Posts Tagged ‘Daniel Giménez Cacho

10
May
11

Incorrecciones políticas 1: el (triste) epílogo del cine del Bicentenario

Permítaseme ejercer mi derecho de pataleo con respecto a la entrega de los Arieles 2011.  En estos tiempos en que el mentado «círculo rojo» se da el lujo de exigir un país de alta conciencia ciudadana, sin que le importe un celestial pistache que la gente a la que se les exige esta conciencia democrática tiene, por lo pronto, preocupaciones más terrenales. Saber qué y de dónde comerán al día siguiente, por ejemplo. Por eso, camino por una ruta de este Reino donde la incorrección política es determinante, y por eso me resisto, en definitiva a creer que «El Infierno» de Luis Estrada, sea la mejor película de 2010, y que el domingo pasado se haya llevado nueve Arieles (la versión mexicana de los Óscares, con las distancias y proporciones inevitables) por su calidad cinematográfica.

Son muchos los caminos de la militancia, de la posición política y de la ideología. Sería ingenuo pensar que el cine, la obra cinematográfica, logra eludir esas aguas pantanosas.  De hecho, no podemos sustraernos en nuestra vida diaria a eso que llamamos «ideología», y eso no es ningún descubrimiento reciente, aunque cuando salgo de ciertos seminarios allá en el posgrado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, me parezca que sí. Y por eso entiendo que el ahora multipremiado (palabreja que les encanta a los que hacen las secciones de espectáculos en los periódicos y yerbas informativas similares) director Luis Estrada asegure que su película es su manera de protestar por el deterioro, por la crisis, por la aterradora violencia que fastidia la vida en varias zonas del país que a diario aparecen en los periódicos.  Pero que no me digan que eso basta para convertir a una película como «El Infierno» en la mejor película de 2010.

El asunto no deja de ser interesante. Revisar la historia de estas películas del Bicentenario, sus contenidos, sus discursos y sus resultados, tanto en taquilla como en percepción,  van a dar para un trabajo bonito, que quién sabe si algún día hagan los estudiantes de Historia o los de Comunicación. Pero el caso de «El Infierno» llama la atención. Seamos sinceros: la película de Luis Estrada tiene que ver con el bicentenario del inicio de la independencia y con el centenario del inicio de la revolución como yo tengo que ver con las monjas del Instituto Renacimiento. El argumento puede ocurrir en cualquier sitio, en cualquier año, no en 2010, sino en 2008, 0 en 2009 0 en 2011 sin que la historia pierda su coherencia interna. De hecho, los centenarios aparecen de manera soslayada, apenas en unas pocas secuencias: la entrega de la primaria, que se llama, de manera pedestre y ramplona «Héroes del Bicentenario», que es como de risa, y la escena de la venganza del Benny en pleno festejo del grito, del Bicentenario, por supuesto, pero que podría ser igualmente sangrienta en 2006, 2008, 2011 y 2012. Si lo que sorprende es que el jurado de la convocatoria de CONACULTA y varias instancias más, destinado a definir los apoyos a guiones de cine, como parte de las  conmemoraciones del año pasado; ese jurado que, se supone entendido en andanzas cinematográficas, haya caído en el garlito, o en la solución cómoda, de premiar con apoyo y etiqueta a un guión al que, parece, le agregaron tres o cuatro cosillas para que parezca «una película del Bicentenario» y pueda participar en la convocatoria famosa.

Y luego para que, la gran imagen de esta película, no pertenezca a la historia: ese cuadrito color vino con el 2010, el emblema inercial de las conmemoraciones (porque ni a logo pudimos llegar, carajo), balaceado, como seguramente lo fue alguno de los ociosos señalamientos de la Ruta 2010, pero con la leyenda tan escuchada el año pasado: «nada que celebrar». A mí me podrán dedicar muchos improperios por lo que voy a escribir, pero una cosa es la pluralidad inevitable en esta sociedad cambiante, con necesidades y aspiraciones y rencores diversos, como es el México del siglo XXI, (empleada en vano para justificar algunos desmadres bicentenarios) y otra muy diferente carecer de una estrategia armada y coherente para desarrollar las acciones y decisiones conmemorativas desde una instancia de gobierno, que evitase que el «cómo festejar/y/o/celebrar/y/o/ conmemorar»  estuviese sujeto a los humores y biorritmos con que se levanta cada mañana un señor con peculiares conductas que hablan de insania mental. Pero de eso bien sabe Banjército, ya qué.

Y, del otro lado, curiosa posición ética del señor director de «El Infierno». ¿Cómo estar en desacuerdo con la idea de celebrar/y/o/conmemorar/y/o/festejar, insistir en el dichoso «no hay nada que celebrar» y entrarle a un concurso «oficial», para promover de manera «oficial», el cine del año de las conmemoraciones, y recibir un dinero «oficial», que, si bien no resuelve las cuantiosas necesidades de una producción cinematográfica, sumado a los muchos otros inversionistas, ayuda (al hacer una película no hay lana que esté de más), pues cómo no?

Hace ya rato que nos acostumbramos a que en los periódicos, entre notas y opiniones, se asegure que 2010 ha sido el año más violento de este régimen.  Y razones no faltan. Hay muchas historias reales, que, sin tener que llegar al tono de farsa que a ratos tiene «El Infierno», dan cuenta del crimen, de la impunidad del imperio de la ilegalidad y de los pequeños, medianos y grandes infiernos que se viven en lugares como Ciudad Juárez o  Tamaulipas.  Por eso, precisamente, «El Infierno», resulta políticamente correcta. Por eso, precisamente, su director, desde el principio la arrojó al mundo como una película «de protesta» dotando de nuevo sentido aquella curiosa expresión de principios de los años setenta. Por ello, precisamente, armó un pequeño revuelo por la clasificación del filme, pataleando porque desde la Secretaría de Gobernación se clasificó a «El Infierno» para ser vista por adultos, en contra de la opinión de Luis Estrada, que pedía, al menos, fuese «para mayores de 15 años», alegando, carajo, que hay en la película un «mensaje» para los jóvenes.  El que haya visto «El Infierno», no necesita ser muy inteligente para darse cuenta de que NO es una película que puedan ver por su cuenta y riesgo jovencitos como «El Diablito», personaje de la historia. Los adolescentes que vemos en estas dos horas, lo que saben de la vida es que quieren ser unos «chingones», como sus padres, amigos y parientes dedicados a diversas actividades criminales, que le piden a su tío que, cuando se muera, le hará un monumento funerario tan espléndido como el que le hizo a su padre, un sicario muerto. ¿De veras cree el sñeor director de «El Infierno» que todos los adolescentes  tienen conciencia social, tienen ya criterios sólidos para distinguir lo bueno de lo malo, lo legal de lo ilegal, y la miseria profunda del destino de los sicarios?  El comportamiento y los valores de estos chicos personajes de la película son hasta más impactantes que la imagen del escudo nacional bañado por la sangre del capo convertido en alcalde, balaceado por el Benny.

Si tienen ánimo, tiempo, ganas y disposición, pueden tomarse una Coca-Cola para no dormirse y autorrecetarse la entrevista que Ramón Alberto Garza le hace a Luis Estrada acerca de «El Infierno» y que viene en los extras de la versión en  DVD de la película. Es una entrevista malísima por aburrida -la neta, creía mejor entrevistador a Ramón Alberto Garza, a mí me tomó tres noches ver la entrevista sin quedarme dormida- pero ahí pueden ver en versión extensa los argumentos del cineasta Estrada.

Entre tanta corrección política y crítica en una película que NO ES un documental, que va del humor negro a la reproducción ácida de situaciones que a menudo se leen en periódicos chilangos y no chilangos, la  Academia Mexicana de Ciencias (?) y Artes Cinematográficas decidió ser, igualmente, políticamente correcta,  y decidió otorgarle a «El Infierno» los Arieles a: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor (Damián Alcázar, El Benny, otra decisión que se me antoja incomprensible), Mejor Coactuación Masculina (Joaquín Cosío, el formidable Cochiloco que se lleva la película), y Mejor Edición, Mejor Sonido, Mejor Diseño de Arte (¿¿y las formidables reconstrucciones de época de «Hidalgo, la Historia Jamás Contada» y de «El Atentado»??), Mejor Maquillaje y Mejores Efectos Especiales.  Nueve Arieles, nada menos, como trofeo a la corrección política y a la afirmación de que, efectivamente, «no había nada que celebrar»; y como nunca hubo estrategia mediática que consolidara la idea de que SÍ había algo qué celebrar, así se quedaron las cosas en los Arieles.

En este punto también hay que decir que una película del Bicentenario se llevó el Ariel al mejor Largometraje Documental: «La historia en la mirada», de José Ramón Mikelajáuregui y producida, orgullosamente, por la UNAM-

Me consuela unas migajas que el Ariel a la Mejor Música Original se le entregó a «Hidalgo, la historia jamás contada»; disco del todo recomendable y que se debe al talento de Alejandro Giacomán.  Pero las nominaciones eran muchas y se las merecía esta espléndida película que demuestra cómo, en el siglo XXI, hay actores, productores y directores que pueden intentar con éxito un acercamiento diferente, antisolemne y gozoso a los padres de la patria. Todo eso significaba la nominación de Demián Bichir por su desempeño como Hidalgo, y las nominaciones de la película por Mejor Actor, Mejor Coactuación Femenina, Mejor Coactuación Masculina, Mejor Edición, Mejor Música Original y Mejores Efectos Especiales. Y tampoco entiendo porqué no se nominó a Mejor Película.

«El Atentado» consiguió nominaciones por Mejor Fotografía, Mejor Vestuario y Mejor Diseño de Arte, Mejor Maquillaje y Mejores Efectos Especiales. Si el jurado de la Honorable Academia hubiese sabido milagros y andanzas del peculiar don Federico Gamboa, tal vez Daniel Giménez Cacho se hubiese llevado una nominación por su encarnación del apasionado pero medroso «Pajarito». Esta película, que ahora en DVD muestra unos excelentes materiales extras y un muy elogiable detrás de cámaras, se merecía mejor suerte y mejor recepción del público. Su recreación de la novela de Álvaro Uribe, a su vez recreación de uno de esos extraños episodios de la historia del porfiriato, me parece, ahora y gracias al DVD una película que, ojalá, ganara los adeptos que la taquilla no le concedió.

«Chicogrande» obtuvo nominaciones por Mejor Película, Mejor Director, Mejor Coactuación Masculina, Mejor Actuación Revelación, Mejor Fotografía, Mejor Sonido, Mejor Diseño de Arte y Mejor Maquillaje.

En fin, que este ha sido el destino de las películas del Bicentenario que le entraron a los Arieles. «Héroes Verdaderos. Episodio 2: la Independencia», por los extraños relajos internos y financieros que se trae White Knight Creative Productions, ni siquiera se inscribió, y conste que era el único largometraje animado, dirigido a público infantil y juvenil, vinculado a las conmemoraciones. El colmo de los colmos, o los efectos de la maldición bicentenaria, como le quieran ustedes llamar, es lo ocurrido con «El Baile de San Juan», otra de esas películas que se ganó una lanita en la convocatoria de Conaculta, y que, se aseguró en repetidas ocasiones, se estrenaría más bien en octubre. A la hora de la hora, se acabó 2010 y nada. «El baile de San Juan» se estrenó hará cosa de un mes o dos, y pasó absolutamente inadvertida. Insisto, son cosas de la maldición bicentenaria. Ha de ser por eso que, dentro de un siglo, cuando los historiadores anden averiguando qué diablos hacíamos den 2010,  y busquen en los periódicos de 2011 los rescoldos de las conmemoraciones, se encontrarán conque «El Infierno» fue premiada como ejemplo de corrección política, como reflejo de un entorno de desánimo colectivo, como expresión de un sector de la sociedad que estaba convencida de que «no había nada que celebrar» y como amarga crónica de los días que vivimos; como la muestra de que el derecho de decir que «se está hasta la madre», como se ha puesto de moda afirmar, puede estar por encima de la creación cinematográfica que ilumina y enamora la mirada de los cinéfilos.

07
Oct
10

Cinema Bicentenario. Episodio 1: El Atentado

Toda la escala de la imaginería bicentenaria, convertida en películas

 A estas alturas del partido, la cartelera cinematografica ya también ha sido receptáculo del espíritu bicentenario, si es que ha habido algo que pueda llamarse así. Hablemos primero de dos películas que, siendo sinceros, son las que ocupan el segundo sitio en mis preferencias, de entre las cuatro ya estrenadas y que, directa, indirecta o forzadamente, tienen que ver con este año de conmemoraciones, para empezar porque tres han recibido apoyo financiero de IMCINE, de FIDECINE y de Conaculta, gracias a una convocatoria pra concurso de guión  vinculado a las conmemoraciones. «Películas del Bicentenario», las llaman, «Películas Bicentenarias», «Cine del Bicentenario» y hasta la genial puntada de calificarlas de «Películas Patrias», que se le ocurrió a alguien que controla la página electrónica de Cinemex. Todas estas expresiones han sido acuñadas al calor de los estrenos de septiembre, de las conmemoraciones de septiembre -lo cual demuestra que aún en la percepción más sencilla la efeméride importante era la bicentenaria-, de los rollos de septiembre y de la necesidad de algunos de demostrar que también había cosas que decir, aparte de lo poco o mucho que las conmemoraciones oficiales (federales, estatales o académicas o de cualquier otro pelaje) hubieran querido proyectar y/o promover en los escasos mensajes y contenidos masivos que circularon en un país donde solamente una cuarta parte de la población mexicana tiene acceso (que no quiere decir «usuario sistemático») a internet y a las lindezas que allí (aquí) almacenamos.

Las películas del Bicentenario son,  además, una de las maneras en que los mexicanos del siglo XXI interrogamos al pasado; no todo pueden ser «foros de reflexión», ni repartos de libros de historia. No con las cifras de comprensión de lectura que nos recetó la SEP hace algunas semanas.  Las películas bicentenarias no son documentales; para eso están los materiales difundidos por el History Channel y el Discovery; las películas bicentenarias exploran dimensiones que a un público masivo le resultan atractivas y emocionantes; reinventan la realidad; aplican a la realidad la ficción, la narrativa y la tensión dramática,  aunque le pese a algunos. Además, porque, finalmente, el cine es una industria, la película TIENE que dejar dinero. Llevamos cuatro estrenos de películas bicentenarias, tres con apoyo del gobierno federal. De esas cuatro, una ya ha salido de cartelera; la más cara, por cierto: «El Atentado», de Jorge Fons, y a la que, por lo que se sabe, no le ha ido nada bien en cuestión de taquilla, siendo como se ha afirmado, la película más cara del cine mexicano: 78 millones de pesos, aunque alguna fuente haya fijado el presupuesto de «El Atentado» en 70 millones.

«El Atentado», basada en la novela muy atractiva de don Álvaro Uribe, «El Expediente del Atentado» (Tusquets), aborda algunos hechos y personajes históricos: por un lado, el atentado que, en septiembre de 1897, sufrió Porfirio Díaz en plena celebración de las fiestas patrias. Realmente no le pasó nada a don Porfirio; fue, evidentemente una agresión fallida, especialmente porque el autor, un hombre llamado Arnulfo Arroyo, estaba absolutamente borracho. El asunto se enreda con el rápido linchamiento de Arroyo y la oscuridad con que se aborda el caso, que termina con la muerte (para algunos suicidio, para otros homicidio) del inspector de policía, responsable, en primera instancia, de las investigaciones y de la integridad del atacante del presidente Díaz. Son dos los libros que, en el mercado mexicano han tocado el tema en los últimos años: la novela de don Álvaro Uribe, y, con un sentido más de trabajo histórico de divulgación, más que de ficción histórica, «Cuatro Atentados Presidenciales», de Agustín Sánchez González.

Después de leer  «Expediente del Atentado», picada de curiosidad, me sumergí en los periódicos de aquellos días. Entre quienes no han opinado bien de la película, surgen las quejas de que, a ratos, la historia les parece oscura y desordenada. Bueno, es que la historia es feamente oscura y su reflejo, a un siglo de distancia, pareciera muy desordenado, añadiéndole las licencias creativas decididas por Fons. De hecho, Álvaro Uribe me cuenta que no existe el expediente judicial del caso Arroyo, ni de los detalles, digamos, «oficiales», de su ataque al presidente y de su posterior linchamiento y muerte. Toda la información accesible al asunto se encuentra en la prensa de la época, lectura que ya supone toda una aventura. Vean cómo abordó el caso El Imparcial, el legendario periódico oficialista del porfiriato:

La nota, como apareció en El Imparcial en aquel septiembre de 1897.

La crítica de cine es, creo una actividad subjetiva por excelencia. Me parece que han sido injustos con algunos juicios enederazdos contra»El Atentado», quejándose de haber empleado telones y escenografía en algunas secuencias, en lugar de recurrir a las locaciones. Sobre el tema habría que considerar lo que se hubiese encarecido la producción de hacerle caso a los quisquillosos. Efectivamente, resulta un tanto lenta en algunos momentos, y ciertamente, ayudaría que la audiencia supiese tres gramos más del porfiriato. Pero la realidad es real y ese no es el público que se ha acercado a la película. Creo que sí cumple con dar cuenta de un hecho que, de extraño e inusitado, se vuelve una oscura nota roja, carne de especialistas. La ambientación es excelente y yo no veo mal el asunto de los telones. Quizá en los puntos en los que la Historia con mayúsculas  no nos da mayores respuestas, la narrativa, la literatura, la ficción, nos ofrecen una lamparita para soñar, para intentar explicar y entender algo que, de por sí, en los hechos, fue bastante incomprensible. Échenle un ojo a otro periódico de esos días:

Debajo del retrato de don Porfirio, la nota del linchamiento de Arnulfo Arroyo

El otro punto importante en cuanto a personajes y acontecimientos históricos es uno de los protagonistas principales, encarnado por Daniel Giménez Cacho: el famoso «Pajarito» apodo que disimula a un temeroso Federico Gamboa (sí, el mismo de las fiestas del Centenario y autor de «Santa»); el mismo Gamboa que en su célebre «Diario» anota, inquieto, el hecho de que conoce tanto a Arroyo como al inspector de policía por haber sido condiscípulos suyos. Propietario de una peculiar doble moral, este Gamboa redivivo experimenta una apasionada relación con la prometida de su cuate el policía.

Enredos pasionales aparte, me gusta la lectura  re-creación que de Gamboa hacen primero Álvaro Uribe y luego Fons. «Pájaro de cuenta», le reprochará la amante dolida el gandul que no quiere comprometer su carrera diplomática-política, tanto por sus amistades de otros tiempos, como por los vínculos que unen a la dama en cuestión con estos personajes problemáticos que se han atrevido a perturbar la paz de las fiestas patrias de 1897. Por cierto, el sobrenombre de «Pajarito» es un seudónimo auténtico, que Gamboa empleaba en su primera juventud para escribir en periódicos.

«Pájaro de cuenta», reclama una amante resentida para con su contraparte, medrosa y cobardona. En estos tiempos en que Gamboa ha vuelto a estar de moda en algunos círculos, «El Atentado», que algunos califican de «thriller histórico» (no «trailer histórico» [??], como escribieron en su boletín los compañeros de comunicación de una de las entidades patrocinadoras del filme, el gobierno de la Ciudad de México) es una razón más para que el bueno, aunque miedoso de don Federico, que en sus últimos años festejaba ser un ancianito porfirista y conservador, mantenido por una «mujer pública» o sea su eterna «Santa»,  se siga inquietando en su tumba del Panteón Francés de la Piedad. Yo sí me voy a comprar el DVD. A mí sí me gustó.

17
Ene
10

El 2010 que ha llegado, y algunas preguntas de lo que viene

Este, por fin el 2010

Tengo claro que atrás de esta bruma que ha recubierto una ciudad de México pasada por agua y semihelada, aún se pueden ver volcanes, y con los vientecitos de los últimos días, a lo mejor eso ocurrirá pronto. Por eso la foto va de regalito, para que sobrevivamos, mientras nos regresa el sol chilango. Tengo claro que entre tanto desánimo como se proclama en los medios de comunicación, aún hay el sueño de que cada día podemos librar la etapa correspondiente de la carrera vital.  Por todo eso, creo que este año de los centenarios, ahora que asomamos de los nidos tibios donde pasamos el fin de año (los que aún tenemos nido) puede ser interesantísimo:

El pequeño problema es que estamos a 15 de enero y a ratos parece que estamos ya inmersos en la fiebre bicentenaria: ya nos atosigan los spots de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de la Cámara de Diputados, y Lucero, estrenando peinado, nos pregunta con voz aterciopelada qué le vamos a regalar a México en su cumpleaños (idea por cierto discutible, lo del cumpleaños, digo), y nos ofrece una gama variada de opciones, desde la escritura con letra pulcra (que, viéndolo bien no me parece desdeñable: hay generaciones y generaciones con letra francamente horrorosa gracias a las sucesivas reformas educativas) hasta los zapatos bien boleados.

 Ah, y de repente, los spots producidos por el gobierno federal -por alguna parte del gobierno- que, entre trompetazos y alaridos de mariachis, anuncia la inminencia de la «fiesta de México»… sin que le importe (¿por qué iba a importar’) que los opinadores de toda clase y de todo medio, en el curso de dos semanas le haya reiterado que, en la opinión de muchos, «no hay nada que celebrar». Espléndido diálogo de sordos, y como suele ser, es un asunto de maneras. De un lado y del otro. Y además, no les gusta que los critiquen. A los de un lado y a los del otro.

 El caso es que ya hay un Torneo Bicentenario de futbol, que desde que Edgar Valero observó que en sentido estricto así debería llamarse el torneo que comienza en la segunda mitad del año (si esto es inexacto, agradeceré las acotaciones: de futbol sé tanto como de tejer a gancho), todos los comentaristas deportivos se pitorrean del asunto y lo han repetido hasta la saciedad. No me queda duda de que, si el asunto funciona, éste acabará por ser el Torneo Bicentenario I y el de la segunda mitad del año Torneo Bicentenario II, y si mucho apura, habrá  Torneo Juvenil Bicentenario y cuantas bicentenarieces más sean necesarias. Bueno, si ya hay un Balón Bicentenario… que es … azul.

Supongo, inevitable, hasta cierto punto, este proceso de «apropiación ciudadana», concepto interesantísimo que me he encontrado en las remembranzas de la Olimpiada de 1968. Pero tampoco me parece que hayamos caído en el proceloso mar de los centenarios; aún no veo las hamburguesas Bicentenario, y estoy segura de que las veré. Lo único que espero es no encontrarme, un día a la vuelta de la esquina con el Perro Bicentenario, cuya presencia me he dedicado a exorcizar desde hace dos años y medio. La vida me ha enseñado que nunca debo decir nunca… pero ojalá nunca lo tenga frente a mí, meneando el rabo amistoso para darme a entender que hay realidades más espeluznantes que cualquier sueño guajiro (y aquí entran los sueños de las conmemoraciones) y que, en materia de centenarios, no hemos visto nada todavía, apenas unas cuantas escaramuzas en los medios, apenas las iniciales manifestaciones de inquietud, zozobra, escenarios buenos, malos, pésimos y aterradores de todos a los que les pesa de alguna manera (a unos poquito, a otros muchísimo) el peculiar trinomio 1810-1910-2010. Unos se dejan arrastrar por la cábala, otros exigen un poco de racionalidad en el asunto, algunos más se ocultan abajo de una piedra para que nadie les pregunte y uno que otro sale cada mañana a la calle con la esperanza de encontrarse un micrófono, grabadora o reportero al cual tirarle la Gran Verdad que todos hemos estado esperando en este que nos dicen será el Año de la Patria.

Y en todo esto, hay que decirlo, aún no aparece la Historia ni por las orejas. Y aparece, insidiosa, la duda: ¿es que debería aparecer? ¿cómo debería aparecer? Y… ¿la discusión de las ideas? ¿qué nivel de debates queremos? ¿Dedicaremos nuestras energías a discutir si Hidalgo tuvo hijos o no? ¿Volverá a haber bronca por la existencia o inexistencia del Pípila? ¿Nos vamos a conformar con las cinco horas de espectáculo que ya nos advirtió Rich Birch que nos administrará? Este lunes 18, la SEP y Conaculta presentarán su producción «Discutamos México», programas dedicados a la reflexión… es cosa de ver y a mí me resuena en la cabeza el eco de aquel famoso Encuentro Vuelta, o del igualmente famoso Coloquio de Invierno, que tantas horas de sano esparcimiento le dieron a nuestras tribus culturales allá en los años noventa del siglo pasado.

 Y, por lo pronto, Televisa ya enseñó dos de sus proyectos: Esa serie donde vimos, en una ráfaga de tres minutos a un Hidalgo acelerado, encarnado por Daniel Giménez Cacho, que pasa de la inquietud a la resolución, arreando a palmadas a sus inquietos co-conspiradores, tan vital que resulta definitivamente encantador…. por otro lado, en los dos spots pertenecientes al concepto «Estrellas del Bicentenario» vi las arenas del desierto de Samalayuca, que definitivamente entusiasmaron a mi querido don Pepe Fonseca… vi montañas, barrancas y abismos… ese desierto del norte mexicano que, cuando lo pisamos, nos hace entender el espíritu de los que hicieron la revolución en 1910.

En fin, que ya llegaron los días bicentenarios, esos que mucho tiempo se vieron tan lejanos. El tiempo es corto, y la pregunta que todos podemos hacernos es simple: ¿Qué clase de Centenarios queremos? ¿Qué clase de conmemoraciones? ¿Qué relación con el pasado, nuestro pasado, estamos dispuestos a tener?

PD.- Se oyen aportaciones.




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