Dicen que la cabra siempre tira al monte. Y las obsesiones son las obsesiones, y las historias largas se van desarrollando en capítulos que, en tiempos de la llevada y traída transparencia, resultan más o menos sonados. La historia de los restos de los caudillos y personajes relevantes del movimiento independentista mexicano tiene un nuevo episodio. lo que demuestra que, al menos por un rato más, los mitotes bicentenarios seguirán dando de qué hablar, y los respetables despojos que ya fueron y vinieron a la Columna de la Independencia, es la hora, oh, hermanos, que no pueden descansar en paz.
Si Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y José María Morelos hubieran sabido que sus huesos iban a ser materia de tan sistemática pachanga, a lo mejor disponen la desaparición de todo rastro de su paso por la tierra. El fervor por las reliquias laicas, dos años después de terminado el fandango bicentenario, sigue siendo motivo de pleito y jaloneo. Y esta vez el numerito corre a cargo del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), que ha decidido acogotar al Instituto Nacional de Antropología e Historia, y dispone que la entidad responsable de la salvaguarda de nuestro patrimonio histórico está obligada a proporcionar a un particular solicitante «los estudios de antropología física y osteología» practicados a los ilustres huesos en 2010, cuando el (des)coordinador de las conmemoraciones tuvo la puntada de sacar los restos de la Columna -y en el pecado llevó la penitencia- para someterlos a estudios antropológico-forenses y, de paso, administrarles una mano de gato que, por lo que cuentan, ya les hacía bastante falta, como si, llegado el momento, y si acaso sonara la trompeta del Juicio Final, el Padre de la Patria y sus cuates de aventura tuvieran la necesidad de presentarse con los nobles esqueletos remineralizados y reforzados, a fin de hacer mejor impresión a los ojos del Creador.
Cuando los restos de los insurgentes volvieron a su cripta en la columna en julio de 2011, después de haber pasado un año fuera del nido de piedra donde los pusieron en 1925, todo parecía asunto de paciencia y buena fe. Seguramente, pensaron los inocentes, el INAH meterá tercera en sus quehaceres, y con la misma velocidad que el respetable público ve en un capítulo cualquiera de CSI o mejor aún, de la popular «Bones», en dos patadas quedarían listos los estudios, mediciones y reconstrucciones históricas que hubiesen menester.
Pero no fue así. Con 2010 se acabó la temporada de spa que se le administraron a los «huesos patrios» -escalofriante expresión ésta, inventada en los años 20 del siglo pasado por la audacia e inventiva de un habitual de este blog, el reportero Jacobo Dalevuelta- y, lejos de enterarnos de las desdichas y aventuras que los restos habían experimentado en vida, hubimos de conformarnos con verlos en una espantosa capilla fúnebre encajada en Palacio Nacional, con recargados tintes decimonónicos y música de fondo -loqueras del (des)coordinador, ya saben- , con la vaga promesa de que «pronto» los investigadores del INAH, guiados por la sapiencia histórica del INEHRM, podrían decirnos vida y milagros de los despojos de los héroes de la patria. Vamos, si en su momento hasta el difunto Alonso Lujambio, con el optimismo que tiene aquel al que no le han contado todas las cosas truculentas del regalito que le han dado, asumió que el rescate y restauración de los ilustres huesos sería motivo de interés multitudinario para todo mexicano que se precie de ser un poquitín patriota.
Antes de lo que se dice se-levanta-en-el-mástil-mi-bandera, ya estaban refunfuñando, en las páginas del periódico Reforma, algunos de los responsables del estudio antropológico-forense, a cargo del INAH, para decir que los #FuertesIndicios (término de moda por razones que ya resulta ocioso comentar) históricos que permitían decir que este cráneo pálido es el del padre de la Patria y no el de color oro viejo con una «M» en la frente, no eran, hasta eso, tan fuertes como en su momento el INEHRM presumió. Hubo quien asegurara que la tropa de investigadores del INAH había hecho la mayor parte del trabajo. Pero la sangre no llegó al río, y los compañeros del INAH continuaron desarrollando sus tareas, lejos de los alborotos públicos que perturbaron la versión edulcorada de lo que fueron nuestros centenarios.
No obstante, insisto, la pasión por las reliquias laicas no se desvaneció. Haya sido un reportero, o un curioso simplemente, el caso es que apareció uno de esos productos prototípicos de la transición democrática: una solicitud de información que requería del INAH pelos y señales del proceso de análisis de los aún ilustres, pero a estas alturas ya medio hastiados restos humanos. Aseguro que no fui yo, pero ganas no me faltaron. Y si no lo hice fue porque, recurriendo a las técnicas del oficio periodístico, hice algunas preguntas en las usuales «fuentes bien informadas», amigos enterados de los procedimientos de trabajo del INAH. Fue así como me enteré de que los investigadores del área de antropología del mencionado instituto, habían registrado todo el análisis de los huesos ilustres como su proyecto de investigación, y que, los protocolos del INAH conceden hasta dos años para llevar a cabo el proyecto en cuestión y ofrecer los resultados del trabajo. Así de sencillo. Nada de oscuras conspiraciones para ocultarnos el pasado contenido en una «revoltura de huesos» -como escribieron nuestros tatarabuelos- ni silencios ocasionados por el hecho inconfesable de que los restos mentados no eran de quienes llevábamos 187 años pensando que eran.
Es uno de esos casos en los que la respuesta más sencilla es la correcta. Una vez iluminada por mi fuente bien informada, decidí que, algún día, más tarde o más temprano, los investigadores terminarían su trabajo, que se traduciría en una interesante publicación del INAH, y que bien valía la pena ser educado, paciente y esperar. En frecuentes conversaciones en Twitter, cada vez que se tocó el tema, esa fue mi posición. He de decir que no todos estaban de acuerdo con esa actitud, tal vez porque no poseían la misma información que yo -un gol más en la coladera de la comunicación institucional- o porque la saturación de las audiencias mexicanas respecto a la información de las glorias de la investigación forense han generado la creencia, entre el respetable público, de que eso de andar definiendo la identidad del propietario del fémur que uno trae entre manos toma, exactamente, y con comerciales incluidos, una hora. Nada más lejos de la realidad.
De manera que el particular o reportero, decidido a conseguir a como diera lugar la información existente sobre el spa de los huesos ilustres, se fue por el recurso cómodo de pedirle al INAH los datos, conforme a la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública. La acción, que produce tanto placer como clavarle una banderilla a un toro que nos es ligeramente antipático, tiene la ventaja de que es más o menos ineludible: te contestan porque te tienen que contestar, aún cuando hay bastantes que dedican un ratito a consumir neurona para soltar lo menos que sea posible, y, en algunos casos, si se puede, no soltar prenda.
En el caso que nos ocupa, en lugar de explicar por la buena de qué se trataba la investigación y los tiempos de realización, además del protocolo de trabajo de los compañeros antropólogos, el INAH optó por la usual reacción de muchas entidades de gobierno: enconcharse, proporcionar la menor cantidad de datos posible e invocar, a toda prisa, al Comité de Información respectivo para declarar reserva sobre tópicos y asuntos que, no afectando la seguridad nacional ni lesionando las finanzas del país, no tenían por qué tenerla.
Claro que, cuando el particular solicitante vio que desde el INAH le pintaban un violín respecto a su solicitud de información, hizo lo que todo preguntón o curioso aficionado a incordiar entidades gubernamentales por medio de solicitudes de información: encajarle al Instituto un recurso de revisión, que, una vez analizado por los comisionados, derivó en una conclusión más o menos previsible: el INAH tendrá que caerse con la información que le habían pedido desde endenantes.
La nota publicada ayer jueves 11 por el semanario Proceso, y que puede leerse aquí resulta más divertida cuando se sabe que el INEHRM, por boca de su titular, el otrora (des)coordinador de las conmemoraciones de 2010, en algunas semanas más pondrá a circular un libro que, se dice, será gruesecillo, porque además de c0ntener cuanto acercamiento histórico se generó en torno a los entrañables huesos, es decir, la reconstrucción histórica de sus destinos originales, de sus viajes y de las pachangas en sentido literal, que se armaron a su paso por el Bajío, camino al homenaje y la apoteosis que les administraron al llegar al Valle de México, se adjuntarán los famosos análisis antropológicos y osteológicos, así como su informe final, que, hasta donde sí ha trascendido, nos garantiza que tendremos reliquias patrias y laicas casi casi hasta el fin de los tiempos.
Evidentemente, al IFAI le traía sin cuidado lo que estuviera planeando el INEHRM, como rescoldo del breve destello bicentenario. Como finalmente el organismo encargado de garantizar la transparencia de la información pública en tierras mexicanas no está obligado a recuperar todos los elementos que puedan sustentar sus juicios y sus disposiciones para dar cumplimiento a uno más de los muchos recursos de revisión que seguramente recibe a diario, acabó por disponer que el periodo de reserva ha transcurrido ya, y dos recursos de revisión más tarde, se supone que ya deberemos saber qué ocurrió y qué les ocurrió a los despojos de los padres de la patria. Tal vez la semana que viene, o tal vez en unas semanas, cuando el libro anunciado por el INEHRM aparezca y nos podamos entretener en los dictámenes finales.
Pero como nada es perfecto, y menos la comunicación institucional en estos tiempos, hay quienes piensan que estos estudios se hicieron para determinar si los restos pertenecen a quienes creemos que pertenecen, es decir, si los huesos de Hidalgo son de Hidalgo, si los de Allende son de Allende, y así. De algunos de los personajes analizados, como Leona Vicario y su esposo, don Andrés Quintana Roo, no hay muchas curiosidades; sus decesos están bien documentados, sus inhumaciones y sus exhumaciones igual. En cambio, los restos de los primeros caudillos insurgentes tuvieron horas azarosas y ese modo de contar de los decimonónicos tempranos a veces desespera. Pero de eso hablamos un poco más tarde.
MEA CULPA
Tiempo tiene este blog viviendo de sus glorias, pero con una perra carga de remordimiento. Tanto es el vértigo a veces, que la lista que se titula: «buenos temas para el blog» se va alargando y alargando. Pero ya para qué decir más. Sólo queda hacer acto de contrición y prometer a los paseantes que se aventuran por este reino, que no habrán de menudear las ausencias. Estamos de regreso.
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