En 1925, ya muy cerca el 15 de septiembre y el traslado de los restos de Miguel Hidalgo y sus amigos, de Catedral a la Columna de la Independencia, este ilustre reportero mexicano, Fernando Ramírez de Aguilar, que firmaba sus escritos periodísticos e históricos como JacoboDalevuelta, dio a conocer un librito de su autoría, editado -con evidente apresuramiento, por la gran cantidad de erratas que tiene- por la Secretaría de Educación Pública (caramba, qué coincidencia): La Odisea de los Restos de Nuestros Libertadores, que se explicaba a sí mismo: “Compilación de documentos, por Fernando Ramírez de Aguilar (Jacobo Dalevuelta), Repórter (como se llamaban en esa época los reporteros) de “El Universal”, Miembro activo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y de la Sociedad para el Estudio de la Historia Local de México”. Esta «compilación de documentos» reúne varios materiales: un artículo de don Luis González Obregón sobre sus andanzas relacionadas con los huesos de los próceres de la insurgencia y los materiales publicados por Dalevuelta en El Universal respecto a los trajines que desde 1823 habían sido el rasgo distintivo del tratamiento a los restos de los insurgentes.
Se trata de un librito hecho al calor de la oportunidad, apoyado fundamentalmente, como se reconoce en la «Advertencia» de la primera página, por un buen amigo de Dalevuelta: el entonces secretario de Educación Pública, José Manuel Puig Casauranc. «Dedicado especialmente a los niños de las escuelas». Como puede verse, las aspiraciones que acerca de la enseñanza de la historia tienen en este 2010 personas como José Antonio Crespo (si se quieren morir de risa lean el prólogo y las conclusiones de su libro «Contra la Historia Oficial») tampoco son novedosas: esa idea de que los niños de primaria TIENEN que saber TODA LA HISTORIA de México (ese «TODA» puede ser muy elástico) desde chiquitos, muy chiquitos (y entonces la mochila solamente les alcanzaría para llevar su Larousse de Historia de México) es, en buena proporción, el motor que animó a Dalevuelta a armar la obrita. Tuvo la suerte de que su amigo Puig lo apoyara y que, al calor del inminente traslado de restos, mezclado con las tensiones harto conocidas entre el presidente Plutarco Elías Calles y la Iglesia Católica, resultara que este acto de «cuatismo», motivado por una legítima curiosidad histórica, adquiriera materialidad sin que nadie se indignara o se quejara o se retirara del twitter.
Uno de los primeros elementos importantes para explicarnos algunos mitotes del siglo XXI es que Dalevuelta nos deja la afirmación de que la cripta donde los restos se echaron su siesta de 85 años se estaba construyendo «a gran prisa». Eso explica por qué no pusieron todos los nombres que debían (lo que ha dado lugar a los pataleos que hemos leído recientemente), como ocurrió con el laguense Pedro Moreno y el zacatecano Víctor Rosales.
En este librito, Dalevuelta compila los materiales periodísticos publicados en El Universal acerca de una presumible desaparición de los huesos de Morelos. Explica en su “Advertencia inicial”, y esto es importante, porque a confesión de parte…
“Fui el primero en proclamar la desaparición de los restos del héroe máximo de la Guerra de Independencia, el Serenísimo señor generalísimo de las armas, don José María Morelos y Pavón, vencedor en Oaxaca. Una vez en pie el asunto, me sirvió, generosamente para mi investigación: en primer lugar mi distinguido amigo el culto historiador don Luis González Obregón, y después los periodistas retirados don Angel Pola y don Aurelio J. Venegas”
Al grito de “los niños deben saber estas cosas”, Dalevuelta reseña los diversos traslados de los restos de los próceres insurgentes, desde 1823. Aunque acude a las fuentes que hoy día nos explican en detalle muchos acontecimientos, como el Diario Histórico de Carlos María de Bustamante (que hoy día se puede conseguir en CD), no advierte que en los testimonios de 1823 hay elementos para determinar que, desde entonces, los restos humanos se revolvieron. Como ese no era el tema que le interesaba, no reparó en ello. Recupera de los testimonios de Bustamante, eso sí, que a la villa de Guadalupe, donde fueron reunidos todos los restos de los insurgentes, llegaron los de Morelos “enteros”.
Afirma Dalevuelta que para redondear su trabajo consultó algunas fuentes bastante interesantes: los periódicos La Aguila Mexicana y El Sol, los documentos de Hernández y Dávalos, la famosa compilación de leyes de Manuel Dublán, las actas de Cabildo de la Villa de Guadalupe de 1823 y un artículo de Nicolás León acerca de la falsa mascarilla de Morelos. Es posible que los revisara, porque del Diario Histórico de Bustamante se desprende la posibilidad de hallar estos materiales (en el cd que hoy día podemos consultar vienen los suplementos de La Aguila Mexicana y El Sol sobre el paseo de huesos de 1823). Pero, si los revisó, ¿por qué no se dio cuenta de que algunos elementos de las crónicas del momento apuntaban a que muy, muy ordenados, los restos ya no estaban?
La otra gran fuente del trabajo de Dalevuelta es una entrevista que le hace a Luis González Obregón, cronista de la ciudad, alguna vez director del Archivo General de la Nación, sesentón para la época. González Obregón le habla del depósito de los restos en el Altar de los Reyes, su posterior olvido, la urna que mandaron a hacer Lucas Alamán y José María Agreda y, nuevamente, el abandono de los restos en la catedral.
Refiere Dalevuelta, citando la conversación de González Obregón, que en 1893, examinan los restos otra vez José María Agreda, Adalberto Leduc, González Obregón y los periodistas Angel Pola y Aurelio J. Vanegas. “Yo bajé a la cripta –dice mi entrevistado-y vi aquella revoltura de huesos”. Refiere González Obregón, en la entrevista, que en ese año la prensa publicó algunos llamados a rescatar y cuidar esos restos, pero no ocurrió nada sino hasta 1895 cuando sí se sacaron los restos y esta vez la sociedad obrera “Gran Familia Modelo” reunió por cooperación dinero para renovar la urna que los contenía.
Se sabe que en esa oportunidad los restos fueron sometidos a un lavado (esas son las cosas que nomás a nosotros se nos ocurren) y luego puestos al sol en un patio, que llama Dalevuelta “De Infantes” de la Catedral, y, otro periódico, el Monitor Republicano, del 30 de julio de 1895, “de los Coloraditos, anexo a Catedral” (y esos periódicos no fue a verlos Dalevuelta, por cierto).
Lo que llama la atención es que el reportero Dalevuelta no advirtiera que el cronista de la ciudad le estaba hablando de una “revoltura de huesos”. De esta “revoltura”, sólo recientemente (cosa de tres años) se ha vuelto a hablar, cuando Salvador Rueda, director del Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec, junto con un grupo de investigadores, revisaron los periódicos de la época y se enteraron del lavado y reacomodo de restos. De esos días queda una foto que puede verse en la Historia Gráfica de los hermanos Casasola y que allí se dice que se trata de los restos de los insurgentes.
El siguiente capítulo del libro de Dalevuelta se llama “Se perdieron los restos del gran Morelos” (evidentemente, la cabeza de la nota publicada originalmente) donde el reportero narra cómo, hablando con uno de los integrantes de la Junta encargada de los preparativos del traslado de los restos a la columna de la independencia, se entera de otra cosa:
“Supe, además, que había cierta incertidumbre respecto de la existencia de los restos del gran Morelos”. No le interesó citar quién o quiénes tenían «cierta incertidumbre». Continúa Dalevuelta, dando por hecho el asunto: “Y bien, esas dudas están fundadas [aunque no dijo en qué]. Los restos del generalísimo don José María Morelos y Pavón, no existen; desaparecieron, quién sabe cuándo [¿no que sí sabía?], y ninguna de las personas que en 1823 trataron de identificar la calavera que tiene una “M” como marca, aseguraron que ella correspondiera al inmaculado héroe de Cuautla”.
Como acotación podemos decir que el hecho de que los encargados de los restos en 1823 no hayan asegurado que el cráneo de la “M” fuese el de Morelos no quiere decir que no lo fuera, pero Dalevuelta pasa por alto un asunto de pura lógica.
Según el reportero Dalevuelta, los integrantes de la junta de 1925 conjeturaban que Morelos seguía enterrado en Ecatepec, lugar de su fusilamiento. Pero, para aclarar las cosas, Dalevuelta vuelve a citar a González Obregón, para afirmar que los restos de Morelos sí llegaron a la Villa de Guadalupe y luego a catedral en 1823. Agrega a sus argumentos un testimonio que él le achaca a Carlos María de Bustamante (bastante posible, en cuanto a las similitudes en estilo en las que se apoya para atribuirle la autoría de la crónica) para referir que alguien, en ese barullo del primer traslado, se quedó, como recuerdo, “un pedazo de la bota del gran Morelos” [nunca falta uno de estos].
Se remonta Dalevuelta al momento en que Alamán y Agreda bajan [nunca ubica la fecha, solamente afirma que «después de algunos años»] y al ver deshecha la gran urna de cristal, bronce y láminas de plata» en que los hombres de 1823 metieron a la mayor parte de aquellos primeros restos (digo la mayor parte porque al padre Mariano Matamoros lo dejaron aparte, «en un baulito enlutado»), mandan a hacer y pagan una nueva urna para los restos.
A partir de ahí, Dalevuelta da por “perdidos» los restos de Morelos: “Los restos del invicto cura de Carácuaro ya no estaban desde esa época”. Bueno, si «ya no estaban desde esa época», y don Lucas Alamán pasó a mejor vida después de hacer diablura y media, en 1853, ¿a qué viene echarle la culpa a Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de Morelos, la desaparcición de los restos del cura de Carácuaro?
Dalevuelta no ofrece elementos para probar la culpabilidad del pobre Almonte, que de por sí tiene tantos problemas con la historia y con su propia personalidad, para que encima le echen la bronca de haber raptado los ilustres huesos de su ilustre padre. Es posible conjeturar que los huesos, de por sí revueltos en 1823, habrían quedado a la vista (y a la mano) de cuanto visitante de la cripta pasara por allí y eso propiciara la complicación de cualquier revoltura de huesos que ya hubiera. Pero no es más que eso: una conjetura. El dato de esa visita de Agreda y Alamán a la cripta es, además, poco sólido: José María de Ágreda nació en 1838 y murió en 1916. Lucas Alamán, que además tenía muy pocas simpatías por Miguel Hidalgo, a quien conoció, nació en 1792 y falleció en 1853, Para que esa visita hubiera ocurrido, José María de Ágreda debió ser un muchachito de 15 años para acompañar a Alamán, el mismo año en que murió el autor de la Historia de Méjico, a la cripta del Altar de los Reyes.
Así, el capítulo de esa segunda urna mandada a hacer por Alamán y alguien más es muy poco fiable. Pero Dalevuelta ya estaba encarrerado. Decide acudir a González Obregón y lo interroga. El diálogo es muy interesante y es el meollo de la invención del robo de los huesos de Morelos. Lo transcribo:
“…hubo un momento en que, desorientado, casi desesperado, le pregunté:
-¿El cráneo señalado como de Morelos no perteneció al héroe?
-No, me contestó categóricamente. No, volvió a repetir. Puedo asegurarlo, concluyó.
Mi desorientación fue entonces mayor.
-¿Cuándo desaparecieron entonces, los restos de este héroe máximo de la independencia?
Y la hipótesis del señor González Obregón surgió en seguida:
-Es posible [ojo, sólo “es posible”] que Almonte, durante sus épocas de poderío [hacia 1863, cuando forma parte de la Regencia que preparó la llegada a México de Maximiliano de Habsburgo y luego, en 1864, asume el cargo de Gran Chambelán de la corte de Maximiliano, es decir al menos una década después de la muerte de Alamán] haya bajado secretamente [o sea que realmente no lo sabemos ni lo sabía González Obregón] a la cripta y haya recogido los restos, haciéndolos desaparecer; enterrándolos en algún sitio cuyo secreto lo haya llevado hasta su tumba. [Evidentemente, las especulaciones sobre que los huesos ya no estaban en la época de Alamán ya se había ido al caño]
-Entonces yo llamé la atención del ilustre maestro González Obregón sobre el hecho de que también la urna de cristales [la que habrían sustituido Alamán y Ágreda] no estaba ya en la Cripta cuando bajaron a ella Alemán [Alamán] y Andrade [¿Agreda? Hay varias erratas notorias en el librito]
-es posible, agregó mi entrevistado [otra vez, sólo posible] que hasta la urna –esa urna- se haya sacado entonces [este «entonces» se pierde en la noche de los tiempos].
-¿Cómo señalaron el cráneo que tiene como marca la “M” como perteneciente a Morelos?
-No, dijo, No; es necesario aclarar, agregó. Cuando [Ángel] Pola inició la cuestión [no aclara si Pola fue el de la idea de verificar el descuido en que estaba los restos o el asunto de los restos de Morelos] me invitó a bajar a la Cripta, todos tuvimos en nuestras manos los cráneos. Fuimos revisando uno por uno, y no pudimos determinar, ni remotamente, que el que tiene la “M” fuera el del señor Morelos [pero tampoco que no lo fuera]. Yo creo, agregó, que ese cráneo debe pertenecer o a Morelos [es decir, no hay nada seguro y a la mitad del camino, don Luis González Obregón ya había perdido parte del hilo. No nada más fueron los aceleres de Dalevuelta] o a Mina. Los restos de Morelos no estaban en la Cripta. [¿quiere decir que, a esas alturas, de Morelos sólo quedaba, en el mejor de los casos, un cráneo? tampoco se ofrecen datos en ese sentido, pero Dalevuelta los da por desaparecidos]
Después, como una reminiscencia, agregó: “Los cráneos por separado y los restos revueltos [y, nuevamente, Dalevuelta ignora esta idea de que los restos estaban revueltos], fueron retratados entonces por Felipe Torres.”
Dalevuelta busca corroborar su versión. Acude al periodista retirado Ángel Pola e interroga por carta a Aurelio J. Vanegas, compañeros de González Obregón en esa incursión a la cripta de 1893. Escribe que “… estos dos señores… están de acuerdo en que los huesos del gran Morelos no fueron identificados [lo cual no garantiza que no estuvieran allí]”. Don Ángel Pola me dijo: -Es cierto. El cráneo de Morelos no quedó identificado. ¡quién sabe en dónde estarán las cenizas de ese héroe inmortal! [ahí juntito nomás, don Ángel]
Dalevuelta recupera una nota escrita por Pola en El Universal de 1893 [que no es el periódico que conocemos hoy día] donde narra su descenso a la cripta y describe la colocación de los huesos que resulta relevante para el tema:
“…Rompí el silencio [Angel Pola] levantando la tapa de la urna. Inmediatamente, ansiosos,, clavamos la mirada en el fondo, y estuvimos contemplando seis cráneos encima de una confusión de huesos.”
Pola explica cómo fueron sacando, uno por uno los cráneos y midieron sus circunferencias. Del de Hidalgo, refirió que era “color oro viejo”, y tenía la letra “H”; el criterio para hablar del cráneo de Morelos es interesante y llama la atención que, una vez más, Dalevuelta no haya considerado las afirmaciones: él ya había comprado su propia conjetura y la había convertido en realidad:
“Después el [cráneo] que supimos que era el de Morelos, por estar en mejor estado…” El juicio es muy atinado. Morelos no fue decapitado, ni se dejaron sus restos a la intemperie. Además, fue ejecutado cuatro años después que Hidalgo. Allende, Aldama y Jiménez. Es muy natural que ese cráneo, marcado con una “M” estuviera en mejores condiciones.
Dalevuelta, en 1925, escribe que fue a asomarse a la capilla de san José, donde estaban los restos de los insurgentes y dijo haber visto, solamente, “una urna de cristales donde sólo había cinco cráneos”. El dato llamativo es que, entre 1895 y 1925, después de la revoltura combinada con el lavado, los huesos fueron “reacomodados” una vez más [y esto es conjetura mía] en urnas diversas.
El librito de Dalevuelta, como puede verse, proporciona horas de sano esparcimiento a quien lo lea con cuidado. Reflejan una conversación que pareciera, a ratos, tocaba los linderos del surrealismo:
DALEVUELTA: ¿Cómo señalaron el cráneo que tiene como marca la «M» como perteneciente a Morelos?
LUIS GONZALEZ OBREGÓN: … Fuimos revisando uno por uno y no pudimos determinar ni remotamente que el que tiene la «M» fuera del del señor Morelos. Yo creo -agregó- que ese cráneo debe pertenecer o a Morelos [!!!!] o a Mina. Los restos de Morelos no estaban en la cripta. [o las erratas del librito son escalofriantes y el encargado de la edición estaba decididamente borracho, o a don Luis ya se le iba la onda de muy fea manera]
Tal vez, intuyendo, dentro de su euforia, que había algunos puntos flojos, Dalevuelta se agarró de los datos que le ofrecía don Ángel Pola: «me dijo, coincidiendo con las interesantes afirmaciones de González Obregón, que no se identificó el cráneo de la «M» como el del generalísimo José María Morelos» [Y yo me pregunto, ¿cómo pensaban hacerlo en ese lejano 1895?] (Continuará…)
SHALALALALA
Nos pudo haber ido peor. Yo no entendía eso de que el «shalalalalala» forma parte de la música mexicana hasta que tomé uno de los dos discos que tengo de Aleks Syntek y me di cuenta de que la cosa pudo haber sido más radical. En eso de los estribillos, el compañero Syntek tiene un amplio repertorio. ¿qué tal si en vez del Shalalalalá opta por el «bibubibubibumbobombom» (o algo así) de su pieza «De noche en la ciudad»? ¿o qué tal el «skibidayhey sikibidayhooo» (o algo así) de la segunda parte de esta misma canción?
El problema, se me hace no era la música. En descargo de Aleks Syntek creo que tiene dos canciones espléndidas («Sexo, Pudor y Lágrimas» y «Duele el Amor»). Me parece que, en especial, los reclamos multitudinarios van sobre la letra, primero, porque los de cierta edad (cincuentones, para ser exactos) ponen en duda que ESO lo haya escrito Jaime López; en segundo término, porque es absolutamente incomprensible: yo NO le entiendo a eso de que «el futuro es milenario». Me parece que también, puestos a darle vueltas al tema, podría ser centenario, o semanario. El tercer punto que mueve a risa es que, en esta comedia de absurdos, la lluvia (y no precisamente de agua) ha caído sobre el cuate que hizo la música, no sobre el culpable de la letra, que decidió quedarse en un rinconcito, con el hociquito perfectamente cerrado, esperando que pasara la tormenta. En esas estaba cuando Xavier Quirarte, del periódico Milenio, logró sacarlo a tirones de su madriguera, y la cosa salió peor. Lo bueno es que los cazadores de cabezas ya se habían saciado con Syntek, después de haberle propinado cientos de «puñaladas en el estómago», porque López salió con la humorada de que, como no les habían encargado «un himno», no entendía por qué tanto irigote. Pero cedámosle la palabra: «Yo he visto cuestionamientos más bien frívolos (?); si me van a atacar con eso no tengo ningún problema (??), porque realmente voy de lo superfluo a lo profundo (?????!!!), es parte de mi trabajo (¿¿ir de lo superfluo a lo profundo??), si me piden una canción por encargo no tengo ningún problema (ESO ya lo vimos)». Con esta pequeña muestra, me parece, queda claro quién tiene el problema semántico.
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