Ecos y personajes del pasado se redimensionan en la poesía y en la prosa de JEP. Son los recuerdos, los chispazos, algunos rescatados de la propia biografía, los que se insertan en el gran discurso de la historia. Me imagino al niño Pacheco Berny que alguna vez miró en la calle a doña Sara Pérez de Madero, en su vejez, «siempre de luto por su marido asesinado», como está escrito en «Las Batallas en el Desierto». Y en ese retrato, trazado apenas en unas cuantas líneas, asoma el eco de la Decena Trágica, en la figura de una viejecita a la que JEP miró rodeada por un halo de dignidad, sobreviviente de algunos de los días más oscuros que ha conocido este país.
La mirada de JEP convierte a Maximiliano de Habsburgo, a la sombra al fantasma de Maximiliano, en un pobre ser, seguramente abrumado por la soledad del Mictlan, que sale a canjear un alfiler de oro, una rosa negra y un ejemplar del Diario del Imperio por un niño, acaso para que disipe el infinito silencio que debe reinar en las entrañas del Cerro del Chapulín. Acaso la compañía de un niño para borrar el recuerdo del principito Iturbide que escapó al mal fario del segundo imperio mexicano y regresó a los brazos de su madre.
Los grandes sucesos de la historia revelan su dimensión poética en manos de JEP. No encuentro más espléndida forma de narrar la historia de un milenio entero:
HISTORIA
Un milenio empezó con las cruzadas.
El otro con dos cifras: 9/11
Como la lluvia.
Una de las mayores desesperanzas del género humano es la conciencia de su propia finitud y de su propio deterioro. Una variante de estos dos enormes y privadísimo dolores es la conciencia del tiempo que pasa para no volver, y con él se va la juventud, la piel lozana, el cuerpo a prueba de desvelos, los amores, las adrenalinas. Así, los beneficios de la era moderna, se vuelven maldiciones que conservamos por masoquismo. Nunca un álbum fotográfico resulta más triste que en el piano de Deckard, el protagonista de Blade Runner. Como desamparados replicantes conservamos las pruebas de nuestra existencia, los testimonios gráficos de lo que hemos sido, de lo que aún deseamos conservar, la demostración de que un día fuimos jóvenes, hermosos y felices, de que un día amamos y fuimos amados. Pero en ese anhelo no exento de inocencia, está la maldición:
CONTRA LA KODAK.
Cosa terrible es la fotografía.
Pensar que en estos objetos cuadrangulares
yace un instante de 1959.
Rostros que ya no son,
aire que ya no existe.
Porque el tiempo se venga
de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,
las fotos se resquebrajan, amarillean.
No son la música del pasado:
son el estruendo
de las ruinas internas que se desploman.
No son el verso sino el crujido
de nuestra irremediable cacofonía.
Irás y no volverás.
De hace siglos se acuñó la palabra que describe esa infinita tristeza que tan bien representó Durero en un grabado donde un ángel contempla el derrumbe de lo presente y la incertidumbre de lo que ha de venir: melancolía. JEP recoge la estafeta con destreza, casi quinientos años después, y tal vez la respuesta se antoja brutal:
THE DREAM IS OVER
… El tiempo entero es muda mutación. Celebremos
el peso de los años.
El que fui en otro mundo
repite sus palabras ante un teatro sin nadie.
Ya no hay nada capaz de alimentarte, poesía.
Muérete de ti misma
o por favor ya cállate.
Irás y no volverás
Cuando habla del pasado, de los hechos llamados históricos, de los personajes del ayer, JEP oscila entre una aguda melancolía desconsolada y la aguda ironía que cabría esperar de un historiador brillante. Cuando habla de la historia mexicana, la desesperanza sube de punto. Y entonces los enigmas, los momentos oscuros, los secretos o los dramas nunca dichos afloran en su dimensión desesperanzada y trágica. Menudea en su obra la afirmación: es falso que todo tiempo pasado haya sido mejor. Todo se corroe, todo cae a pedazos, tarde o temprano, todo se acabará y solamente quedarán los vestigios de la memoria, las sombras de o que un día fuimos.
TACUBAYA, 1949
Allá en el fondo de la vieja infancia
eran los árboles, el simulacro del río,
la casa tras la huerta, el sol de viento,
los años calcinados.
Un desierto
que hoy se sigue llamando Tacubaya.
Nada quedó.
también en la memoria
las ruinas dejan sitio a nuevas ruinas.
Irás y no volverás.
Y, no obstante, el ejercicio de la memoria, el arte de recordar, es constante en la obra de JEP y deja una enseñanza final: recuerda, guarda en la memoria lo que hoy vives, lo que lees, los grandes hechos, tus pequeñas felicidades, todo lo que presencias. Porque el día de mañana todo se habrá ido y solamente vivirá dentro de ti.
HOY MISMO
Mira las cosas que se van,
recuérdalas,
porque no volverás a verlas nunca.
IRÁS Y NO VOLVERÁS
Sitio de aquellos cuentos infantiles,
eres la tierra entera.
A todas partes
vamos a no volver.
Estamos por vez última
en donde quiera.
Irás y no volverás.
Heráclito, una enorme cabeza olmeca, el silencio de Teotihuacan, Ramón López Velarde, Agustín Lara, el Titanic, el libro comprado y nunca leído, los fenómenos de los circos ínfimos que ruedan por el país, los ilusionistas, las hormigas, los elefantes. Todos hacen presencia en el teatro del mundo que un día se cansará de dar función para qu otros, después de nosotros, lo lean y se estremezcan en la conciencia revelada de la propia finitud.
Y no me parece, pese a todo, que el dolor y la desesperanza sean el signo de toda la obra de JEP. Como en la vida, hay momentos luminosos, la frase que alude al amor o o al rostro que no se puede olvidar. Pero nada puede eludir la tremenda conciencia de que todo es historia y así, en ese devenir de vértigo ese todo será devorado, así, nada más y la memoria se nos llenará de recuerdos sin referente.
Gusta mucho a los historiadores ese poema que, a menudo, se ha vuelto epígrafe en cualquier cantidad de artículos: «Alta Traición». «No amo mi patria», abre fuego el poeta. «Su fulgor abstracto es inasible». Sospecho que a JEP no le interesaba demasiado la perspectiva del muchos historiadores profesionales modernos, que se resisten a sentirse vinculados con cualquier cosa que tenga una vaga resonancia hacia los sentimientos cívico-patrióticos tradicionales y por tanto convencionales, y por tanto se sienten, ellos y su disciplina, lejanos a esas manifestaciones de conmemoración del pasado en que se encarnan los sentimientos de los públicos no especializados que no tienen resquemores en hablar de héroes, de villanos y de super secretos históricos nunca develados.
Quizá por eso, en estos tiempos de desacralización, y pese a las explicaciones de JEP en torno al poema (que pueden leerse aquí), «Alta Traición» es un poema muy socorrido en algunos medios académicos. El negar el amor a la patria da combustible para correr por caminos menos gastados, para olvidarse de los deberes cívicos y seguir apostando por multitud de pequeñas patrias personales, puertos, bosques, fortalezas, «una ciudad deshecha, gris, monstruosa», todas entrañables por más que, al final del día, al final del tiempo, serán nuestro patrimonio final, ese que se desvanecerá con nosotros. Tal es el poder de los poetas, que, al modo de JEP, leen en nuestras almas nuestra insoportable fragilidad, y que escriben para ayudarnos a conjurar el horror.
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