pueblo [por quién o qué] se manifiesta en el cura Hidalgo [¿¿en el cura??]»

«Lindo Guanajuato, tus peregrinos le van rezando [al cura, me imagino]/Nuestro Cristo Rey [ya salió el peine] es el buen pastor/de este Estado santo [ah, caray]»

Lo más entretenido de esto es que el Himno dichoso ya está grabado y presentado a los integrantes de la Conago, que hace unos días andaban de visita en Guanajuato. El autor es un tal Enrique Guzmán Yáñez, alias «Fato» que me imagino debe ser celebridad local.

El caso es que ya se ha armado oootro oso bicentenario con la letra del Himno. Y la verdad, me parece que hay buenas razones. No sé si al gobernador o a Fato se les olvida que en México hay un estado laico, y que estas son unas conmemoraciones laicas [bueeeno, pero como seguimos con eso de las reliquias patrias…]. Me corrijo: Puede que a Fato se le haya olvidado, pero al gobernador Oliva, simplemente le importa un pistache y hace lo que le da la gana. El pequeño detalle es que el Himno, como el resto de las cosas que se están produciendo en el contexto de las conmemoraciones del Bicentenario del inicio de la Independencia, se hacen CON RECURSOS PÚBLICOS. Si el gobernador Oliva quiere hasta una pastorela, que se la encargue a Fato, a Gato, a Pato o a Rato, pero que la pague de su bolsa. Y yo me pregunto: ¿y qué no hay nadie que tenga que ver que estas cosas no pasen con el dinero PÚBLICO de las conmemoraciones, estatal o federal? Y sí, es una pregunta con una pizca de exigencia y de hartazgo. La neta, mejor hablemos de perros.

12
May
10

Ecos del 5 de mayo 2: Los fuertes de Loreto y Guadalupe

Curiosa forma de memoria

Algunas visitas a este Reino han llegado queriendo saber más de los fuertes de Loreto y Guadalupe. Por eso agrego algunas de estas fotos de ambos emplazamientos, que hoy día se encuentran en lo que se llama Centro Cívico 5 de Mayo (concepto que se inauguró, precisamente, en las conmemoraciones de 1962), donde resulta que ambos cerritos ya han sido engullidos por el crecimiento de la ciudad, lo mismo que el Cerro de las Campanas de Querétaro («¡Ah! usted quiere ir al centro!», me dijeron la primera vez que intenté una excursión al sitio) o el pueblo de El Saucito en San Luis Potosí.

Sobre los fuertes, un material de divulgación de la Secretaría de la Defensa, escrito por el general Hermenegildo Cuenca Díaz hace unos 35 años, explica que los fuertes dominan Puebla y capturar el fuerte de Guadalupe «tiene que dar como resultado la rendición de la ciudad».  Zaragoza cuenta en su parte de la batalla que, no bien llegó con sus tropas a la zona, dió órdenes para establecer «un regular estado de defensa» en los cerros de Guadalupe y Loreto, «haciendo activar la fortificación de la plaza que hasta entonces estaba descuidada». Seguramente fue una de las primeras molestias que le provocó todo aquel acontecimiento.

Pero los cerros de Guadalupe y Loreto, agrega Zaragoza en el parte, fueron cubiertos con mil 100 hombres y dos batería. Calculaba este texano habilidoso que podría librar batalla con los franceses a campo raso, llevándolos hacia el oriente de la ciudad. Pero los franceses no tenían intenciones de dejarse llevar y optaron por atacar primero el fuerte de Guadalupe. Cuenta Zaragoza que al inicio hubo muchos tiros y disperos de cañón, «que mucho ofendieron a las habitaciones de la plaza», cuestión que resulta evidente hoy, cuando del fuerte de Guadalupe no quedan sino unos pocos y apaleados muros. Hay que decir en abono del INAH de Puebla que lo que queda de Guadalupe está bien cuidado y en estado decoroso.

Tres horas duró el asunto; tres veces intentaron las fuerzas francesas tomar Guadalupe y tres veces los rechazaron.  La victoria que a la fecha es asunto de mucho orgullo nacional y de un extraordinario orgullo de las comunidades mexicanas en Estados Unidos costó unos 600 o 700 muertos y heridos entre los franceses, Zaragoza calculaba en 400 las bajas mexicanas.

Zaragoza se decía contento de sus oficiales y soldados «Todos se han portado bien», apuntó. Hasta de los franceses hablaba bien: «Los franceses han llevado una lección muy severa; pero en obsequio de la verdad diré: que se han batido como bravos, muriendo una gran parte de ellos en los fosos de las trincheras de Guadalupe». Cuenta el general un detallito interesante: al día siguiente daba cuenta de una treintena de franceses prisioneros, a los que, un par de días más tarde, los soldados mexicanos les arrancaban las medallas, huellas de batallas victoriosas, a estos prisioneros. Cuenta Zaragoza que, al ser despojados, los soldados franceses se echaban a llorar.

Pero lo que hoy son estos dos cerritos fortificados resulta muy interesante al paseante del siglo XXI. Los letreros  datan de aquel Centenario conmemorado en 1962 y convierten la zona en un sitio peculiar, donde el pasado se recuerda, se elogia y se enaltece por medio de megacarteles que nos recuerdan el caudal de heroísmo vertido por los mexicanos en 1862 (si se hubiera podido contabilzar en litros, qué necesidad de batalla había, los franceses se hubieran muerto ahogados).

Interesante modo de recuperar el pasado, de montar una especie de «teatro de la memoria» para el pasante que transita entre los dos cerritos. El ascenso a Loreto es un poco más difícil que a Guadalupe, pero la visita es animada. Todo el recorrido está lleno de estos carteles que le recuerdan al caminante que estpa en el escenario de uno de los grandes momentos de la historia nacional. Quizá lo llamativo es el mecanismo: carteles permanentes a lo largo de tooodo el sitio: se enuncia el valor, el heroísmo, el hecho de la victoria sobre un enemigo muy poderoso, el que los hombres del presente pisan una tierra convertida en teatro del heroismo por hombres que vivieron hace casi siglo y medio. Quizá el que excede un poco el buen gusto es el que fotografié y está al inicio de la entrada anterior de este reino: ese espectacular que apunta el paradero final de los restos de don Ignacio y, faltaba más, de doña Rafaela.

A ese  respecto hay que decir que a Zaragoza, recién muerto, se le fue a dejar al Panteón de San Fernando y para completar este curioso discurso espacial erigido en Puebla en 1962, se le exhumó ciento cuatros años después, en 1976, un día 4 de mayo. Cuentan que, al sacarlo de su sepultura, estaba en perfecto estado de conservación (por lo que sabemos, los mexicanos éramos buenísimos embalsamadores) y que hasta sus anteojos ovalados estaban ahí intactos. En fin, que lo cambiaron de estuche y se lo llevaron al nuevo monumento donde ahí sigue, para que propios y extraños lean el enorme rótulo que da cuenta del sitio donde él se entretiene en eso de la eternidad.

Si bien es cierto que ambos fuertes se encuentran en buen estado, lo que debieran ser jardincitos atractivos no lo son tanto. Me encanta ese rótulo donde dice que el terreno que uno pisa ha sido abonado con la sangre de los valientes mexicanos… que evidentemente no es la mejor vitamina para el pasto ni para las plantas. Arriba, en Guadalupe, hasta los arbustos tienen forma de cañoncitos, pero una buena mano de gato al resto de la cuesta hacia los fuertes no le haría nada mal a nadie. Por lo menos, podría plantearse de ese modo que la sangre de héroe es el mejor abono que puede existir.

 

No importa que no quepa el texto cuando hay buena fe

05
May
10

Ecos del 5 de mayo

A veces la vida se pone vertiginosa. Tan vertiginosa que no habían llegando las muchas palabras escritas desde el pasado 16 de febrero a este blog. Pero hago mea culpa y habrá que ponerlas todas a disposición de ustedes mis amigos. Pero hablando de cosas serias y no tan serias, hoy es cinco de mayo.

 Oooootra vez cinco de mayo, y mientras iniciaba estos renglones, el presidente, allá en Puebla, como corresponde, va y deja una corona y monta una guardia ante el monumento que guarda los restos de Ignacio Zaragoza y de su esposa doña Rafaela Padilla. A ella le fue bien… en principio, y según el ideal decimonónico de acabar hasta en la sepultura junto al marido, aunque se le detestara cordialmente, o al amante imposible, aunque el muy bestia jamás se hubiese animado a mejorar el estado de cosas PARÉNTESIS: para ejemplo de esto, ahí anda la historia de Lola Escalante, la eterna novia de José María Lafragua, allá en el Pantéón de San Fernando. Su fidelidad y paciencia, y su incapacidad para poner en su sitio a un pretendiente que, alegando un padecimiento cardiaco, la amenazaba cada tanto con que se moriría de un infarto si Lola acababa de casarse de una buena vez con Lafragfua,  le valieron un lindo monumento de mármol de Carrara, encargado a Italia y dirigido por los famosos hermanos Tangassi, porque cuando parecía que todo iba de maravillas y la pareja sería feliz por siempre, a Lola se la llevó la epidemia de cólera de 1850. Enterrada en el Panteón de San Fernando, el novio, de quien Vicente Riva Palacio hizo un texto satírico delicioso, solamente se tardó tres años en traer de Italia el mentado monumento. Como lo trajo uno de los Tangassi, quien supervisó el armado, ya se puede uno imaginar lo que costó el numerito. Pero San Fernando es escenario de todo tipo de extravagancias, peculiaridades, aficiones  y locuras, de los del siglo XIX y de los del siglo XX. Al rato les platico.

Porque yo estaba en esto del cinco de mayo (que también tiene que ver con San Fernando) y decía que por una de esas cosas raras la esposa de Zaragoza sí fue a dar al monumento de Puebla, aunque no sepamos a estas alturas si estaba harta o no del marido soldado al que nunca veía y que tuvo la poca delicadeza de morirse a los pocos meses que ella, dejando a la única hija huérfana pero eso sí, siendo héroe y benemérito de la patria. No obstante, a ella SÍ la trasladaron a Puebla para que durmiera el sueño eterno con su marido.  OTRO PARÉNTESIS: A la esposa de Pino Suarez, Doña María Cámara, y a doña Sara Pérez, la esposa de Madero, parece que no les fue tan bien al respecto. Ellas, en principio, siguen en el Panteón Francés de la Piedad, (Doña Sara en una fosa junto a la que, en ese lejano 1913, fue la primera sepultura de su esposo, doña María, una placa señala que se la inhumó en la misma tumba que al vicepresidente Pino Suárez. A lo mejor Eva María Ponce nos puede decir si hubo algún cambio cuando se llevaron a don José María) mientras sus mariditos se entretienen uno, (Madero), con toooodos sus amiguitos los revolucionarios allá en la Plaza de la República, y Pino Suárez, que era poeta, debe sentirse más a gusto en la Rotonda de los Hom… perdón, de las Personas Ilustres.

Y sigo: yo estaba en esto del cinco de mayo, y lo primero que espero es que, puesto que el presidente se dignó ir, hayan limpiado toda la zona de lo que fueron los fuertes de Loreto y Guadalupe, y que hoy es un parque dentro de la ciudad de Puebla. Las fotos que aquí ven, las tomé una navidad de… hace un año y meses, sí, en la navidad de 2008, y aparte de que el museo estaría cerrado en uno de los días festivos en los que la gente SÍ PUEDE IR. Tengo que decir que emociona caminar por el fuerte de Loreto, pues de Guadalupe queda poquísimo y era más bien templo convertido en fortificación , imaginándose al ejército mexicano maltrecho, hambreado, harapiento y sin embargo dispuestos a vender caros sus pellejos, aunque los infelices poblanos les hubieran escatimado hasta el insulto los recursos para su manutención. Triste jornada en la que siendo comandante del ejército sabes que se te van a morir muchísimos y sin embargo les tienes que dar ánimo y decirles, como les dijo Zaragoza «Veo en sus frentes la señal de la victoria».

Pero también me acuerdo que en 1962 las conmemoraciones por el centenario de la única victoria militar seria que ha tenido el ejército mexicano (porque no me digan que es mucho mérito que unos 500 arrasen a 60 legionarios en Camarón). Eran los días del gobierno de López Mateos (que, o mucho me equivoco, pero a ratos creo que es el referente histórico de muchos que en el gobierno federal viven hoy día pensando, soñando con ese poder omnipotente, omnipresente que piensan que era el patrimonio de las presidencias priistas de los años sesenta) cuando los periódicos hablaban de auténticas multitudes marchando hacia Puebla para asistir a la ceremonia conmemorativa de este centenario. Eran tiempos interesantes: un televisor grande de General Electric costaba más de cinco mil pesos, exactamente 5 mil 995; y  un traje de mujer caro (de lana tipo «pelo de foca» [?]) en el Palacio de Hierro costaba 283 pesos. (Pienso que en 1962 Martín Luis Guzmán pagó cinco mil pesotes a Jorge González Camarena por «La Patria», cuadro emblemático de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos y de la educación pública mexicana). Más datitos:  Felipe Calderón, hoy cinco de Mayo de 1962 tomaba protesta a los conscriptos. El maestro de ceremonias dijo algo que no quedó muy claro: «El ciudadano Presidente de los Estados Unidos Mexicanos realizará la Toma de Protesta, haciendo llegar su voz hasta el último rincón del país a través de la Red Nacional de Radio y Televisión» (woooooo, el último rincón del paíiiiiis) . No me quedó claro qué significa el dato, en términos prácticos, pero me hizo recordar que en 1962 López Mateos tomó protesta a 300 mil conscriptos en todo el país por medio de «un sistema de radio». A saber si querían decir eso en este 2010 o solamente querían decir que la cadena nacional es la cadena nacional.

Sigo contando: en ese 1962 hubo un desfile conmemorativo en Puebla, con 15 mil efectivos, entre conscriptos, tropas y alumnos de escuelas militarizadas. Hubo otra cosa entretenidísima: un equipo de 120 corredores, de los cuales 60 eran poblanos llevaron a carrera limpia y hasta puebla una caja que contenía tierra del sitio de nacimiento de Ignacio Zaragoza (o sea, hablamos de Goliad, en la lejana Texas, alguna vez mexicana) y una antorcha con un fuego conmemorativo (como pueden ver no estamos inventando NADA en materia de conmemoraciones). Habían comenzado a correr el 21 de abril y el 1 de mayo andaban entrando a Puebla y un corredor de 18 años, Agustín Moreno, le daba el dichoso cilindro de tierra al gobernador Fausto M. Ortega.

Pasaban cosas ese mayo de 1962: era la quinta semana de éxito en cartelera de «Psicosis», de Hitchcock, Jorge Ferretis, Director General de Cinematografía se había muerto el 28 de abril y las esquelas abundaban. Se anunciaba la película «El centauro del Norte» con José Elías Moreno y María Antonieta Pons que presumía de presentar al cineaficionado «¡las más bonitas canciones de la época!» en esta película «emotiva, alegre, comántica y muy mexicana».

Como ya estaban a un pelo de los festejos del 10 de mayo, Los anuncios ya se centraban en el tema. Liverpool ofrecía «el regalo ideal para mamá», un delantal de algodón a sólo 14.95 pesos.  (suena, tantos años después, hasta ofensivo, pero me acuerdo que, en los sesenta, el delantal era una prenda de uso frecuente entre las amas de casa de algún tipo). Claro que también había regalos de más clase, como guantes de cabritilla a 45 pesos, semilargos de nylon a 49.50 (y no sé en qué momento las mujeres dejamos de usar guantes. tan bonitos que son. Aunque con los 32 grados que dicen que hay ahorita al mediodía del 5 de mayo de 2010, ni a quien se le antojen).

Se emitieron en ese mayo de 1962 dos medallas (¿monedas?) conmemorativas: de oro, una que representaba a Zaragoza a caballo. ¡37.5 gramos oro, 38 milímetros de diámetro y costaba 585 pesos con todo y estuche! La de plata también con Zaragoza a caballo, 19.8 gramos plata, 36 milímetros de diámetro, costaba muuucho menos, como diez pesos.

Se editó un libro conmemorativo:  «A cien años del cinco de mayo de 1862», auspiciado por Manuel J. Sierra, quien era el oficial mayor de la Secretaría de Hacienda, donde escribieron Catalina Sierra Casasús, personaje interesantísimo, Agustín Yáñez, Rubén Bonifaz Nuño, Melchor García Reynoso. La comunidad artística de Corpus Christi, Tecas, también se disponían a emprender enorme fiesta, y la publicidad aprovechaba para hacer patente su presencia en aquella jornada de conmemoraciones: Tequila Cuervo, por ejemplo, en un anuncio entero (una plana… nada despreciable), le decían a los lectores de la ciudad de México: «Cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria frente a la ciudad de Puebla en 1862, hacía 39 años que el pueblo mexicano brindaba con Tequila Cuervo…» y, para que vean lo que era la economía en aquellos años, el Banco de Comercio de Puebla invitaba a todo el país a invertir en el estado, con las siguientes ventajas: a. Exención fiscal por 10 años. b. Los salarios y costos eran más bajos que en el DF. c. Su cercanía a la ciudad de México y al puerto de Vercaruz. 4. Disponibilidad de agua y electricidad.

Son algunas cosas de otro centenario, de otro país que tenía aún mucho de rural. Era otro cinco de mayo, claro, distinto al de 2010 donde la efeméride cívica se ajusta a la agenda politica de un gobierno. Si eso no es tener una idea concreta de para qué sirve la historia, díganme entonces qué es.

02
Ene
10

Cuenta pendiente de noviembre: La fugacidad, lo trascendente y la evocación, casi espírita de la Revolución

Un mexicano (dizque) promedio, con una jornada laboral de lunes a viernes, no se levanta en sábado o domingo antes de las nueve de la mañana. Con el reto de poner en pie a toda una familia para estar paraditos en Paseo de la Reforma para ver el sábado 21 de noviembre el desfile conmemorativo del 20 de noviembre y que originalmente se iba a festejar con fuegos artificiales extra el jueves 19 (ya sé, ya sé, pero qué quieren que les diga, así pasó), la empresa se vuelve complicada. Eso explica que el desfile del sábado 21 de noviembre, cuya duración cuantifican las diversas fuentes informativas entre 20 y 25 minutos, se viera más por fotografías en los periódicos que por la, digamos, vivencia, del caso.

Si a este conjunto de chilangos le sumamos el otro conjunto de chilangos que TIENE que trabajar en sábado porque esas son sus circunstancias, porque las condiciones de su empleo y el magro sueldo que reciben (meseros, dependientes, empleados domésticos, obreros, albañiles, etc, etc, etc…) solamente les permiten un día de asueto que frecuentemente NO es sábado… las posibilidades de audiencia se reducen.

Los que llegaron a las 10 de la mañana, de ese sábado, hora promedio en que un chilango que no tiene nada serio que hacer ni objetivo concreto que perseguir en día no laborable, decide asomar las orejas al mundo,  ya no vieron sino los pendones colgados en Reforma,  “revolucionarios” vestidos de manta y adelitas con gafete de “staff” al cuello, sentados en las banquetas, aguardando quién sabe qué… (se me ocurre que a lo mejor la evocación –e invocación- del espíritu de Madero… con los consecuentes pitorreos publicados en la prensa el domingo… 22.

Lo que es cierto es que recuperar este sainete del mes pasado que, por cierto, no pasa de ser, una vez más, un mitote del altiplano… es para dejar asentada otra de las señales definitivas del pre-pre ensayo de las conmemoraciones de 2010…. Donde ojalá las cosas no sean producto de una decisión tomada tres días antes, porque así no hay planeación seria que aguante las locuras ni los cambios de humor, ni los arranques ni las inspiraciones, o peor aún, las iluminaciones y las epifanías.

Y subrayo lo del “mitote del altiplano”, porque en muchas otras partes del país a los gobiernos locales les importan un rábano nuestras batallas conmemorativas CHILANGAS (no se nos quita, digan lo que digan, la vocación centralista y tlatoanesca) porque ELLOS tienen sus propias batallas conmemorativas, de las cuales nos enteramos a veces por la prensa, y en ocasiones por las fotos PAGADAS que los gobiernos estatales pagan en los periódicos de la Ciudad de México para que nos enteremos que el Fuego Bicentenario anda por sus dominios… asunto que de otra manera y aún así, resulta inexistente para la mayor parte de los que mínimamente le echan un ojo a las noticias a diario, ya no digamos a los que andan por el mundo sin importarles un cuerno lo que hacemos los periodistas.

Y  si hubo uno o dos desfiles ese 21 de noviembre, si era homenaje a los caballos (¡háganme favor….!! Y así lo publicó el Reforma… y ya sé, flota la saludable sospecha sobre un burro reportero… ) o se quiso resucitar el tema cívico-deportivo,y si en un alarde de mal gusto se regalaron sombreros como los de los campesinos revolucionarios de los murales de Siqueiros, con matraca y banderita…  ya son estampas de la crónica fugaz (y eso es lo patético), testimonios de la intrascendencia y signos de la adicción a la improvisación, sólo eso.

Así fue que llegamos (el sábado 21) a la conmemoración del 99 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana de 1910. Así fue que llegamos, en esa batahola de actitudes (positivas, negativas y de las extremas en ambos polos), de evocaciones (en el sentido espírita de la palabra), de encomendaciones (a la Providencia o Palas Atenea, o de perdida al Ángel de la Independencia), un día menos en la cuenta regresiva… así fue que llegamos y las discusiones aún han de repuntar en el ambiente…

20
Nov
09

Ahora sí: la cuenta regresiva de los Centenarios

Que así nos florezcan la patria y la memoria

Hoy empieza el tiempo hacia atrás. Dentro de un año estaremos llegando a la culminación de las conmemoraciones de 2010… al menos en términos de efeméride y de discurso y de fecha señera de arranque, porque en 2011 habrá que pensar en los bicentenarios y los centenarios de otros personajes, otros hechos y otras batallas, reales o simbólicas.
De entrada, las discusiones por el desfile conmemorativo del 20 de noviembre… que se efectuará el 21 de noviembre (ay, bueno, es un asunto de actitud… me dicen), ya son indicadores de un cambio concreto, el de la expresión múltiple, variada y plural de la colectividad: que si es circo a falta de pan, que si es el clásico pan-circo, que si es maravilloso reponer lo que Vicente Fox en un arranque de incompetencia suprimió de los rituales cívicos (no olvidemos que esa medida, en su momento, fue festejada enormidades por la «conciencia crítica» de este sufrido país, entre la cual se contaban unos cuantos historiadores críticos o algo así…) que si es una escandalosa falta de coherencia de los gobiernos de la alternancia (ooooh, qué fea actitud… es que ahora todo mundo dice que las broncas nacionales, chicas o grandes, son un problema de actitud….), que si no tiene trascendencia, que si hay mejores maneras de celebrar a la patria… hay tantas voces en esta mañana de viernes… que da emoción mirar el complejo, abigarrado, violento pero tierno (Milanés dixit) mosaico que somos: no sólo opulencia, no sólo indigencia, no sólo dolor, no sólo emoción alegre de mirar a la ciudad despertar con el Popocatépetl fumando el último cigarro de la madrugada… no sólo ceguera, no sólo soberbia, no sólo egoísmo: también algo como que se parece a la esperanza (no la de López), la de la alegría creadora y la alegría del pensamiento, la incertidumbre de los días que vendrán y la alegría de los días que vendrán: esta es mi narración de los Centenarios, historias del pasado y del presente… de algo que pelea por volver a ser felicidad, de algo que se escribe con la conciencia de lo irrepetible…. sea para bien.




En todo el Reino

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