Este, por fin el 2010
Tengo claro que atrás de esta bruma que ha recubierto una ciudad de México pasada por agua y semihelada, aún se pueden ver volcanes, y con los vientecitos de los últimos días, a lo mejor eso ocurrirá pronto. Por eso la foto va de regalito, para que sobrevivamos, mientras nos regresa el sol chilango. Tengo claro que entre tanto desánimo como se proclama en los medios de comunicación, aún hay el sueño de que cada día podemos librar la etapa correspondiente de la carrera vital. Por todo eso, creo que este año de los centenarios, ahora que asomamos de los nidos tibios donde pasamos el fin de año (los que aún tenemos nido) puede ser interesantísimo:
El pequeño problema es que estamos a 15 de enero y a ratos parece que estamos ya inmersos en la fiebre bicentenaria: ya nos atosigan los spots de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de la Cámara de Diputados, y Lucero, estrenando peinado, nos pregunta con voz aterciopelada qué le vamos a regalar a México en su cumpleaños (idea por cierto discutible, lo del cumpleaños, digo), y nos ofrece una gama variada de opciones, desde la escritura con letra pulcra (que, viéndolo bien no me parece desdeñable: hay generaciones y generaciones con letra francamente horrorosa gracias a las sucesivas reformas educativas) hasta los zapatos bien boleados.
Ah, y de repente, los spots producidos por el gobierno federal -por alguna parte del gobierno- que, entre trompetazos y alaridos de mariachis, anuncia la inminencia de la «fiesta de México»… sin que le importe (¿por qué iba a importar’) que los opinadores de toda clase y de todo medio, en el curso de dos semanas le haya reiterado que, en la opinión de muchos, «no hay nada que celebrar». Espléndido diálogo de sordos, y como suele ser, es un asunto de maneras. De un lado y del otro. Y además, no les gusta que los critiquen. A los de un lado y a los del otro.
El caso es que ya hay un Torneo Bicentenario de futbol, que desde que Edgar Valero observó que en sentido estricto así debería llamarse el torneo que comienza en la segunda mitad del año (si esto es inexacto, agradeceré las acotaciones: de futbol sé tanto como de tejer a gancho), todos los comentaristas deportivos se pitorrean del asunto y lo han repetido hasta la saciedad. No me queda duda de que, si el asunto funciona, éste acabará por ser el Torneo Bicentenario I y el de la segunda mitad del año Torneo Bicentenario II, y si mucho apura, habrá Torneo Juvenil Bicentenario y cuantas bicentenarieces más sean necesarias. Bueno, si ya hay un Balón Bicentenario… que es … azul.
Supongo, inevitable, hasta cierto punto, este proceso de «apropiación ciudadana», concepto interesantísimo que me he encontrado en las remembranzas de la Olimpiada de 1968. Pero tampoco me parece que hayamos caído en el proceloso mar de los centenarios; aún no veo las hamburguesas Bicentenario, y estoy segura de que las veré. Lo único que espero es no encontrarme, un día a la vuelta de la esquina con el Perro Bicentenario, cuya presencia me he dedicado a exorcizar desde hace dos años y medio. La vida me ha enseñado que nunca debo decir nunca… pero ojalá nunca lo tenga frente a mí, meneando el rabo amistoso para darme a entender que hay realidades más espeluznantes que cualquier sueño guajiro (y aquí entran los sueños de las conmemoraciones) y que, en materia de centenarios, no hemos visto nada todavía, apenas unas cuantas escaramuzas en los medios, apenas las iniciales manifestaciones de inquietud, zozobra, escenarios buenos, malos, pésimos y aterradores de todos a los que les pesa de alguna manera (a unos poquito, a otros muchísimo) el peculiar trinomio 1810-1910-2010. Unos se dejan arrastrar por la cábala, otros exigen un poco de racionalidad en el asunto, algunos más se ocultan abajo de una piedra para que nadie les pregunte y uno que otro sale cada mañana a la calle con la esperanza de encontrarse un micrófono, grabadora o reportero al cual tirarle la Gran Verdad que todos hemos estado esperando en este que nos dicen será el Año de la Patria.
Y en todo esto, hay que decirlo, aún no aparece la Historia ni por las orejas. Y aparece, insidiosa, la duda: ¿es que debería aparecer? ¿cómo debería aparecer? Y… ¿la discusión de las ideas? ¿qué nivel de debates queremos? ¿Dedicaremos nuestras energías a discutir si Hidalgo tuvo hijos o no? ¿Volverá a haber bronca por la existencia o inexistencia del Pípila? ¿Nos vamos a conformar con las cinco horas de espectáculo que ya nos advirtió Rich Birch que nos administrará? Este lunes 18, la SEP y Conaculta presentarán su producción «Discutamos México», programas dedicados a la reflexión… es cosa de ver y a mí me resuena en la cabeza el eco de aquel famoso Encuentro Vuelta, o del igualmente famoso Coloquio de Invierno, que tantas horas de sano esparcimiento le dieron a nuestras tribus culturales allá en los años noventa del siglo pasado.
Y, por lo pronto, Televisa ya enseñó dos de sus proyectos: Esa serie donde vimos, en una ráfaga de tres minutos a un Hidalgo acelerado, encarnado por Daniel Giménez Cacho, que pasa de la inquietud a la resolución, arreando a palmadas a sus inquietos co-conspiradores, tan vital que resulta definitivamente encantador…. por otro lado, en los dos spots pertenecientes al concepto «Estrellas del Bicentenario» vi las arenas del desierto de Samalayuca, que definitivamente entusiasmaron a mi querido don Pepe Fonseca… vi montañas, barrancas y abismos… ese desierto del norte mexicano que, cuando lo pisamos, nos hace entender el espíritu de los que hicieron la revolución en 1910.
En fin, que ya llegaron los días bicentenarios, esos que mucho tiempo se vieron tan lejanos. El tiempo es corto, y la pregunta que todos podemos hacernos es simple: ¿Qué clase de Centenarios queremos? ¿Qué clase de conmemoraciones? ¿Qué relación con el pasado, nuestro pasado, estamos dispuestos a tener?
PD.- Se oyen aportaciones.
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