Posts Tagged ‘Antonio Serrano

05
Ene
11

Jarabe de ajolotes (sniff) o miren qué tierno Abuelo (Guillermo)

 Me habría gustado, por pura elegancia, comenzar  con propiedad las entradas de este Reino y hablar de algunos de los muchos temas que traigo entre zarpas: las voladas periodísticas, cómo es que Wikileaks no es novedoso sino por el alcance del mecanismo de circulación (los contenidos, producto de la condición humana, no tienen nada de novedosos), unas cuantas historias más de huesos ilustres, conmemoraciones fallidas, debates de historiadores, en fin. Pero lo cierto es que (sniff) vivo desde hace varias semanas oscilando entre la vida y eso que plenamente se llama «malvivir» a causa de una intermitente y repugnante infección de la garganta, combinada con un conato de gripa y luego dos gripas declaradas, la segunda más perra que la primera, que han hecho de mí (sniff) una pobre víctima de los elementos. Es muy feo eso de que le dé a uno el aire y le duela. Nada más porque los dioses de la radio son generosos con los inocentes, es que «Historia en Vivo» del pasado 1 de enero [ojo: rigurosamente en vivo] pudo llevarse a cabo con relativa normalidad, habida cuenta de la cariñosa custodia de Sandrita y don Javi, ángeles guardianes dispuestos a reanimarme con jugo de arándano si me ahogaba por la tos, sniff. Lo bueno fue que no hubo necesidad. Por primera vez en un muy buen rato, la congestión nasal, la tos y la sensación de que la vida no vale nada me obligaron a refugiarme en mi cama, abrigada y provista de muchos líquidos y de una de las mejores invenciones del género humano: las Gomas Garde G, gomas (valga la redundancia) hechas con goma arábiga, que, me cuentan, existen [en forma de pastillas] como desde los años 30 del siglo XX, y que en su actual versión de sabor naranja y con vitamina C [las que dicen contener benzocaína no me inspiran ni un gramo de confianza]me han hecho un tanto llevadero el tormento de la tos.

Pero todo este largo lamento tiene la puntita de una historia simpática, que tiene que ver con el patrono protector de este Reino, mi tatarabuelo Guillermo Prieto. Hará cosa de unos nueve años, me vi en similares problemas de salud. Por esos, días Radio Trece explotaba mi fuerza de trabajo en el área de noticias. Én esa ocasión vencí a la gripa antes que a la tos y, pese a todo, en algún momento, se me cerró la garganta y me quedé sin voz. Presa de la desesperación producida por no poder decir ni «miau» en tono y tesitura normal, acabé en una tienda naturista, a la vuelta de casa, en busca de algún remedio que paliara mis males, ya que la medicina alópata no lo había conseguido.

Huroneaba en el escaparate de la dichosa tienda, buscando un jarabe sin miel de abeja, cuyo sabor me desagrada profundamente, cuando la señora responsable del sitio me sugirió recurrir al «jarabe de ajolotes», que era muy, muy bueno, según me aseguró. En tres patadas estaría como nueva. Ya preparaba una respuesta cortés pero reacia a caer en extravagancias exóticas, cuando la buena mujer me puso delante un frasco con el mentado jarabe. Desde el frente del envase blanco de plástico, me contemplaba Guillermo Prieto, en un dibujo inspirado en un muy buen retrato que se conserva de sus días de ancianidad. Coronaba el retrato el nombre del producto: «Jarabe del Abuelo». En la parte trasera, el frasco rezaba: «Jarabe de ajolotes. Tónico reconstituyente. Alivia la TOS. El único remedio que cura radicalmente [ojo] el asma, bronquitis, toses inveteradas [qué bonito], catarros, pulmones, tisis, neurastemia [sic] y debilidad general [‘ai nomás]».

Ocurre que por aquellos días, estaba yo en el trance de acabar un librito biográfico sobre Guillermo Prieto. Evidentemente, no se trataba de una casualidad; era un detalle que al bueno de don Guillermo le habría arrancado carcajadas. No lo dudé mucho más, aparte del jarabe de propoleo [por si las dudas], me llevé el frasco con el retrato del Romancero, no sin antes reportear un poco a la dueña del negocio.

De esa manera me enteré que el «Jarabe del Abuelo» no se llamaba así sino desde hacía unos ocho o diez años. Toda la vida se había vendido con otro nombre, aparejado con el título de «Jarabe de Ajolotes». Atenida al dato consignado en el frasco, me enteré que se produce en la ciudad de Puebla, desde 1839. Muy coherente con los beneficios que pregona: pareciera uno de esos «curalotodo» a los que eran tan aficionados los decimonónicos de estos y muchos otros lares. Ocurre, sin embargo, que en tiempos recientes, algún vivales decidió piratear el jarabe.  Entonces, los originales creadores del brebaje optaron por cambiar nombre de batalla y presentación; conservaron todo el discurso acerca de las virtudes curativas de su producto, y seguramente, en busca de alguna nueva etiqueta, dieron con la hermosa foto de don Guillermo. Inocentemente,  les debe haber parecido «un viejito muy tierno», ignorantes de la peor mala fe que Guillermo Prieto podía producir en sus mejores momentos, capaz de escribir «con ponzoña de escorpiones», como él mismo llegó a decir de un textito que le escribió a Antonio López de Santa Anna en ocasión del cumpleaños de «Tres Cuartos» (uno de los muchos apodos de Santa Anna desde que perdió la pierna), y que le valió el destierro a Querétaro.

La historia no se acaba aquí: si bien el jarabe de propoleo me sirvió para librar la talacha diaria en la estación de radio, fue el jarabe de ajolotes el que me curó realmente. Cuando lo abrí, debo admitir que me dio un cierto repelús: para empezar, no tenía consistencia de jarabe. De hecho, era una agua de aroma fuerte e indefinido, y transparente con color grisáceo. Eso, pensé, no era un jarabe. A lo más, era el agua en la que los ajolotes se habían bañado o se habían enjuagado las patitas. ¿eso era la maravilla que pregonaba el frasco, y que, aseguraba, estaba elaborado «según fórmula original, con productos de la mejor calidad (¿¿ajolotes premium??)?

El caso es que le di un buen trago. El jarabe de ajolotes no sabe mal, no es desagradable, no tiene mal gusto. SABE A MADRES, no hay otra forma de decirlo que represente de manera precisa y gráfica mi juicio categórico. Fuera porque de lo mal que sabe, algo se cimbró dentro de mí, a mitad de camino entre el horror y el susto; fuera porque de a deveras es un remedio eficaz desde 1839, con ese y unos pocos traguitos [los siguientes fueron traguitos, lo juro], se acabaron la tos y la garganta cerrada. De veras. Unos pocos años después, unos cuatro o cinco, en un trance desesperado (a sabiendas del sabor del jarabe de ajolotes les aseguro que estaba desesperada), y para evitar quedarme sin voz en plena chamba, me compré otro jarabe de ajolotes, «Jarabe del Abuelo». Insisto: no sé la razón, lo cierto es que esa cosa me curó.

Y aquí estoy, sniff. Esa es la clave. Mea culpa. Me olvidé esta vez del jarabe patrocinado por Guillermo Prieto, y en el pecado he llevado la penitencia, sniff. Ahora me cae el veinte. Mañana voy por uno.

POSTDATA.- Y como juguetona (sniff) revisión-interacción con los amables visitantes de este Reino, aquí algunos comentarios acerca de las preguntas recientes y búsquedas que  hacen llegar hasta estas tierras (sniff) a algunos apreciados lectores de este Reino:

  • Antes que nada, hay que reconocer la gran cantidad de viajeros que llegan atraídos por la información que puedan recuperar de la escena, ahora célebre y destinada a permanecer en los anales de la memoria colectiva, donde Miguel Hidalgo y Josefa Quintana (o sea Demián Bichir y Ana de la Reguera) tienen un apasionado encuentro sexual (es notoria la cantidad de gente que llega a la respectiva entrada de este Reino tecelando «Hidalgo cogiendo»).
  • Ni se ilusionen: NO ES CIERTO que en los bancos le dén a uno más dinero que cinco pesos por la moneda de cinco pesos con la efigie de Francisco Primo de Verdad y Ramos. Cinco pesos son cinco pesos, aunque sea monedita bicentenaria. Mejor guárdenlas. 
  • Los Centenarios de oro que todavía hoy cotizan en los mercados financieros, se acuñaron no para el centenario de la independencia, como mucha gente suele pensar. La moneda en cuestión fue obra del gobierno de Álvaro Obregón en 1921, para las conmemoraciones del Centenario de la Consumación de la Independencia. Según los informes presidenciales de don Álvaro, lecturas bastante entretenidas, la moneda fue todo un éxito: su valor facial era de 50 pesos ORO,  y, según leo, a mucha gente le pareció importante y útil, porque, debido a su «alto monto» [y sí, 50 pesos de 1921 no era una lana despreciable] tenía demanda para hacer operaciones comerciales y empresariales.
  • El jarabe que se ejecutan en la escena de la fiesta en «Hidalgo, la Historia Jamás Contada», de Antonio Serrano es «El Cupido», y está en el hermoso soundtrack que se consigue ya.
  • No tengo la menor idea de «cuántas veces se han agarrado a balazos en Carácuaro», cosa que me parece muy lamentable (lo de agarrarse a balazos, digo). La inseguridad en Michoacán le dio al traste con una carretada de conmemoraciones concretas y reales que pudieron haberse hecho. Pero lo que sí tengo muy claro es que en el verano de 2007, cuando empezaban estas cosas de la grilla bicentenaria, hubo noticia de un importante enfrentamiento con personajes que parecían ser criminales -tan difusa es la información sobre el punto- y el ejército mexicano, precisamente en Carácuaro. Los que sigan tercos en pensar en la hipótesis según la cual los restos de Morelos -esos que ya aparecieron- están en un cementerio de Carácuaro, llevados por Juan Nepomuceno Almonte en algún momento antes de irse del país, bien pueden ir organizando una excursión, dudosamente realizable a causa de las penosas circunstancias de estos días.
  • El monumento a la Revolución sirve de tumba a Francisco I. Madero, a Venustiano Carranza, a Francisco Villa, a Plutarco Elías Calles y a Lázaro Cárdenas, algunos de ellos amigos entrañables que se la pasaron peleando a muerte. Horas de sana diversión ultraterrena garantizada.
  • Por favor, por favor, por favor: Guillermo Prieto y Benito Juárez no eran «revolucionarios» en el sentido que hoy día usamos; les tocó su rato de historia medio siglo antes de que el término se aplicara a un movimiento político y social que encabezó un tal Panchito Madero.  Por eso las mediciones de Roy Campos afirman que cuando pregunta por los personajes de la Independencia y la revolución, salen, más o menos en este orden, Hidalgo, Morelos, Villa, Zapata… y Juárez. Chin. Ah, y «Juárez» se escribe con «z».
  • Y no, no voy a contar cómo se muere el Benny en la película «El Infierno». Además, el DVD de la película ya está a la venta y hasta final alternativo trae. ‘Ai ustedes escojan.
  • Y, por cierto, no se escribe «fusilación», sino «fusilamiento»…. juro que con estas puntadas también se me congestiona la respiración de las neuronas (sniff).

POSTDATA A LA POSTDATA.- Les prometo que mañana pongo las fotos de todas estas entradas recientes. De veras, la gripa está tan perra, sniff, que ni para ilustrar bien ando…. mil disculpas, sniff.

14
Dic
10

Noticias sobre «Hidalgo, la historia jamás contada», ahora en DVD

 

Para todos aquellos que andan buscando el DVD (evidentemente el original, el bueno y no pirata) de esa espléndida película, «Hidalgo, la historia jamás contada», dirigida por Antonio Serrano, con Demián Bichir como Miguel Hidalgo y Ana de la Reguera como Josefa Quintana, hay noticias. Las pongo acá, por la cantidad de visitantes de este Reino que andan intentando saber el paradero de ese ambicionado DVD (yo me muero por tenerlo): Me cuentan que desde la semana pasada, «Hidalgo» está para renta en los Blockbuster mexicanos. Y, la mejor noticia, es que podremos comprar el DVD a partir del 15 de enero. Hagan  fila. Los que estén muy impacientes, pueden ir a buscar el soundtrack, definitivamente excelente, de la autoría de Alejandro Giacomán, a esas tiendas Mix Up y en la librería de la UNAM de la zona cultural de la Ciudad Universitaria. Altamente recomendables, el soundtrack y el DVD, hasta para los amargados que no han agarrado la onda del gran valor de esta película. En una de esas, Miguel Hidalgo los ilumina.

14
Oct
10

Cinema Bicentenario. Episodio 3: Hidalgo, la historia jamás contada

 

Para mí, «Hidalgo, la historia jamás contada», dirigida por Antonio Serrano, es la mejor película del paquete Bicentenario. Podría decir a secas que se trata de una película espléndida y dar por cerrada esta parcela del Reino.  Pero es un filme que entusiasma, que emociona y que produce un montón de «clicks» para disfrutarlo, para verlo un montón de veces y para pensar en las muy curiosas reacciones que ha despertado.

Yo me enamoré de esta película desde que vi el tráiler en YouTube. Ver a Miguel Hidalgo tocando su violín, bailando, riendo a carcajadas, me resultó profundamente conmovedor. Ver al cura de Dolores re-cobrar textura, sonido, carne apasionada y hasta enamorada. Hidalgo arropado por la música esplendorosa de Alejandro Giacomán, Hidalgo que galante se inclina ante una Ana de la Reguera con uno de esos escotes dieciochescos impactantes; el mismo Hidalgo que leemos en los documentos, en los testimonios. Si alguien tiene la paciencia y el cuidado para revisar ese utilísimo libro de Carlos Herrejón, que compendia los documentos que respecto a Hidalgo conservamos, «Hidalgo. las razones de la insurgencia y biografía documental» y tenerlo muy en cuenta a la hora de ver esta película deliciosa, va a encontrar una bonita consonancia entre el Hidalgo retratado en las denuncias inquisitoriales y el Hidalgo que vemos protagonizando su «historia jamás contada».

Paradójicamente, las críticas que se han aplicado a esta película hablan de situaciones peculiares en cuanto a la cultura histórica de los mexicanos.  A estas alturas, parece muy evidente que la gente de este país sí tiene ganas de historia, apetito de historia, gusto por la historia. Usualmente, sus conocimientos históricos no suelen ser proporcionales al entusiasmo con el que se interesan por el pasado nacional.

Esta situación ha producido, en torno a  «Hidalgo, la historia jamás contada» reclamos que, de repente, se antojan extraños pero que,  si los pensamos con cuidado, hablan de situaciones más allá de la propia película. Me explico. hay quienes se quejan de que en la película «no se ve el Grito», que «dónde está el Pípila» (ese SÍ que es un reclamo bicentenario), que «creían que se iba a ver más de la independencia», que «casi no se ve nada de la independencia» . Esos son los reclamos de la gente de a pie, de la gente común y corriente, de los cuales se pueden desprender varias conclusiones:

  • Pese a los esfuerzos de la producción de «Hidalgo, la Historia Jamás Contada»,  y de las repetidas ocasiones en que se difundió el proceso de rodaje de «Hidalgo Moliére», nombre original de la cinta, lo cierto es que hubo muchos que fueron y van a verla con la expectativa de ver una película histórica o bien en tono épico, o bien en tono de lección edificante, más cerca de «La Virgen que forjó una patria», donde, con todo y su corrección histórica, y hasta eso, a Hidalgo nunca le desaparece del rostro una cierta sonrisilla traviesa (Zorro tenía que ser).
  • Hay una serie de personajes que, al parecer, en la imaginería colectiva, son inseparables de Hidalgo. No me refiero a algunos desatinos memorables, como el de un librito que compré hace algunos meses afuera de la fortaleza de San Juan de Ulúa, donde se asegura que Fray Servando Teresa de Mier era «compañero de Miguel Hidalgo» (pero ni de tragos, caray). Me refiero al conjunto de protagonistas del movimiento insurgente que se juzgan indispensables en cuanto una producción fílmica decide abordar la figura del padre de la patria: Josefa Ortiz de Domínguez, Allende, Aldama, Jiménez, el Pípila (otra vez). Parte de los reclamos que quieren ver Historia donde hay solamente historia (una historia deliciosa, es necesario insistir), radica en que  hay muy poco Allende, una pizca de Morelos, ni un suspiro de Corregidores. Una vez más, a pesar de que toda la información difundida acerca de la película, antes de su estreno, donde, me parece, quedó claro que se trataba de escribir un fragmento de una historia personal, íntima, de Miguel Hidalgo, como pudo haber sido, hay gente que quiere ver a SU Miguel Hidalgo en la pantalla; no al Hidalgo que pudo haber existido, a quien re-construye el guión de Leo Mendoza y el propio Antonio Serrano; tal vez los que se llaman decepcionados aspiran al Hidalgo de la narrativa de la escuela primaria, al Hidalgo que grita mueras al mal gobierno y que advierte de la necesidad de ir a coger gachupines.

De verdad, este es un gran Hidalgo. Hasta mejor que el de Rivera Calderón

  • Por eso resulta interesante el reclamo de la gente: muy bien, es Hidalgo, pero, ¿por qué no da el grito? ¿por qué no lo vemos en su caballito blanco y con su estandarte de la Guadalupana? ¿por qué el héroe de la película no es un poco más héroe de la patria, por favor? En suma, reclaman algunos, ¿dónde anda el Padre de la Patria? En la puerta les responden: «Está montando una obra de teatro, ¿sabe? Al señor cura le entró la ventolera de traducir a Moliére». Al otro lado de la puerta, en el patio, se oye un minuetito barroco delicioso, para luego pasar a un Chuchumbé espléndido, ejecutado con muchas ganas por la pandilla de músicos que engrosaban el reparto de la Francia Chiquita.
  • Tan, tan, llaman a la puerta de nuevo. Disculpe, ¿el padre Hidalgo? ¿Dónde encontramos al  señor que dice Edmundo O´Gorman que «hirió de muerte al virreinato» y que debería andar encabezando muchedumbres?  A estas alturas, del otro lado de la puerta se oye el ruido de una pachanga memorable. «Acá anda» -responden- «Pero las prioridades cambian con el tiempo. Aquí, en la Pequeña Francia, ese que buscan aún no existe, aún no ocurre. Pero ocurrirá. Ya es posible entreverlo. Si quieren preguntar dentro de unos años, y allá adelante, en Dolores, con seguridad los atiende. Todavía le falta que le embarguen las haciendas de la familia, que uno de sus hermanos muera afectado por la ruina familiar (una de las muchos casos derivados de la dichosa Consolidación de Vales Reales), que la Inquisición lo quiera juzgar por todos los chismes que se dicen de esta casa de San Felipe y que, pese a todas sus indagaciones, Flores, el fiscal inquisitorial, acabe por concluir que muchos de los acusadores carecen de pruebas sólidas para acusar al señor cura de hereje, libertino y escandaloso. Con su permiso, que ya tocan un jarabe».
  • Los años de la Pequeña Francia son poco conocidos por el común de la gente, pero contienen una buena cantidad de momentos interesantes en la biografía de Miguel Hidalgo, al que aún no se le ocurría convertirse en padre de la patria y en los que, a partir de esta película, muchos querrán saber más. «La Historia jamás contada» hace pensar en la clase de hombres que eran los párrocos del siglo XVIII, cuántos de ellos no tenían una definitiva vocación de pastor de almas. Eso se verá a la hora de la guerra de independencia, cuando aparte de Hidalgo, de Morelos, de Matamoros, anden en el mitote una buena cantidad de curas, como el mercedario Navarrete, que, cuentan, era bastante feroz, como el Padre Chocolate que, se cuenta en Alamán, tenía una clara tendencia a inmiscuirse en todos asuntos (y algunos muy feos), el Padre Zapatitos, del que solo sabemos que andaba en la bola, del Padre Chinguirito, del cual ignoramos todo, menos que andaba por Valladolid cuando Hidalgo y sus huestes entraron a la ciudad,  y que «carecía por completo de vocación religiosa». Es cierto que no les aplaudían a los curas con mujer e hijos, pero tampoco constituían una rareza. Morelos confesará la existencia de sus hijos durante su proceso. Hidalgo no lo confesó en su juicio, y ese es el elemento en el cual se apoyan quienes opinan que nuestro cura redivivo en Demián Bichir no tuvo descendencia. «Bueno, tampoco le preguntaron», opina mi querida Lupita Jiménez Codinach.

Esta película genera tanto qué pensar en torno a Miguel Hidalgo, que aún quedan cosas que decir. De hecho, si no fuera así, no estaríamos , medio mundo, aguardando con inquietud hasta emocionada (nariz húmeda, bigotes temblorosos) LA biografía de Hidalgo escrita por Herrejón y que se promete de pronta aparición. En el inter, corran a ver «La Historia Jamás Contada». Ojalá se emocionen tanto como yo.




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