Llegan a este Reino multitud de pequeñas preguntas, algunas reiteradas e insistentes, otras de una especificidad que me encanta, una que otra que me pone la carne de gallina. En algunos casos, se trata de preguntas tan específicas, que en algún rincón de este Reino está la respuesta correcta y exacta, como ha sido cuando llegan visitantes preguntando qué es, en la jerga periodística, qué cosa es «volar», y ya es consuelo que la respuesta de este Reino sirva para algo, sobre todo después de darme cuenta de que en el flamante «Diccionario del Español de México», editado por El Colegio de México (2 volúmenes, mil 706 paginitas) que ÉSE es, precisamente el significado que está ausente. No me pregunten por qué, máxime que el Diccionario tiene un consejo consultivo amplísimo y prestigiados, sobre los temas más variados. Me encanta ver que hay un consultor para Esgrima, otro para «Marinería», uno para Entomología, para Aeronáutica, para «Ejército», Imprenta, Relojería, Veterinaria, ¡Ictiología! Sastrería, «Vocabulario Popular» (dicho en buen español, majaderías, insultos y peladeces) y, volviendo al tema, Periodismo. El consultor en este rubro es, ni más ni menos, don Miguel Ángel Granados Chapa, con suficiente prestigio y horas de vuelo como para que se le hubiera escapado esta peculiar acepción del verbo «volar», no porque él haya «volado» alguna vez en su vida, sino porque tantos años dirigiendo periódicos y noticieros, a él le van a venir a contar que no hay reporteros que inventan cosas. Las «voladas» sirven para muchas cosas, y hasta tienen consecuencias: se vuelven, como la volada que aquí hemos documentado al hablar de Jacobo Dalevuelta y los restos de José María Morelos, curiosidades historiográficas que, cuando se abordan con flojera mental, o poco rigor, se traducen en excursiones emocionantes aunque fallidas, quimeras que se persiguen sin ruta o destino concreto, decisiones que ocasionan, inclusive, el desembolso de recursos públicos.
Una volada puede ocasionar barullos impresionantes: en las redacciones se discute y se le da vueltas, intentando comprobar el alcance de la afirmación o de la nota que, usualmente ha publicado alguien de la competencia. La frase «¡es una volada!» se pronuncia en todo burlón, en tono escéptico, con incredulidad, con furia, incluso, cuando ya recurrimos a todas nuestras fuentes, no hallamos ninguna prueba del dicho del infeliz que lo publicó en otro periódico o lo dijo en otro noticiero, sabemos y hemos probado que el infeliz en cuestión está mintiendo, y no obstante, nos lo siguen reclamando en la redacción.
«Volar», visto así, no es poca cosa. Se requiere, como materia prima, la certeza de que la información del día está tan floja, y vale tan poco la pena para ser publicada o emitida, que, en un momento de obnubilación, hasta los delirios más bestiales del burro que tenemos cubriendo partidos políticos, Secretaría de Seguridad Pública o la Cámara de Diputados empiezan a verse en la redacción como un material publicable. En segundo término, se necesita creatividad, inventiva y capacidad literaria para armar la invención y consolidar el embuste. De esto se deriva que no «vuela» la bestia más peluda y torpe de la redacción, el compañero más limitado, que a trompicones se mueve por sus fuentes y que la mitad de las ocasiones no entiende un carajo de lo que pasa en los sectores que debe cubrir. «Vuela» el que sabe el terreno que pisa, el que conoce las tripas de las fuentes que tiene asignadas, el que es capaz, en suma, de dotar de verosimilitud sus invenciones, el que puede volver, como Dalevuelta, un «a lo mejor», un «es posible que…», un «estamos considerando la posibilidad de….», en el anuncio de la inminente llegada de Cascos Azules a Cancún, para hacer se cargo de la seguridad de los asistentes a la inminente cumbre de cambio climático, como hizo, el sábado pasado, el periódico Milenio, que daba por buena dicha información en su página electrónica. A todo mundo se le pararon las antenas; muchos se preguntaban (nos preguntábamos) dónde estaban los reclamos y rollos y reacciones y pataleos de los mismos senadores que hicieron un gran drama cuando, en septiembre pasado, el gobierno federal les pidió votar, al cuarto para las doce (qué raro), el permiso para el ingreso de las tropas extranjeras que desfilarían el día 16 en las celebraciones del Bicentenario (Como don Porfirio: por eso los acusan, entre otras cosas, de una escandalosa falta de imaginación). Antes que reacciones y consecuencias (era, evidente y previsiblemente, un mitote de grandes consecuencias) hicieran crecer la información, levantando un oleaje formidable, los compañeros de Milenio optaron por desaparecer la nota, muy probablemente cuando se dieron cuenta del alcance de la bronca para la que habían comprado boleto.
Por eso, para «volar» se necesita también otras dos cosas, dos cualidades aplicadas al no tan sano hábito de inventar noticias: la primera, audacia. Se necesita audacia y valentía para dar el salto y soltar el invento o la exageración o la interpretación que se ha ido hasta la cocina, arañando los terrenos de la novela. Por otro lado, se necesitan nervios bien templados para aguantar la presión del jefe de información o del editor de la sección, o hasta del director editorial que, intuyendo, oliendo la volada, apergollará al volador y lo zarandeará y someterá a interrogatorio hasta que le encuentre mínimos visos de verosimilitud al rollo que el bicho en cuestión aspira a que se le publique. Insisto, no es poca cosa «volar». Tal vez sea bueno mandar un correíto a los caballeros de El Colmex para agregar estas humildes reflexiones.
Pero esta es solamente alguna de las preguntas que llegan a este Reino y garantizan momentos de sano esparcimiento. Aquí dejo algunas respuestas o no-respuestas que sirvan para orientar a las visitas:
Respecto a las numerosas preguntas sobre los personajes de la película «El Infierno», un par de cosas: aquí no sabemos cuántos cárteles hay; menos sabemos cuántos cárteles de sicarios existen. Me temo que debo aclarar a algunos la perra duda: Ni el Benny ni el Cochiloco (este Cochiloco) existieron de verdad. El Cochiloco legendario (un señor de apellido Salcido que no es el Gordo Mata que en la película se cambia su apodo de infancia por el del Cochiloco) años ha que murió y no precisamente en su cama. Y sí, con la pena: el Benny sí se muere en la película.
La «escena de sexo con el Padre de la Patria» ha resultado muy popular, y efectivamente, es uno de los momentos importantísimos de la hermosa película que es «Hidalgo: la historia jamás contada», y la protagonizan Ana de la Reguera (Josefa Quintana) y Demián Bichir (Miguel Hidalgo).
Los que siguen preguntando por los restos de Hidalgo, la ruta es, en breve, esta: fusilado en Chihuahua, decapitado. La cabeza, diez años a Guanajuato. El resto del cuerpo, enterrado en la misma Chihuahua, como los restos de Allende, Aldama y Jiménez, todos rigurosamente decapitados. Las cabezas, también a la Alhóndiga de Granaditas. Todos los restos, exhumados en 1823 y después de un triunfante show de desagravio por el Bajío, llegaron a la Villa de Guadalupe, y después de una breve estaca en la iglesia de Santo Domingo, depositados en la Catedral Metropolitana, donde pasan de una capilla, la capilla de la Cena, a la cripta que estaba debajo del altar de los Reyes y de ahí a la capilla de San José, ruta con un intermedio, hacia 1895, donde los sometieron a un vigoroso lavado. De ahí a la Columna de la Independencia, y en este año, de paseo en el Castillo de Chapultepec y luego a Palacio Nacional, a una especie de capilla ardiente histórica, donde se quedarán hasta el año que viene.
La tumba de Agustín de Iturbide es la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, donde, en una bonita urna, en la Capilla de San Felipe de Jesús, están los restos del señor al que apodaban «El Dragón de Fierro». Para los morbosos, el cráneo sí tiene tiro de gracia. Luego les enseño unas fotos.
Los fuertes de Loreto y Guadalupe, escenarios de la batalla del 5 de mayo de 1862, forman parte de un desarrollo arquitectónico que, me cuentan desarrolló Pedro Ramírez Vázquez, que incluyó la restauración de la zona, la colocación de carteles patrióticos escritos con mucha buena voluntad y el establecimiento de un museo de sitio. Hay que agregar, para satisfacer la perra duda, que sí se acuñó una moneda de oro conmemorativa del centenario de la batalla. Solamente la he visto en periódicos de 1962, y es tan mala la impresión que ni valía la pena traerla.
En cuanto al corazón de Melchor Ocampo, sí, es preciosa la paradoja: el corazón de uno de los liberales más liberales de la generación de la Reforma, está guardado como reliquia laica en el antiguo Colegio de san Nicolás, en Morelia, y muy bien cuidadito.
Satisfechas algunas curiosidades, miro por la ventana. Alcanzo las luces del espectáculo del Zócalo, una tercera versión de los recorridos históricos que, con desigual fortuna, se han montado para las conmemoraciones de este año. De eso, aún hay tanto que escribir…..
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