Posts Tagged ‘Ignacio Allende

14
Feb
11

2011: algunas otras cosas sobre bicentenarios. Puente de Calderón y cuatro cápsulas ácidas.

Por esas cosas que pasan a veces, como la falta de una sólida estrategia de difusión, el honorable público dio por terminado el asunto Centenario-Bicentenario apenas sonaron las campanadas del año nuevo. Esto, en principio, es cierto, por el modo de hacer algunas cosas, dejar de hacer otras y aplicar o desaplicar unas terceras. Se han desvanecido, entre shalalás lejanos, los últimos mitotes, a ratos un tanto desabridos, a rato un tanto desconocidos y en todos los casos víctimas de una absoluta ausencia de concepto estratégico de comunicación (lo cual demuestra que sentarse cada ocho días a echar discurso [la Neta con mayúsculas, vamos] ante un micrófono en una cabina de radio no lo dota a uno con la capacidad de planeación estratégica que hoy día debiera plantearse -y exigirse- como requisito en el Manual de Conmemoraciones Básicas Tomo 1, pero qué se le va a hacer, jiá, jiá).

Querría dejar acotado que aquella sensación del «malvivir» ya se desvaneció, hará un rato, gracias a la milagrosa acción del jarabe de ajolotes. Podría hacer aquí una prolija crónica de lo que ha sido zumbarse tres cuartos de frasco de jarabe, bajo la mirada vigilante y pícara de mi tatarabuelo Guillermo Prieto, pero la verdad es que la cantidad de maldiciones que suelto después de cada dosis harían harto aburrida la relación. Tal vez baste con dejar consignado que, de hecho, con la cantidad de jarabe ingerida en las últimas semanas, he pagado, por lo menos, unos cuarenta años de purgatorio, o todas mis fechorías de los últimos dos años.

Por eso, nada más para efecto de utilidad, aquí algunos datillos de centenarios y bicentenarios, unos cuántos solamente, que este año habremos de celebrar, festejar, conmemorar o lo que buenamente se pueda, dado que el azar es el azar y la vida pública es incierta.  Y comienzo por decir que en enero pasado, el lunes 17, se cumplieron 200 años de la desastrosa derrota insurgente en Puente de Calderón, muy cerca de Guadalajara, y que resultó, digamos, la clara señal de que, si en algo apreciaban sus pellejos los honorables líderes insurgentes, más valía poner distancia entre ellos y el interesantísimo Félix María Calleja del Rey, soldado profesional y quien, hasta donde se sabe, y ya a esas alturas de 1811 lo tenía muy demostrado, no solía andarse con babosadas.

Vinculado a este asunto, y en estos fandangos de los Centenarios, volvió a circular la novela «de no ficción», como la llama su autor, el historiador Jean Meyer, que en otros días se conoció como «Los Tambores de Calderón» y que, al cambiarse el autor de editorial, apareció en Tusquets con el nombre de «El Camino de Baján», en alusión al canijo desierto donde, finalmente, Hidalgo y sus compañeros de vértigo fueron atorados por un caballero de apellido Elizondo, en el que, desesperados, decidieron confiar. Feas cosas esas de la traición.

 La novela de don Jean habla del megamitote que fue la insurgencia en aquellas tierras lejanas de la Nueva Galicia, hoy Jalisco y Nayarit, donde todos iban, todos regresaban, todos eran generales y todos eran jefes. Bastaba con que le ofrecieran al padre Hidalgo mil gandules que se habían pepenado por el camino, para que en el acto fuesen nombrados coroneles, por lo menos. Por eso les fue como les fue, por caóticos y desordenados. Para ese entonces, aparentemente, el «Padre de la Patria» ya estaba un poco pirado y había caído en ese «frenesí» que meses después confesaría durante su juicio.

Puente de Calderón, además de hacer polvo a los primeros insurgentes, sirvió para que a Calleja le dieran un título nobiliario. Fue, entonces, Conde de Calderón. Nada mal, si tomamos en cuenta que a otro colega suyo, virrey, le fue bastante mal en cuanto a título nobiliario, por esos asuntos de acciones heroicas o notables que merecen un premio: a don Juan Ruiz de Apodaca le concedieron, a raíz de la prisión y muerte de Xavier Mina, en las inmediaciones del rancho del Venadito, el poco elegante título de Conde del Venadito [Charros, diría algún irrespetuoso]. Vieran cómo le cayó a su esposa que, por extensión, los burlones se refirieran a ella como «La Venadita»… pero son gajes del oficio de virrey y consecuencias azarosas de eso de andar persiguiendo insurgentes. Por añadidura, a Calleja le devino otro titulito nobiliario, menos vistoso para la posteridad pero no menos importante: el de vizconde de Aculco, dato poco conocido y circulado.

Lo importante de Puente de Calderón, y esa, una vez más, es una enseñanza de la historia, es que no se puede vivir permanentemente en el desmadre institucionalizado, como parece que vivía Hidalgo, para histeria de Allende, en aquellas últimas semanas de 1810 y primeras de 1811. Si avanzamos un poco más, y nos acordamos de aquella idea de Arnaldo Córdova, según la cual la historia es «maestra de la política», la efeméride también funciona.  Una lectura breve de los testimonios que nos dejaron los testigos y los protagonistas de la batalla de Puente de Calderón, nos demuestra el punto. Es cierto que hay elementos para creer que a la hora de presentar informes, Félix Calleja le exageró un poquitín a sus cifras -miren nada más lo poco que hemos cambiado- , en particular el número de sus contrincantes, de los que sabemos que SÍ eran, al menos unos setentamil, pero que en los primeros informes el señor brigadier aumentó a 100 mil y luego corrigió y dejó en 93 mil. Para el caso y los resultados, en realidad no afecta demasiado. Agreguemos que también transformó un poco el entorno. El lugar que hoy señalamos como el emplazamiento de la célebre batalla tiene, en el parte del brigadier español, es descrito como un poco más complicado, el lomerío más difícil de abordar y más complicado para el que debe emplearlo como campo de batalla.

Las conmemoraciones de este año sobre el bicentenario de la batalla de Puente de Calderón se dieron en las cercanías de un puente de tres arcos que no concuerda con las descripciones  añejas del sitio de la batalla (la maldición bicentenaria, otra vez). Parece, según inferencias bastante lógicas, por cierto, de la historiadora Carmen Vázquez Mantecón, que el puente NO ERA ÉSE, sino uno de un solo arco, más o menos cercano al que se tiene como el sitio histórico. Lo divertido de todo esto, es que el puente de tres arcos tenía una placa que AHORA YA NO TIENE, porque la movieron a un monumento que está sobre la carretera y que es como el señalamiento de entrada a uno más de estos parques Bicentenarios que a todo mundo le desgastaron la imaginación al crearlos.

La placa, por cierto, la pusieron en 1921, en las conmemoraciones del Centenario de  la Consumación de la Independencia. Tiene una inscripción que no tiene desperdicio. Es deliciosa. De hecho, la convierte en una antiplaca conmemorativa, en un antimonumento. El texto sencillo, escueto, no deja lugar a dudas:

«Aquí (sin la coma) el 17 de enero de 1811 (sin coma otra vez) la suerte fue adversa al Padre de la Patria (sin coma) don Miguel Hidalgo y Costilla y al Generalísimo don Ignacio Allende»

¿A poco no es una belleza? Perra suerte, acotaría en este punto don Miguel. Ni le muevas, metería baza Allende: preferible echarle la culpa a la suerte que al desmadre, al caos, a la inexistente estrategia más allá de echarle montón a los gachupines y realistas. Que mejor la culpa la cargue la suerte.  Y eso es un consuelo para algunos habitantes de la historia nacional. Perra suerte, canija suerte. Esa mañana la suerte amaneció de mal humor y se desquitó con los padres de la patria. O con la Cámara de Diputados, o con la Comisión del Bicentenario, o con la Bolsa de Valores, o con Turissste. ¿Ven? Perra suerte. Me parece encantador. Don Emilio Cárdenas, cineasta, todo un personaje, cuenta que en estos meses recientes, alguien tuvo la puntada de ir a poner unos arcos -que definió sencillamente como «horribles»- donde dice la leyenda que ocurrió el abrazo de Acatempan. Esto se lo voy a contar a mi amigo Vicente Méndez,   que tiene los pelos de la burra en la mano, respecto al mentado abrazo, que no acaba de encontrar por lado alguno. O sea, la antiplaca para culpar a la perra suerte y el arco para arropar al abrazo que no ocurrió (abrazo, y no encuentro. La grilla es tema de otro espacio en este Reino) Ah, qué divertido. ¿Ya ven como los bicentenarios aún dan para horas de sano entretenimiento?

ALTA TRAICIÓN I, 2011: acerca de las extrañas autojustificaciones que algunos ventilan en la prensa.

Algunos mea culpa embozados se han publicado en las semanas recientes con respecto a lo que salió bien (?) y lo que salió mal en las conmemoraciones del año pasado. Como el tufo de disonancia cognoscitiva y negación de la realidad es digamos, intenso, yo nada más opino que la percepción que se genera de «libertad» y la percepción que se genera de «desmadre», son dos cosas muy distintas. Pequeños matices de la comunicación social, institucional y política. Lástima que haya quien sólo aprende a trancazos, y eso, quién sabe. Lo del aprendizaje, digo. Y solamente respecto a las conmemoraciones del año pasado, aclaro. Y todo se paga, reitero.

ACOTACIÓN DE LA REALIDAD A LA PERRA DUDA:

Como inesperada respuesta a la perra duda respecto a eso de andar cabalgando por el cerro de Chapultepec , en evocación-interpretación de Madero, ahora, sábado, ya sabemos para lo que sirvió: para salir en «Las Mangas  del Chaleco», en el noticiero nocturno de Televisa. Y vuelvo a preguntar: ¿valía la pena?

MÁS PERRAS DUDAS:

El 10 de febrero, cuando se conmemora el día de la Fuerza Aérea es, también el aniversario, y este año, por cierto, el centenario de aquel día en que Francisco I. Madero se subió por vez primera a un avión. En esto de las reconstrucciones, evocaciones y hasta pretensiones de reencarnaciones, otra vez: foto del señor que trabaja de presidente con casco y anteojos, subido en la cabina de un avión que, genéricamente, me atrevería a llamar «de combate». Digo, puestos ya a completar el cuadro, hacía falta música de fondo: propongo dos: una tierna cancioncita de un grupo llamado The Royal Guardsmen, que estaba de moda hacia 1966: «Snoopy contra el Barón Rojo», que se trata de eso, del canijo perro subido en su avión de la Primera Guerra Mundial, enfrascado en una intensa batalla con su archienemigo,  el aviador alemán (hurgando en la red me entero que estos mismos sujetos, por medio de otras canciones, han postulado al sofisticado y tierno perrillo de Charlie Brown para presidente, y, hará cosa de cinco años,  lo han enfrentado a un nuevo enemigo: Osama Bin Laden. No hay moral.). La otra, no exenta de mordacidad y un aire a partitura de películas mudas de  principios del siglo XX, se debe al genial Vince Guaraldi, autor de muchas de las suaves piezas que musicalizan los especiales navideños de Charlie Brown que se transmitían por televisión, a principio de los setentas. La pieza, bastante aceptable, tiene un título con cierto toque acidito, como si le espolvoreáramos chamoy: «La Maravilla Enmascarada», como sabemos, otro de los seudónimos de Snoopy. Creo que sobraría algún otro comentario sobre el punto.

MÁS DVDS DE PELÍCULAS BICENTENARIAS.

Las tiendas de DVDs ya tienen a la venta «El Infierno» y «Héroes Verdaderos». La primera con unos cuantos extras que valdrá la pena comentar, y la segunda con trabajos incluye el trailer. Es una pena: había muchos materialitos para hacer un precioso detrás de cámaras. «El Infierno», ciertamente, trae un «final alternativo», pero ni se emocionen: de todas maneras el Benny se muere. La única diferencia es quién lo mata y dónde lo mata y cómo se arman las venganzas. Las entrevistas, con excepción de la que concede el actor Joaquín Cossío, el formidable Cochiloco, padecen de un exceso de crema en los tacos. Pero es una de las películas bicentenarias, qué se le va a hacer. Alguien, y ojalá fuese un historiador, debiera hacer una tesis del tema. Hay cosas fenomenales en esto. Seguiremos informando.

13
Sep
10

Postales Bicentenarias 8: la Independencia en tiempos del Facebook

Corre por la Red este pequeño juguete discursivo, definitivamente delicioso. Habría sido sensacional que saliera del ingenio de un historiador. Pero esta curiosidad se debe a los creativos de una empresa mexicana W Marketing. Es decir, en principio se trata de publicistas o comunicadores profesionales. No sabemos el nombre del responsable directo pero he de decirles varias cositas: primera, que ha sido tan efectivo que ha llegado a mi correo en ocho ocasiones. Segunda: que el autor o autores pudieron hallar ese «justo medio» que conjunta una pequeña dosis de información histórica con uno de los lenguajes más populares de estos días bicentenarios: el del Facebook.

Esta narración de los hechos ocurridos hace dos siglos, en la lengua de algunos mexicanos del siglo XXI, es todo un regalo para los usuarios de internet y las redes sociales. A no dudarlo, es una gran lección. En este Bicentenario, más tiempo debiéramos haber dedicado a construir los puentes entre la investigación histórica que se desarrolla en la academia y los usuarios de estos recursos de comunicación apoyados en el ciberespacio. Aún hay tiempo, porque sospecho que en algún punto del universo está el infierno de los historiadores, y si no hacemos algo para redimir nuestras deudas pendientes con la gente común, artífice y protagonista de la Historia, allí iremos a sufrir una buena porción de siglos, mientras nos leen las obras completas de Francisco Martín Moreno (wak!!). Y eso, oh amigos míos, eso SÍ que es castigo.  Gracias a W Marketing y a la realidad. Disfruten esta preciosidad:

31
May
10

Pasear huesos 2: honores y desfile militar del 30 de mayo

El último domingo de mayo de 2010

Pues salieron los huesos de los padres de la Patria. Entre cadetes del Colegio Militar, banderas tricolores con crespones negros y acordes de Marcha Dragona, fueron trasladados al Castillo de Chapultepec, donde se quedarán a pasar el fin de la primavera. Haciendo alarde de un «timming» atroz, el asunto comenzó a la ¡misma hora! que la transmisión del juego de futbol México-Gambia, del que por cierto, no tengo la menor idea de cómo acabó. Por eso podía uno brincotear a lo largo de los cuadrantes radiofónicos y no encontrar sino especulaciones futboleras. 

Pero sobre el asunto de los «huesos patrios» (caramba, qué expresiones inventa la gente), no ha habido desde hace dos semanas quien juzgue piadosamente el asunto. Lo menos que se ha leído es que se trata de una ocurrencia, de una mexicanísima puntada. Y hay mucho de razón en ello, pero bien podríamos preguntarnos qué es lo que hace que aún nos broten este tipo de ocurrencias o puntadas. Acabo de leer un cablecillo de la agencia noticiosa italiana ANSA, que reproduce las opiniones de unos cuantos dirigentes de partidos políticos: «Injustificado», dice Manlio Fabio, priista. Jesús Zambrano, perredista, refunfuña que no halla razón «para ese traslado» e, indignado asegura que hay en el mundo mejores cosas por hacer que «andar molestando en su descanso eterno a los héroes». Es cómodo tirar el trancazo fácil: pero estoy cierta de que, si a cualquiera de los dos señores les hubiera tocado la coyuntura, con sus diferencias y matices, algo hubieran discurrido sobre los homenajes a los insurgentes. A lo mejor no idéntico, no exactamente igual, a lo mejor no habrían emboletado a los señores del INAH en la empresa, pero habríamos visto alguna idea curiosa al respecto.

Porque lo que presenciamos ayer es, sencillamente, uno de los muchos usos del pasado. Como podría serlo un spot de radio o de televisión BIEN HECHO, como lo es un ceremonial cívico, como lo son tantas cosas más que pertenecen a nuestra vida cotidiana. Y afirmarlo no es ninguna idea escandalosa ni malaonda: todos tenemos una idea de cómo asumir nuestro pasado y lo traducimos en actitudes y acciones: andar exhumando personajes ilustres y pasearlos por Reforma, para los propósitos que sean (de eso hablamos luego), revela una posición ante el pasado, una actitud ante la muerte y una irreprimible afición a las reliquias en el sentido más estricto de la palabra.

Salieron los huesos, pues, desfilaron en algo que no entiendo el sentido de llamar «cortejo fúnebre», porque seguramente esa es una de las actitudes que en el pasado determinaron el diseño del ceremonial. Esto es: son restos humanos, entonces todo lo que se les relacione adquiere carácter de ceremonial luctuoso. Y creo que ese es uno de los problemas que plantea la relación con los restos de los personajes ilustres. ¿Son materia de duelo? ¿son materia de recuerdo satisfecho? ¿Los paseo vestido de luto o con júbilo porque las cosas han cambiado mucho en 100 o 150 0 200 años? Esas son las cosas que uno se puede poner a pensar cuando se dispone a desenterrar, re-desenterrar o exhumar a cualquier notable.

Me parece que hay distintas posibilidades para esto, ya que nos ponemos a dialogar con los muertos en la forma más literal posible: ¿por qué no comprar rosas amarillas, claveles rojos, pensamientos pintitos para Miguel Hidalgo? (ustedes disculpen: a mí las flores blancas sí me parecen «flores de muerto») Ya que andamos en esto de la nigromancia les podemos decir, como le diríamos a nuestra tía bisabuela que tiene medio siglo sin asomarse a la calle ni para comprar un manojo de manzanilla, que ya es normal que se vacunen todos los chiquitos, que ya no es común que las mujeres se mueran en alguno de una serie larguísima de partos, que el Estado le paga los libros básicos a los niños? Digo, ya que vamos a echarnos una conversación con los «huesos patrios» (disculpen, pero es que la expresión me da mucha risa), podríamos contarle algunas cosas que hemos hecho bien y luego hacer el mea culpa de toooodas las burradas cometidas en los últimos 85 años.

El caso es que pasearon a los «huesos ilustres»: en algún punto del recorrido, más allá de la glorieta de la Diana alguien se puso a gritar «¡Viva Hidalgo!» y, razonablemente, la concurrencia también vitoreó la urna enorme que contiene los cuatro famosos cráneos. A las edecanes, que se estaban asando en sus vestiditos y medias negras (ah, claro, es que era un cortejo fúnebre…) se les fueron las cabras, se imaginaban un desfile mucho más largo y mucho más lento, de manera que, cuando reaccionaron, se les estaban quedando las brazadas de claveles blancos que les dieron para repartir entre los asistentes con la idea de que fueran lanzadas «al paso de los héroes» (¿qué no lo hubiera escrito así Amado Nervo’). Daban ternura echando carreras rumbo a Chapultepec, a ver si alcanzaban a repartir sus flores. Lo cierto es que mucha gente más bien las tomó como una cortesía de los caudillos de la insurgencia y se llevaron a casa muy buenos ramitos.

Como el cortejo era realmente breve, de repente la gente empezó a tomar la actitud de «ah, caray… ya se acabó» y muy pronto, mientras el número proseguía en Chapultepec, los asistentes a los que no les urgía regresarse a la casa para ver el futbol, se desperdigaron por los locales de la «Feria de Ciudades Amigas» (o algo así) donde, previsores los rusos y húngaros ya tenían listos panecitos recién hechos, galletitas de café con chocolate para desayunar.

Y así, los beneficiarios últimos del desfile federal resultaron los invitados del gobierno de la ciudad de México (les digo que tienen un timming para matarlos), pues, después del paso del cortejo, algunos nos dedicamos a curiosear, a comprar seda indonesia o vino sudafricano, a probar bocaditos chinos, japoneses, indonesios, filipinos, y tooodos a pasear, a ir y venir hacia el entrañable Ángel, donde, una vez que se marcharon los invitados VIP, la gente, ésa que se va al Ángel a celebrar el futbol, una medalla olímpica, el fin de los estudios, se acomodó a tomarse fotos emocionadas o a tomarse un descansito, literalmente a la sombra amorosa del Ángel.

 Algunas notas periodísticas del día enfatizan el hecho de que mucha gente no sabe realmente quiénes se echaban la siesta de la eternidad en la columna de la Independencia. Cierto y ese es uno de los huecos discursivos en estas conmemoraciones. Seguimos creyendo que toda la gente sabe historia básica o «conmemoraciones básicas», pero lo bonito es que, si le damos oportunidad a esa misma gente que tiene inquietud, curiosidad, emoción o incluso morbo por el pasado, de adquirir información, pasan cosas hermosas o conmovedoras. Ayer, mientras los empleados de Presidencia  levantaban el presidium, las cajas de madera negra donde colocaron las urnas con las «reliquias patrias» mientras el Presidente y el ministro presidente de la Suprema Corte se echaban sus discursos (PD: ¡corran al que hizo el horrible discurso del presidente! Sonaba de un anticuado…), la gente se formó en una fila que abarcaba la escalinata y un trecho del asfalto, para entrar a ver las gavetas vacías y la estatua de Guillén de Lampart.

Ese «después» es el que nos enseña por qué 200 años de la insurrección de Hidalgo, los mexicanos sobreviven a todo, a la pobreza, a las crisis, al olvido, a la arrogancia, a la ceguera, a la mala memoria de quienes gobiernan: porque hay tenacidad e ingenio. Abundaban los vendedores que no eran ni turcos, ni españoles ni argentinos: los mexicanos con peculiares mercancías, desde cursos de idiomas hasta trompos muy bien hechos. Burbujas, pelotas de goma, tamales. Pero no se me olvida el señor que vendía el «patito chillón», títere de mano tan tierno como el mejor muppet, que tiene incorporado un silbato y un artilugio que le permite sacar la lengua como un espantasuegras. «Diseño mexicano», pregonaba orgulloso. Un poco apenado por los elogios entusiastas que me despertó el patito, me decía: «Pues ya ve… uno tiene que andar trabajando… pero aquí estamos siempre… buscándole el detalle».

Y ha de ser por eso, porque siempre estamos buscándole el detalle, que este país siempre sobrevive.  Mañana, la historia-historia de los huesos ilustres.

 

30
May
10

Pasear huesos: las «reliquias patrias»

Hoy, domingo 30 de mayo de 2010, salen a pasear los Padres de la Patria. Los más antiguos de esos restos, que hace casi 200 años y, mediante el rápido expediente de las balas dejaron de ser carne apasionada para transformarse en materia prima de las obsesiones de las generaciones de mexicanos que les siguieron, se asoman al México del siglo XXI, donde acechan los perros bicentenarios y las alianzas políticas demuestran hasta qué punto se han desgastado esas antiguallas que se llaman «principios» y, poco a poco, se sustituyen por lo que podríamos llamar «medidas desesperadas». Lindo ambiente que se van a encontrar.

Esto de «pasear huesos» entra muy a tono con las peculiares maneras que tenemos en este país para asumir la muerte, para combatirla, negarla e, incluso, intentar vencerla. Tiene que ver también con la huella de rituales religiosos que, al paso de los años se transforman en rituales laicos, sin que a nadie le cause demasiado escándalo… en principio.

Fuera de una asomadita al mundo, que les dieron en 1953, los restos de los caudillos, de los próceres insurgentes, no salían desde que los trasladaron, en gran procesión (desfile o procesión, para el caso específico es casi lo mismo) solemne, de su sitio en la Capilla de San José de la Catedral, hasta la Columna de la Independencia, donde, por no sé qué razones, hay quien anda diciendo en los periódicos que los colocaron en una «cripta subterránea». Más bien si sé. Quien dice esas cosas tiene mucho que no se para en el sitio, porque sabría que entra uno al pasillo interior, da la vuelta, pasando por la estatua de Guillén de Lampart, que está ahí no por ser el personaje principal de una novela de Vicente Riva Palacio («Memorias de un Impostor»), sino porque a él sí se le consideró una especie de precursor de los anhelos independentistas en la Nueva España en los tiempos en que se adornó el sitio y se pensaron los diversos elementos escultóricos que revisten la columna.

Así pues, salen los huesos a pasear. Alrededor de estos pobres restos han ocurrido toda clase de historias desde 1811, cuando los cuatro primeros personajes que duermen la siesta de la eternidad en la Columna de la Independencia fueron pasados por las armas en Chihuahua, que, si hoy día está bastante lejos, en términos de distancia, hace doscientos años estaba múchísimo más lejos. Allá se llevaron a Allende, Aldama Jiménez y, desde luego, a don Miguel Hidalgo. Allá fusilaron primero a Allende, Aldama y Jiménez, y un mesecito después al Padre de la Patria, que, en algún momento, porque es condición humana cuando se llega a las puertas de la muerte, del abismo y del desastre, ha de haber pensado en la inmortal frase «pero qué necesidad», cuando se estaba tan a gusto en Dolores, departiendo con los amigos, discutiendo de temas elevados con Manuel Abad y Queipo, disfrutando las tertulias en casa del intendente Riaño, en fin. Así fueron las cosas, así se decidieron (eso es, también, condición humana) y por eso acabamos como acabamos, que no es privativo de los personajes que cambian el rumbo de los acontecimientos (no tengo ganas de usar la ultrasobada frase de los últimos meses «que nos dieron patria y libertad», porque entonces se me dispara el mecanismo automático de pensar que, o se volverían a morir de la impresión con las cosas que hemos hecho bien, o nos mandarían al paredón de ver lo mal que hemos hecho algunas otras.)

Salen los huesos a pasear y esta ocasión no hay presuntos familiares a quienes confiar el amoroso traslado de los frágiles restos. En 1925, aparecieron un par de ¿nietos?, o al menos así se les conoció a sacar de la capilla lo que quedaba de Guadalupe Victoria. Hoy, se afirma que Victoria no tuvo descendencia conocida (pero qué tal desconocida, ¿verdad? por eso no hay que andar diciendo temeridades). Se asegura que estaba por allí una especie de sobrino de Mariano Matamoros, y la inexactitud de los parentescos hay que adjudicársela a los reporteros de aquellos años, para los que un nieto era lo mismo que un chozno, o un sobrino salía igual que un sobrino biznieto… total, si de un «probablemente» inventaron el robo de los huesos de Morelos, por qué iba a haber dificultad en esto de ser precisos con los parentescos. Algunos aún se preocupan por insistir en que Hidalgo no tuvo descendencia, pero vayan y díganlo en Dolores Hidalgo, díganselo a la familia mexicana que hoy día tiene su blog para explicar cómo es que son descendientes del padre de la patria. Este es uno de los elementos de folclor local que adornan estas conmemoraciones de 2010.

Salen los huesos a pasear, y esta vez no hay demasiadas polémicas por la autenticidad de los huesos, como en 1925, un personaje peculiarísimo, como muchos reporteros de esa época, que firmaba sus notas de El Universal como Jacobo Dalevuelta y que en realidad se llamaba Fernando Ramírez de Aguilar, que había estado incordiando, en las páginas de su diario, acerca de la desaparición de los huesos de Morelos. Como ese es un asunto que cada cierto tiempo resucita en la prensa mexicana porque alguien se acaba de enterar  de esa historia, merecerá unos párrafos aparte en este Reino. Pero no eran los únicos restos por los cuales se clamaba, se sospechaba y se pataleaba: corría, como corrió también la versión a fines del siglo XIX, que el cráneo que se pensaba, pertenecía a Miguel Hidalgo, no era tal, puesto que los testimonios indicaban que al padre de la patria no le habían dado tiro de gracia, y el pobre cráneo que en la colección de reliquias patrias se identifica como el del cura de Dolores. Los huesos de Morelos se cuecen aparte por el escándalo generado a su alrededor. Sobre el cráneo de Hidalgo, hace ya años que no se arma tanto barullo.

¿Qué si hay entonces en esta salida de huesos ilustres? La aspiración «científica», derivada de obsesiones personales, y a cargo del Instituto Nacional de Antrpología e Historia (que deben estar emocionadísimos por el encarguito) de «identificar» los huesos que se resguardan en los elegantes cajoncitos. Yo debo reconocer que esas cosas de andar averiguando la historia de los restos humanos, definitivamente me encanta. Admito que tengo una buena colección de datitos al respecto, que agregaremos a este Reino en el curso de estos días. Confieso que esta historia de los «restos patrios» como un inocente con humor involuntario los bautizó, me divierte mucho porque en ella se mezclan las buenas intenciones con la incompetencia, la mala fe y, antes que otra cosa, el interés político. Quien crea algo diferente al respecto, o vive en una isla desierta, o jamás ha pensado a profundidad los problemas de las conmemoraciones, o es de una ignorancia escandalosa, o simplemente se está haciendo el tonto. Pero el mundo es real, y la realidad es real y hace mucho que tenemos claro que las conmemoraciones, sean cuales sean, implican un uso del pasado, y el uso del pasado jamás es inocente. Al rato hablamos de las aventuras de estos huesos. Me voy a ver el numerito. Mientras, les dejo una foto publicada en el libro de la historia gráfica de los hermanitos Casasola,  de cómo estuvieron alguna vez los huesitos prolijamente acomodados. Al que me diga quién es quién, le invito un martini de absolut de pera.

Adivina, adivinador. ¿De quién es la calavera que te está mirando de frente?

 




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