Algunas visitas a este Reino han llegado queriendo saber más de los fuertes de Loreto y Guadalupe. Por eso agrego algunas de estas fotos de ambos emplazamientos, que hoy día se encuentran en lo que se llama Centro Cívico 5 de Mayo (concepto que se inauguró, precisamente, en las conmemoraciones de 1962), donde resulta que ambos cerritos ya han sido engullidos por el crecimiento de la ciudad, lo mismo que el Cerro de las Campanas de Querétaro («¡Ah! usted quiere ir al centro!», me dijeron la primera vez que intenté una excursión al sitio) o el pueblo de El Saucito en San Luis Potosí.
Sobre los fuertes, un material de divulgación de la Secretaría de la Defensa, escrito por el general Hermenegildo Cuenca Díaz hace unos 35 años, explica que los fuertes dominan Puebla y capturar el fuerte de Guadalupe «tiene que dar como resultado la rendición de la ciudad». Zaragoza cuenta en su parte de la batalla que, no bien llegó con sus tropas a la zona, dió órdenes para establecer «un regular estado de defensa» en los cerros de Guadalupe y Loreto, «haciendo activar la fortificación de la plaza que hasta entonces estaba descuidada». Seguramente fue una de las primeras molestias que le provocó todo aquel acontecimiento.
Pero los cerros de Guadalupe y Loreto, agrega Zaragoza en el parte, fueron cubiertos con mil 100 hombres y dos batería. Calculaba este texano habilidoso que podría librar batalla con los franceses a campo raso, llevándolos hacia el oriente de la ciudad. Pero los franceses no tenían intenciones de dejarse llevar y optaron por atacar primero el fuerte de Guadalupe. Cuenta Zaragoza que al inicio hubo muchos tiros y disperos de cañón, «que mucho ofendieron a las habitaciones de la plaza», cuestión que resulta evidente hoy, cuando del fuerte de Guadalupe no quedan sino unos pocos y apaleados muros. Hay que decir en abono del INAH de Puebla que lo que queda de Guadalupe está bien cuidado y en estado decoroso.
Tres horas duró el asunto; tres veces intentaron las fuerzas francesas tomar Guadalupe y tres veces los rechazaron. La victoria que a la fecha es asunto de mucho orgullo nacional y de un extraordinario orgullo de las comunidades mexicanas en Estados Unidos costó unos 600 o 700 muertos y heridos entre los franceses, Zaragoza calculaba en 400 las bajas mexicanas.
Zaragoza se decía contento de sus oficiales y soldados «Todos se han portado bien», apuntó. Hasta de los franceses hablaba bien: «Los franceses han llevado una lección muy severa; pero en obsequio de la verdad diré: que se han batido como bravos, muriendo una gran parte de ellos en los fosos de las trincheras de Guadalupe». Cuenta el general un detallito interesante: al día siguiente daba cuenta de una treintena de franceses prisioneros, a los que, un par de días más tarde, los soldados mexicanos les arrancaban las medallas, huellas de batallas victoriosas, a estos prisioneros. Cuenta Zaragoza que, al ser despojados, los soldados franceses se echaban a llorar.
Pero lo que hoy son estos dos cerritos fortificados resulta muy interesante al paseante del siglo XXI. Los letreros datan de aquel Centenario conmemorado en 1962 y convierten la zona en un sitio peculiar, donde el pasado se recuerda, se elogia y se enaltece por medio de megacarteles que nos recuerdan el caudal de heroísmo vertido por los mexicanos en 1862 (si se hubiera podido contabilzar en litros, qué necesidad de batalla había, los franceses se hubieran muerto ahogados).
Interesante modo de recuperar el pasado, de montar una especie de «teatro de la memoria» para el pasante que transita entre los dos cerritos. El ascenso a Loreto es un poco más difícil que a Guadalupe, pero la visita es animada. Todo el recorrido está lleno de estos carteles que le recuerdan al caminante que estpa en el escenario de uno de los grandes momentos de la historia nacional. Quizá lo llamativo es el mecanismo: carteles permanentes a lo largo de tooodo el sitio: se enuncia el valor, el heroísmo, el hecho de la victoria sobre un enemigo muy poderoso, el que los hombres del presente pisan una tierra convertida en teatro del heroismo por hombres que vivieron hace casi siglo y medio. Quizá el que excede un poco el buen gusto es el que fotografié y está al inicio de la entrada anterior de este reino: ese espectacular que apunta el paradero final de los restos de don Ignacio y, faltaba más, de doña Rafaela.
A ese respecto hay que decir que a Zaragoza, recién muerto, se le fue a dejar al Panteón de San Fernando y para completar este curioso discurso espacial erigido en Puebla en 1962, se le exhumó ciento cuatros años después, en 1976, un día 4 de mayo. Cuentan que, al sacarlo de su sepultura, estaba en perfecto estado de conservación (por lo que sabemos, los mexicanos éramos buenísimos embalsamadores) y que hasta sus anteojos ovalados estaban ahí intactos. En fin, que lo cambiaron de estuche y se lo llevaron al nuevo monumento donde ahí sigue, para que propios y extraños lean el enorme rótulo que da cuenta del sitio donde él se entretiene en eso de la eternidad.
Si bien es cierto que ambos fuertes se encuentran en buen estado, lo que debieran ser jardincitos atractivos no lo son tanto. Me encanta ese rótulo donde dice que el terreno que uno pisa ha sido abonado con la sangre de los valientes mexicanos… que evidentemente no es la mejor vitamina para el pasto ni para las plantas. Arriba, en Guadalupe, hasta los arbustos tienen forma de cañoncitos, pero una buena mano de gato al resto de la cuesta hacia los fuertes no le haría nada mal a nadie. Por lo menos, podría plantearse de ese modo que la sangre de héroe es el mejor abono que puede existir.
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