Posts Tagged ‘Bicentenario del Inicio de la Independencia

28
Dic
10

Los últimos tragos musicales del año de los centenarios (y aún hay más)

Espero que dentro de muy poco, los historiadores, los periodistas y algunos seres pensantes que anden por aquí dejemos el recuento de anécdotas, y comencemos a mirar con otros ojos las puntadas, dichos, osos, desastres y pachangas del año de los centenarios. Los que hayan de ocuparse de las auditorías y pedir las explicaciones pertinentes a por qué ciertos aspectos de las actividades conmemorativas, en particular las vinculadas a la idea de «lo oficial» y/o lo «gubermanental», aún tienen un fuerte olor a inmenso desmadre pintado de verde, blanco y rojo, tendrán que hacer acopio de papelitos, testimonios y explicaciones que vayan ustedes a saber qué tan sólidas resulten, pero para eso, amigos míos, sólo nos queda arrimarnos una silla, acomodarnos para ver el numerito y poner en el microondas las palomitas (de sabor limón, plis), porque el espectáculo va a ser fenómenal. Seguro que vamos a leer declaraciones dignas de aparecer en la revista Frenia.

Entonces, con esas maravillas que hoy permite hacer la multidisciplina o la pluridisciplina -asunto que a veces se me hace que los historiadores acaban de descubrir- podrán desarrollarse interesantes análisis acerca de los discursos conmemorativos que labramos durante este año; qué quisimos decir, qué logramos, en qué nos tropezamos y en qué hicimos el ridículo. No faltará el bloguero o su versión correspondiente del siglo XXII que, al leer nuestras andanzas y pleitos opine, con palabras nacidas del corazón: «Bueno, ¿¿qué se metían estos??»

Esa es la segunda parte del «ejercicio de reflexión» por el que muchos se la pasaron chillando y pataleando buena parte del año, y que seguramente va a arrojar algunos resultados llamativos, por decir lo menos. Por lo pronto, aún con las manos llenas de barra tricolor y con camiseta bicentenaria, pareciera que aún no se nos pasa la impresión (o el susto). Pero el embate del «México Real» (que no les cuenten: esa expresión la inventó don Pepe Fonseca; no fue ni Pepe Cárdenas ni el querido Joaquín López Dóriga, mucho menos Ciro Gómez Leyva;) es fuerte y apabullante. Una rápida ojeada a los periódicos y a los noticieros del día muestran que la realidad es perra y que la huella de las celebraciones-conmemoraciones-festejos-pachangas del Bicentenario y el Centenario empieza a desdibujarse demasiado pronto, abrumada por los secuestros de migrantes, por los asesinatos impunes de mujeres que lo único que deseaban era justicia para una adolescente muerta, por las calles incendiadas en San Martín Texmelucan. Bastantes cosas importantes de verdad, como para que resulte explicable por qué se nos pasó inadvertido el destino final del canijo perro que se estaba descongelando en Guadalajara dizque como conmemoración del Centenario de la Revolución y en qué acabó la reunión entre la escuincla gigante y su tío el gigante que dizque enterró Hidalgo (juar, juar), antes de pelarse de Guadalajara, entre el humo y el desastre de Puente de Calderón. El numerito, nos dicen, fue admirado por tres millones de cristianos, entre los cuales NO nos contamos (ni nos contaron) los chilangos, los michoacanos, los veracruzanos y, en general, nadie que no estuviera en Guadalajara. Padrísima estrategia para algo que quería ser un festejo nacional. La neta es que nos tenían con un pendiente…

La semana pasada se acabaron en la ciudad de México las presuntas actividades conmemorativas de 2010, con el asunto de la megapantallota que, OTRA VEZ, intentaba narrar la historia nacional en formato multimedia, allá en la ex Refinería que, a lo mejor un día, toda la gente conocerá como Parque Bicentenario. Como ya lo vi una vez, no me ocupé demasiado del tema, y menos para ver a cierto cantante de ranchero que, posiblemente a causa de su amistad con el señor que trabaja de presidente en este país, acaba el numerito en la megapantalla cantando (otra vez, carajo, no se saben una canción diferente) «México Lindo y Querido».

Pero, poco a poco, recuperamos los rastros de la travesía. Folletos, imágenes, videos, curiosidades, chácharas en el sentido más simple del término; desde las moneditas hasta la vajilla Bicentenario, desde la pluma cara hasta el tequila, del vino con historia -de Dolores o de Coahuila- Música de ayer y de hoy; la que sobrevive, la que dentro de tres meses será carne de rebaja, la desechable, la perfectamente olvidable (shalalalalaaaaaa). Por lo pronto, documentamos nuestra vena arquelógica (del saber) con las docenas de chácharas que con la etiqueta bicentenaria y/o centenaria aún circula por estas calles de Dios.

Esta vez me  he encontrado con una curiosidad discográfica que tiene por nombre Bicentenario. Voces celebrando a México, que se debe a la persistencia del compositor Rubén Zepeda, que, según me entero, sacó este disquito a fines de noviembre de este año, donde participan muchas estrellitas del pop mexicano cuyos estilos y tesituras embonan con los modos mercadotécnicos de la industria musical del momento. Y digo que es un asunto de persistencia porque eso es lo que tuvo el señor Zepeda para sacar su disco, con el sello Fonovisa, después de que la Coordinación Ejecutiva de las Conmemoraciones de 2010 (el carguito es más largo, pero me da flojera escribirlo todo… para lo que resultó…) del gobierno federal le dio cuerda al pobre hombre durante semanas y meses para luego mandarlo derechito a la goma y dejarlo como novia de pueblo… y eso no es ningún secreto de Estado ni un gesto de alta traición. De esto se enteró todo Dios y perro y gato que tuvieron ocasión. Para paliar un poco el ninguneo, ha de agregarse  que Zepeda no fue el único; el mismo modito recibió hasta el mismísimo director del Conservatorio Nacional, de manera que de esto se desprende una máxima importante: la patanería es completamente equitativa e iguala a los hombres que la sufren.

Lo cierto es que, a lo largo del año he conseguido algunos discos que deben su existencia a las conmemoraciones de este año: desde la reedición de las canciones de la independencia hecho por la UNAM (donde los muy fodongos metieron en un solo track TODO el disco editado hace 25 años), hasta el BiMéxico donde Kinky se anota una sorprendente versión de «Sombras», pasando por el soundtrack maravilloso de «Hidalgo, la Historia jamás Contada» o el razonablemente bueno soundtrack de la película animada «Héroes Verdaderos», que se debe, en su mayor proporción, a mi buen amigo Renato Vizuet.

Zepeda partió de un concepto: los setenta y tres mil amaneceres que el señor asegura -y habré de creerle, porque no voy a ponerme a contarlos- han transcurrido -o habían transcurrido hasta el 16 de septiembre de este año- desde que Miguel Hidalgo hizo pinole el orden virreinal. Esa pieza, Mi casa está de fiesta la convirtió en una buena piececita de pop cantada por lo que queda de Garibaldi. Quizá fue mejor que el temita no se volviera la canción oficial del Bicentenario, habida cuenta como han ido las cosas, aunque esta tonadita es bastante más pasable que la horrorosa «El Futuro es Milenario» de Syntek y López.

El disco deja una enseñanza: la fe en la patria y las muchas ganas no bastan para hacer concordar el conocimiento del pasado con el producto mediático. Más de cuatro canciones le pondrían los pelos de punta a cualquier historiador. Pero eso forma parte del mea culpa que debemos hacer. En el fondo, esto es culpa de los historiadores profesionales, clavados en sus tareas académicas sin tomarse la molestia de mirar hacia los inocentes y bienintencionados compositores como Zepeda y hacerle algún comentario de buena fe. Digo, nomás por evitar futuros derrames de bilis.

Hay una canción dedicada a la Virgen de Guadalupe que canta Guadalupe Pineda. El estribillo dice, refiriéndose a la guadalupana: «Mujer bonita, voz de huapango, México entero te canta un son. Con Sor Juana, Josefa y Adelita (órale) entregaron su vida con el corazón (????)» De veras, así dice.

Otra tonada responde al nombre de  Te Amamos México (así, sin comas), y agárrense, la canción asegura que  «Y Pedro Infante aún canta Amorcito Corazón». El tema es interpretado por un señor conocido como «Lupe», objeto de los odios más profundos del siquiatra Ernesto Lammoglia -y cuando uno oye como canta el señor, queda clarísimo el origen de tan perra y seria enemistad.   «Estamos celebrando 200 años de paz y lo celebramos bailando vestidos de libertad» (ah, chihuahua). No me queda claro quién escribe la canción, pero ni el autor ni Lupe saben que en 200 años hemos aguantado unas cuantas guerras civiles, docenas de asonadas y pronunciamientos y un par de invasiones extranjeras. Ojalá Lammoglia no oiga la canción. Le daría algo muy feo y sus instintos homicidas, direccionados a la persona de Lupe, podrían dar lugar a un feo hecho de sangre.

Lo que es sorprendente, tanto que no indigna, sino que asombra y hasta maravilla -en el antiguo sentido del prodigio- el alegre desprecio que compositores, productores, impresores e intérpretes, Fonovisa incluida, tienen por el idioma español… bueno, eso, a estas alturas, como que ya deja de ser significativo, en vista de lo manga ancha que se ha vuelto la Real Academia Española de la Lengua y sus latinoamericanos compinches. Lupe berrea «México tiamamos Méxicoooo», los gerundios saltan como conejitos en película de Wallace y Gromit… desde el título: «Voces celebrando a México».

Hay una canción interesante de un señor que se llama Carlos Cuevas (en esta entrada, me doy cuenta, muestro y exhibo cuán amplia es mi ignorancia en materia de música popular mexicana del siglo XXI), escrita por el que fue el excelente vocalista de Elefante, Reyli Barba. Es evidente que Reyli tiene más ideas de qué escribir y cómo escribir que Rubén Zepeda, y la pieza, alusiva a Emiliano Zapata, es una de las dos que no tienen origen en el mismo inocente impulso patriótico de las demás. Nada mala, esta canción que se llama Tierra y Libertad tiene una o dos frases memorables: «No lucho para tener más, ni lucho pa’ que me quieran». Resulta un serio retrato de las emociones que pudieron mover a Zapata. Reyli, nada tonto, no se mete con la Historia con mayúsculas. Reflexión literaria, invención de emociones. Esta sí vale la pena de escucharse.

Pero hay otras curiosidades, como el Reggaeton del Bicentenario (¿cómo les quedó el ojo?), que recupera algunas frases de la canción principal, y pergeña algunas joyas poéticas: «Bicentenario, todo mundo listo con su calendario/… le digo a un amigo que tengo que se llama Mario,¿Ya te enteraste del aniversario? » son personajes de esta canción desde María Victoria hasta los tenis piratas de Tepito y la influenza.

Y para los que reclaman la reflexión bicentenaria, la Banda del Recodo se anota un diez: la canción que interpretan ¿Que haz (sic, resic y recontrasic, lo juro, así viene impreso) hecho con la libertad?, lleno de frases edificantes. ¿Querían análisis? vean nomás: «Valóralo, siéntelo, cuídalo. Haz algo grande por tu país. Respétalo, trabájalo vívelo… que México va a ser mejor sólo si tú eres mejor»  El asunto sigue en profundidad y enjundia: «Y tú, y tú, y tú, ¿Que has hecho con la  libertad? » Échense ese trompo a la uña.

Este muchacho que no sabe un cuerno de historia, Cristian Castro, y que tiene la serenidad de ánimo como para referirse a Sor Juana Inés de la Cruz como «esta chica… De la Cruz» canta «Aquí estoy, soy pasado y presente… ´por la libertad es mi celebración… linaje de bronce que dios creó «. Evidentemente, ni Cristian ni el autor de la canción saben que a los historiadores mexicanos la palabra «bronce» les suele causar una peculiar alergia (de hecho, les saca ronchas), pero eso les importa un rábano.  Otros, como una señora que se llama Alicia Villarreal trae bronca con la Inquisición, y lo enuncia en su canción 70 veces 7, que, al parecer, se debe a su propia inspiración: «Cuando el mexicano se siente ofendido, han manchado con sangre su bandera y su honor, se unen al grito «¡Viva Mexico!» defendemos lo nuestro y peleamos con valor» Después de esta arenga, la dama agrega: «Voy a contar la historia de  lo que se vivió hace muchos años en mi querida patria: Llegaron en un barco. Hace muchos años traian consigo castigo y maldad/Se llevaron el oro, se llevaron la plata /pero el abuso a mi pueblo, eso no se olvidará/ Malditos, malditos, los de la Inquisición,/ Lo oscuro de la iglesia y su religión /Malditos, malditos los de la Inquisición /Setenta veces siete pagará su generación«. Esta canción me deja patidifusa. De haber sabido que el origen de todos los males nacionales era la condenada Inquisición, el arreglo habría sido más sencillo. Estas son las ocasiones en que tanta valentía me apantalla. No cualquiera se avienta esos juicios históricos con esa presencia de ánimo.

La cereza en el pastel, es la canción interpretada por Emmanuel «Héroes Verdaderos», de la película del mismo nombre. A mí, al principio no me gustaba, hay detallitos de la letra que están forzados, pero ahora debo decir que me agrada bastante, aunque la canción de Hidalgo -véase el soundtrack de «Héroes verdaderos» me gusta muchisimo más. La verdad es que el disquito da para varias horas de sana diversión, sea que lo adquieran porque son fans de Lupe, porque odian a la Inquisición o porque tienen un amigo que se llama Mario que nunca se enteró de eso del Bicentenario, o simplemente, porque es otra huella de la memoria de estos días, que vale la pena escuchar. Cada generación produce sus emociones musicales. No todo es «Ópera Prima. las Voces del Bicentenario», y debemos dar gracias, al destino o a la Providencia porque así sea. Eso es, precisamente, la independencia.

¿Que demuestra un disco como este? Lo que hace algunas semanas me decía, en entrevista, Javier Garciadiego, historiador y presidente de El Colegio de México, que la gente que habita este país puede decir que le apasiona la historia de México, y hasta decir que sabe historia y, al mismo tiempo, no tener la más peregrina idea de muchos temas, sucesos y personajes del pasado nacional. Pero la buena fe, las buenas intenciones, ahí están; con la gana de ver películas, cantar canciones, y contra eso, nada pueden las advertencias sesudas de los historiadores, nada valen los repeles de los que ven estas canciones como «basura televisa», como escuché al alguien comentar de la canción de Zepeda. Somos más que Ópera Prima, afortunadamente. No solamente somos el Reggaeton del Bicentenario, pero también somos el Reggaeton del Bicentenario. Finalmente resulta un disco recomendable: por memorabilia, por un par de canciones muy buenas, por la curiosidad, porque, finalmente, ¿por qué no podía haber una canción del Bicentenario a ritmo de pasito duranguense? El México real, simplemente.

30
Oct
10

Alebrijes bicentenarios

Alebrijes del Bicentenario y del Centenario, faltaba más

Quien crea que este asunto del Bicentenario ya es agua pasada, se equivoca. Nada más hay que darse una vuelta por Paseo de la Reforma para ver a los juguetones alebrijes, a los estridentes alebrijes que también tienen cosas que decir en este año de la Patria (que no es año de la patria porque no hay disposición al respecto, y además, Adolfo López Mateos ya inventó y usó, en 1960, para sus conmemoraciones, la dichosa etiqueta) y por eso desfilaron el sábado por Paseo de la Reforma, para hacer constar su existencia, arropados por el MAP, el Museo de Arte Popular, generoso pastoreador de bichos fantásticos, sonrientes unos, terribles otros, materialización de nuestro espíritu barroco y alborotador.

Desde el domingo están ya los alebrijes bicentenarios disfrutando el otoño en Paseo de la Reforma. Y les llueven visitantes. Entre semana, baja la marejada de curiosos. Pero los sábados, los domingos, se les acercan por cientos, a mirarlos, a reírse con ellos, a husmearlos a revisarlos, a fotografiarlos. A pesar de que los letreros de «NO TOCAR» son abundantes, a los adolescentes y a los niñitos -y a los padres de los niñitos- la petición-orden les interesa un celestial pistache. Les tocan la patita, la zarpa, acarician el lomo, verifican el filo de los colmillos, retuercen figurados bigotes. Hay que decir, en descargo de la multitud, que tocan bichos sin destruirlos. Más que tocar a secas, es un gesto de apapacho. Es como acariciarle el lomo o las orejas a un buen perro que nos encontramos en la calle y con el que, de inmediato, nos caemos bien (los que queremos y respetamos a los animalitos; los miserables amargados que en automático le sueltan una patada al perro o al gato con el que se cruzan en una esquina cualquiera, o con el pretexto más gratuito y absurdo, lo pagarán, en esta o en otra vida).

Aquí, un Hidalgo alebrijado

Alebrijes de rostros humanos perfectamente reconocibles como los «héroes de la patria»; hermanados con los próceres de la historia nacional (no en balde comparten cartel); metamorfoseados, dotados de garras, de alas, de fauces repletas de colmillos; feroces, como el Ahuizote, y como el Ahuizote, de buenos instintos. Ese guiño secreto que todos los alebrijes malabarean en las patitas para encantar al respetable, funciona sin fallar, desde hace cuatro años, cuando se acomodan a asolearse en la coqueta avenida que Maximiliano usaba para sus ires y venires de Chapultepec a la Plaza de la Constitución.

Pues esto se llama "El Peso de la Historia". Los historiadores pueden abstenerse de hacer comentarios.

Hay unos cuantos «héroes de la patria» invitados a la esperpéntica fiesta de los alebrijes. Algunos han preferido mantenerse en su tesitura de bicho fantástico, brotado, como aquel curioso animalejo dibujado por Julio Ruelas, de la cabecita en llamas de su autor o de sus autores. No niegan la coyuntura, y se unen a la nube enmarañada de cosas que navegan por el éter y que siguen colgándose la etiqueta bicentenaria. Algunos ejemplares, deciden emular a algún personaje a mitad de camino entre la historia y la leyenda:

El Gatopípila, ni más ni menos

Hay cuatro o cinco variaciones alebrijescas sobre el minero que los historiadoes se niegan a admitir como personaje histórico y que, en cada oportunidad, el imaginario colectivo se los arroja en la cara: el Pípila es MUY popular. Otro muy socorrido es Emiliano  Zapata, uno más, Francisco Villa. A todos ellos les han brotado antenas, la piel se les ha puesto escamosa, pero conservan los bigotazos, los sombreros, las cananas. Morelos, por más que se metamorfosee, no pierde el infaltable paliacate, ni Hidalgo su calva y el moderadamente largo pelo blanco. A ratos, solo les queda el rostro como señal de su inmortalidad; a veces, se les sale el humor, y se convierten en tiernas bromas alebrijientas:

Este Alebrije es, nada menos que Alebrisario Domínguez.

Llegan los alebrijes apenas a tiempo para los Días de Muertos,  para entrarle a la danza de seres raros que circula por la capital mexicana en esta temporada. No les extrañe si entre el tráfico advierten una antena que se mueve, algunos ojos saltones y fosforescentes ocupados en verificar la buena presencia de las antenas propias o ajenas, alguna sonrisilla disimulada al mirar los títulos de cada carromato:

Evidentemente, este es el Ciervo de la Nación. Nótese el indispensable paliacate.

Ahora me acuerdo de un muy bonito libro de cuentos de Gerardo Deniz, que debe haberse publicado hará una veintena de años: Precisamente, «Alebrijes». Cuenta Deniz, especialista en tratos con seres peculiares en sitios peculiares, que algún alebrije vivió en las torres del viejo Museo del Chopo; que durante un incendio rescató piezas valiosas sin que nadie se diera cuenta de su presencia. Algún otro, habitante de un cuarto clausurado en una ciudad de quién sabe donde, salió corriendo para arrojarse a una grieta inmensa, aparecida en la plaza mayor de la gran urbe, causa de sequía de desastre y enfermedad. Cuenta don Gerardo que, tras el sacrificio del alebrije, la grieta se cerró, porque la ciudad había entregado lo mejor que tenía. Esas son las lecciones a las que ha de hacerse caso. Acá, en casa, hay un pequeño alebrije-gato-jaguar, en actitud de estirarse como sólo puede hacerlo un felino que se respete. Tal vez, de repente, bosteza. Tal vez, de repente, también le vibren los bigotes. Por eso hay que tener alebrijes buenos, alebrijes contentos, alebrijes que andan por allí queriéndose quedar en casa. Por eso les dejo un alebrije de esos que todo mundo querría tener, para defender la dignidad, para emprender batallas y ganarlas, para cabalgar el Paseo de la Reforma, para guiñarle el ojo a un cómplice de fiar: Ni más ni menos, amigos míos, que El Ajolote Insurrecto:

¿No querrían tener uno para acompañarse en las empresas arriesgadas?

24
Oct
10

Cinema Bicentenario: «Una escena de sexo con el Padre de la Patria»

 

Mientras suena el jarabe «El Cupido», que forma parte de la excelente banda sonora de «Hidalgo, la Historia Jamás Contada», le seguimos a todas las ideas que pueden desprenderse de esta, a no dudarlo, la gran película del Bicentenario. Pese a todos los reclamos de tipo histórico, inevitables cuando aparece una película como esta.

Pero en este caso, me pregunto si las obsesiones con el rigor sobre la reconstrucción del pasado son suficientes como para criticar a esta película maravillosa. Atendiendo a la tercera ley de la dialéctica (una de las cosas que uno aprende al pasar una temporada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM), yo diría que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Este factor permite que, a historiadores de mucho nombre, y c0nscientes de esta máxima, «Hidalgo, la Historia jamás Contada» no solo les parezca buena, sino que encima les guste, y, en algunos casos, hasta les guste mucho.

A veces, la obsesión por el rigor histórico impide hasta la experiencia lúdica. He escuchado algunos comentarios, provenientes del gremio de historiadores, negativos a tal magnitud, respecto a algunas de las películas del Bicentenario, que a ratos creo que sería necesario poner afuera de la sala un letrero: «Si usted es historiador, y se dedica a la investigación, en el ámbito estrictamente académico, mejor ni entre. Lo más probable es que no le guste. Le sugerimos ir a la videotienda más cercana, a ver si en la sección de documentales encuentra algo de su agrado». Y entonces todos estaremos contentos. Algunos personajes no harán berrinches memorables y nosotros podremos disfrutar la película.

Por eso esta vez es muy de elogiarse la actitud de Enrique Krauze,  que dedicó el domingo pasado su artículo del periódico Reforma a «La Historia jamás contada». El texto me pareció atinado, muy, muy recomendable, porque el gran divulgador que es Krauze admite que entró al cine con el recelo del historiador. Pero en el momento de la verdad, cedió a la oferta, a la propuesta, a la tentación de mirar a este Hidalgo humano, capaz del error, como todos; tal vez Hidalgo sin bronce ni pedestal como en pocas, poquísimas ocasiones lo volveremos a ver. Krauze, el historiador, el divulgador, fue capaz de acallar a ese pequeño demonio que suele anidar en algún punto del cerebro de los historiadores, y que tiende a patalear cada vez que siente que «algo», no importa si es pequeño o grande, si es relevante o irrelevante, «distorsiona», «falsea» los hechos. Del pataleo se pasa al enojo y del enojo a la santa indignación. El resultado es que la víctima no disfruta la película, sale frustrada y enojada a tal grado que puede afirmar que una muy hermosa película es una «mala película» porque no cuenta lo que le gustaría que contara: Tan, tan, otra vez la puerta. Oh, qué moler. «¿Sí, diga?» -«quiero reclamar las falsedades históricas de la película». -«Mire, esta es la puerta de las historias de amor y de las sonrisas que seguramente tuvieron los personajes de la Historia con mayúscula. La sección de documentales históricos está dos calles más abajo. Que le vaya bien, porque, acá, nosotros nos la estamos pasando bomba. Además, qué le cuento, hay como cinco perros en esta fiesta, dispuestos a salir a ahuyentar a las visitas amargosas. Usted disculpe». La puerta vuelve a cerrarse y las buenas conciencias históricas, mejor harían en caminar dos calles abajo, donde les puedan restañar las heridas.

Este comentario de Krauze sobre la película no tiene desperdicio y ubica bien los méritos de la cinta: «Tiene ritmo, belleza y encanto. Como historia, introduce una sana irreverencia y transmite admirablemente el drama psicológico y moral de Hidalgo». El historiador admite que en la película hay «hechos falsos, no probados, inexactos e inverosímiles», pero aún así, elige quedarse con ese «Hidalgo enamorado», paráfrasis de esa otra película preciosa, «Shakespeare enamorado».

Para los que tengan dudas de los detalles históricos corregibles, se puede decir que algunos, la mayor parte, son menudos y algunos más notables:  ahora ya sabemos que a Hidalgo no lo corrieron de mala manera del Colegio de San Nicolás,  que ni su traslado al curato de Colima (no mencionado en la película) ni a San Felipe Torresmochas, fueron castigos, que Hidalgo no veía como una degradación el convertirse en un parroco (cuando, además, iba a ganar bastante más dinero que como rector de San Nicolás), que malamente el obispo de Valladolid, Antonio de San Miguel, podía haber sido su enemigo, después de premiarlo por sus disertaciones teológicas con unas buenas medallas de plata y los generosos calificativos de «abeja industriosa» y «hormiga trabajadora de Minerva».  Quizá el más relevante, que sí transgrede lo que hoy sabemos de la relación entre Miguel Hidalgo y Manuel Abad y Queipo, es que eran amigos, y que además, el pobre de Abad y Queipo, que se fastidió históricamente el día que emitió el edicto de excomunión contra Hidalgo,  tenía interesantes coincidencias de pensamiento con el cura de Dolores. No obstante, no es un Abad y Queipo «inventado»; puede que sea falso, pero no irreal: es el personaje que muchas generaciones de mexicanos imaginaron; el que aparece en el cuadro, a estas alturas legendario, pintado por Siqueiros y que hoy día forma parte del patrimonio de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; en ese imaginario masivo, sin matices, Abad y Queipo es el personaje que excomulga con violencia al «padre de la Patria» y ninguna otra cosa más. Pobre hombre.  La verdad es que, para cumplir su función narrativo-dramática de enemigo, era bueno cualquier otro señor que no se apellidase Abad y Queipo. Pero eso no es culpa (ni siquiera es culpa) de Antonio Serrano, director, ni de Leo Mendoza (guionista), es el imaginario histórico que, como podemos ver, durante años ha sido el que poseen los mexicanos y que, pese a todas nuestras pretensiones de replantear mucho del conocimiento sobre el pasado que tenemos como sociedad, no lo hemos logrado por completo.

Romance y tertulia para el padre de la patria

Krauze apunta un matiz interesante, pero quizá ya en los linderos del lenguaje de los historiadores: la película no muestra «la historia jamás contada», sino la «historia nunca probada», particularmente en el terreno de la vida sentimental de Miguel Hidalgo, pero ese tema, es hábilmente analizado por don Carlos Herrejón en un muy disfrutable ensayo publicado por el semanario Proceso en el número 15 de sus fascículos del Bicentenario, y en él concluye que Hidalgo sí tuvo descendencia, pero no todos los que se dice y no con todas las damas con las que la leyenda suele vincularlo. Es un material muy recomendable en lo que sale la archimentada y multiaguardada biografía escrita por el propio herrejón y que Banamex y Editorial Clío nos prometen para este año.

Resulta un reto, encima de lidiar con tantos historiadores inconformes, lograr construir una narración cinematográfica bella, delicada y que nos trae el eco de lo que pudo haber ocurrido hace poco más de dos siglos.  Por eso me gusta tanto la frase de Ana de la Reguera, que encarna a la amante de Hidalgo, Josefa Quintana, en la película. La actriz, a principios de este año, hablaba de la formidable experiencia que era, para ella, «tener una escena de sexo con el padre de la Patria». Esa es, a no dudarlo, una de las frases memorables de este año de los centenarios, y, traducido a la película, una de las secuencias que más desconcierta a los que esperan ver, otra vez, al heroico Hidalgo dando el grito en Dolores. Una muy querida amiga, médica, de ese linaje especial de mujeres acostumbradas a vencer obstáculos y, en su profesión, habituada a salir cada mañana a ahuyentar, a la brava,  a la muerte que siempre intenta entrar por alguna rendija del hospital que dirige, me decía, unos días antes del Bicentenario, entre sorprendida (que no escandalizada) y curiosa: «Oiga, Bertha, pero es que en el corto de la película, ¡¡sale Hidalgo cogiendo!!» A ella, que es ginecóloga, le vienen a decir cosas nuevas. Lo que la sorprendía es precisamente, que el señor que se abre camino entre enaguas, olanes y medias -la escena es buenísima- es, precisamente el padre de la patria. Claro que la sorpresa de ella y de muchos otros, disminuye cuando se enteran de que, precisamente, entre el montón de chismes y  denuncias e informes que se hicieron ante la Inquisición en aquellos días de San Felipe Torresmochas, se aseguraba que en aquella casa del señor cura, «la pequeña Francia» o la «Francia chiquita»,  se llevaba una «vida escandalosa»,  protagonizada por «la comitiva de gente villana que come y bebe, baila y putea perpetuamente». El documento en cuestión, lo firma en 1800 fray Ramón Casaús, que una década más tarde se convertirá en uno de los más violentos críticos de Hidalgo.  Las cartas que comenzó publicando en El Diario de México hacia noviembre de 1810, destinadas a deshacer cualquier rastro de buena reputación que tuviese el cura rebelde,  acabaron por convertirse en un cuadernillo que aún hoy día se consigue y que, dos siglos después, sigue sorprendiendo de tanta dureza y agresividad. Se le conoce, de hecho, como «El AntiHidalgo».

 Al menos en este año de centenarios, el natalicio de Miguel Hidalgo debió haber sido algo así como el cumpleaños de Beethoven. No por la figura que compramos en la estampa de la papelería, ni por la estatua de mármol, con todo y lo hermosa que es, que preside el grupo escultórico de la Columna de la Independencia, sino con ese dulce ánimo afectuoso que caracteriza, en las historietas de Charles Schulz, a Schroeder, que, sentado ante su piano, aguarda el cumpleaños del músico alemán,  no para tronar cohetes, ni para hacer desfiles. Simplemente, para decirle, suavecito, «feliz cumpleaños», para apapacharlo con dulzura, para tocar su música.  Algo así tendríamos que hacer con Hidalgo, con Morelos, con todos los héroes, próceres o como los quieran llamar, esos mismos cuyos despojos, ahora pasan el otoño en un salón encortinado de negro (uf) en el Palacio Nacional. «Hidalgo, la Historia Jamás Contada» es un hermoso regalo de Bicentenario. Gracias a Antonio Serrano, a Leo Mendoza. Me muero de ganas de que ya salga el DVD.

14
Sep
10

Postales del pasado y del presente: Hablemos de perros… Bicentenario

Hoy, martes 14 de septiembre de 2010, cuando faltan apenas DÍA Y MEDIO para que dé comienzo la fiesta del Bicentenario, tengo ganas de cumplir mi promesa y hablar de perros.  Hasta del Perro Bicentenario, que seguramente ya ha llegado y aguarda su turno para entrar a escena y dedicarle fiestas y ladridos al que haya hecho bien sus cosas. Para los que no, seguramente tiene reservada alguna acción repugnante.

Pero en alguna otra entrada de este Reino, decía yo que, en los momentos trascendentes, siempre hay un perro a la mano. No como protagonista, sino, diríamos, como «elemento de apoyo», como «presencia solidaria», como gente de fiar. Pero de que están siempre, ahí están. Bueno, con excepción del mentado perro negro de la canción de José Alfredo Jiménez, al que le matan al dueño «un día que el perro no estaba» porque eso sí, si alguien tiene una especial habilidad para fijar prioridades, estar donde el mitote es mejor o donde por lo menos van a dar de comer, son los perros.

Y la verdad, es que en los testimonios fotográficos y fílmicos de nuestra historia, abundan los perros, siempre como testigos de privilegio, acompañantes decididos o entusiastas seguidores.  Aquí les presento a uno de esos perros: Jimmy, la mascota de la princesa Agnes de Salm Salm: que no posa con su ama, sino con el esposo de su dueña, el príncipe Félix de Salm Salm:

Jimmy, desde luego, consciente de su paso a la historia, como es evidente.

Los Salm eran unos personajes peculiares, de esos a los que la cultura decimonónica definiría como «aventureros», adictos a la adrenalina, incapaces de quedarse quietos o demasiado tiempo en un solo sitio. Tienen que ver con la historia mexicana, porque Félix de Salm Salm, nacido en Westfalia (que era parte de Prusia) en 1828 y que traía muchas horas de vuelo como mercenario (algunos dirían que era una verdadera ficha) decidió en 1866 venir a México e incorporarse al ejército con el grado de coronel y acabó siendo, en el sitio de Querétaro, ayudante de campo de Maximiliano de Habsburgo. No venía solo, lo acompañaba su esposa estadounidense, Agnes Leclerc.

Los Salm, como se sabe,  dejaron sus memorias escritas y por ello disponemos de algunos detalles interesantes, además de algunos datos sobre el perro Jimmy, tan intrépido como su dueña. Doña Agnes sabía tirar con pistola, era una excelente caballista y dicen que una mejor cabildera. Las memorias de Agnes, «Diez años de mi vida (1862-1872)», publicadas hace casi 30 años por Cajica, una editorial poblana, fueron, como dice en su portada, «La Contribución Número 1 de la Editorial Cajica de Puebla al año de Juárez, 1972».

A la dueña de Jimmy, la princesa Agnes, el cultivo de las leyendas alrededor de las peticiones de perdón para Maximiliano, la inmortalizó en una figura de cera que ignoro si aún continúe en su lugar, pero que hace unos siete años estaba en el primer piso del palacio de gobierno de san Luis Potosí, postrada ante otra estatua de cera, la de Benito Juárez. De ella se sabe que fraguó dos o tres planes para que Maximiliano se evadiera de su cárcel queretana, incluyendo la seducción de la guardia. Finalmente, ninguno se concretó, Max se murió y los Salm sobrevivieron. Un simpático retrato de esta pareja es el que construyó el economista e historiador austriaco Konrad Ratz en su curioso musical «Maximiliano», estrenado en México hará unos cinco años.

En sus memorias, doña Agnes se ocupó a ratos de Jimmy. Evidentemente, era un perro consentido: «Este perro es muy habilidoso», escribió la dama. «Como me acompañó durante toda la guerra americana, había experimentado que los rifles on máquinas peligrosas y que hay desgracia cuando se les dispara. Tenía por tanto un sagrado respeto ante carabinas y disparos, pues amaba mucho su vida y también los asados de ternera, beefsteaks, costillas y otras cosas que embellecen la vida de un perro» En aquellos días del sitio de Querétaro, Agnes de Salm hizo toda clases de ires y venires para llegar a la ciudad atacada por las fuerzas republicanas, siempre acompañada de una sirvienta y de Jimmy. El perrillo va a acompañarla  hasta a esa entrevista con Juárez en la que intenta obtener el perdón para Maximiliano.

De aquellos días es esta otra foto, de los generales del imperio presos. Entre ellos está Salm Salm, y a los pies de los militares derrotados… otro perro. Hay quien me ha dicho que se trata de Jimmy, pero el color es diferente:

Y abajo, en completo desinterés por el fotógrafo... otro perro

Pero este asunto de los perros no se queda en estos detalles encantadores. La filmografía de la Revolución está llena de perros entusiastas o por lo menos atentos: un perro avanza delante de Victoriano Huerta cuando el militar ya es presidente, usa abrigo y chistera y camina por el patio central de Palacio Nacional; perros emocionados marchan a la par de Madero a caballo o junto con las tropas carrancistas, como podemos verlos en «Memorias de un mexicano». Alguna vez presencié la hechura de un corto, a partir de muchas de estas películas, que seleccionaba los momentos estelares de los perros de la Revolución. Se iba a llamar «Perritos en la Historia» (como «Cerditos en el Espacio») y se soñó con usarlo para atraer a los niños a la filmografía revolucionaria… hasta que alguien del bando de los historiadores amargados opinó que el asunto era una estupidez, y el artífice del proyecto, incapaz de defender sus ideas, lo echó al caño. Pero un día los perros de la Revolución volverán. Lo cierto es que, desde entonces y hasta ahora, los canes se divierten mucho con el interminable espectáculo de la especie humana.

En ocasión de estos Bicentenarios, los organizadores de las conmemoraciones chilenas se anotaron la puntada de convocar a un concurso: «El Quiltro Bicentenario». En Chile, «Quiltro» es lo que los mexicanos llamamos «perro corriente». La idea era, en 2009, convocar a un certamen fotográfico donde se recuperara la imagen del perrito callejero como cercano al «ser chileno»… o algo así. Vean parte del texto justificatorio:

«Infaltable en las calles, acompañando a los transeúntes, interrumpiendo actos oficiales, durmiendo en el pasto y ladrándole a los autos, el quiltro chileno metió su cola y tomará protagonismo en los festejos del Bicentenario. La Comisión Bicentenario invita a participar en el concurso “El Quiltro del Bicentenario”, iniciativa que premiará a la mejor fotografía de un perro quiltro, entendiéndose éste como el ejemplar canino sin raza definida.

La palabra mapuche “quiltro” significa perro, aunque en Chile se le asocia a un perro sin raza que vive en la calle. El quiltro, es casi una institución en Chile, forma parte de nuestra cotidianidad y está siempre presente: no hay foto o grabación de un acto público sin que aparezca un perro quiltro. Ejemplos recientes son la última Parada Militar y la Fiesta del Bicentenario, donde una quiltra hizo una pausa en su recorrido por el centro de Santiago y se integró a la fiesta, cantando las canciones de Javiera Parra.

El concurso, es organizado por la Comisión Bicentenario, en colaboración con CEFU (Coalición por el Control Ético de la Fauna Urbana) y cuenta con el auspicio de Nikon, Las Últimas Noticias y Champion. La idea es reconocer el papel emblemático que juega este animal en nuestra vida y, al mismo tiempo, incentivar la tenencia responsable y la adopción de éste. Las tres fotografías ganadoras recibirán cámaras fotográficas Nikon.»

De manera que no nos podemos asombrar por completo cada que nos enfrentamos a alguna desmesura en estas cosas de los centenarios mexicanos. Siempre puede haber algo más. En Chile YA tienen Perro Bicentenario y el asunto no fue muy terso que digamos. Mientras los defensores del perro callejero festejaban la ocurrencia, los senadores le pedían a la presidenta Bachelet, para el Bicentenario, una ciudad libre de perros callejeros. De más está decir que el agarrón fue automático, pero nada detuvo el avance del certamen. De hecho, en enero de este año fue anunciado el nombre del fotógrafo ganador, Oscar Fuentes Mardones, de Chillán,  y esta es la foto de perro triunfadora:

El perro Bicentenario chileno

El argumento para premiar esta foto de perro tiene su gracia; ahí les va:

«En esta fotografía se muestra un quiltro, a quien llamaremos ‘cachupín’, quien adopta una curiosa y expectante posición frente a su amo, el cual pareciera tener dificultades para calcular el total de sus monedas. Sus orejas parecieran expresar la complaciente espera de lo que su amo compartirá después de un rato. El quiltro no observa el dinero, sino la intención de alimentarlo. A cambio de ello, su único medio de pago: la fidelidad, la alegría y, en algunos casos como éste, la enorme necesidad de sentirse acompañado.»

Y en estos días de centenarios, hay más perros que se comprometen con la vida real en este Reino: Perros patriotas que no trabajan en la Defensa o en la SPP y que sin embargo desfilan junto a las tropas en las fiestas patrias; perros escépticos de la política nacional, como el mexicano y tapatío Perro Fidel, candidato en las elecciones del año pasado porque los muchachos que lanzaron su candidatura y promovieron el voto para este bull terrier estaban más que hartos de un sistema de partidos cuyos intereses nada tienen que ver con el famoso bien común, vamos, ni siquiera con el «hacer las cosas más o menos bien» que, mínimo, se espera de quienes elegimos para legislar o gobernar:

Ha estado de moda, en diarios mexicanos y extranjeros,  el Perro Kanellos, que, otros dicen, responde por Lukánikos. Este animalito participa en las manifestaciones callejeras de la capital griega y es uno más de los inconformes, uno más de los quejosos de la vida pública en Grecia. Su foto aparece lo mismo en El Universal mexicano que en The Guardian inglés o Le Figaro y Liberátion franceses y muchos más; tiene hasta su blog: http://rebeldog.tumblr.com/

Kanellos no se arredra con facilidad

A Kanellos le llaman «perro rebelde», «perro rijoso», «perro revolucionario» «perro justiciero», «perro antisistema», no le teme al gas lacrimógeno y siempre está en la línea de fuego; mira con ojos desconfiados y retadores a la policía griega. Es de esos perros que, simplemente y de entrada le caen bien a uno por valeroso, por esa peculiar manera de decir «aquí estoy» sin aspavientos y que tanto bien hace a quien es beneficiario de ella. Dentro de cien años, cuando se vean las fotos de estos días, así como ahora vemos a Jimmy junto a Félix Salm, verán a Kanellos, a Fidel, sobrevivirán las fotos de los quiltros Bicentenario, y los que vengan después de nosotros sonreirán con simpatía para los perritos valientes y solidarios.

Kanellos, dispuesto a todo.

Y no, no es que sean LOS personajes de la historia. No, no es una puntada intrascendente hablar hoy de los perros y la historia. No, no es que uno quiera echarle la culpa y/o la inspiración de de las acciones humanas a los perros. No es que en estos centenarios lo que importe sea el Perro Bicentenario… simplemente que los perritos son testigos de lo que sus amigos o enemigos humanos hacen, que su natural curiosidad los lleva a estar en primera fila en todo, que a veces deben creer, como Kanellos, que somos tan inútiles que necesitamos ayuda para resolver nuestras broncas y por eso pelean de nuestro lado, sea cual sea; que se deben morir de risa silenciosa de ver tantos desfiguros como hacemos en aras de la solemnidad y de los homenajes, a tal grado de inventar un Quiltro Bicentenario cuando ellos nada piden que sea más complicado que comida segura y apapachos, y para acabar, me acuerdo de aquella nieta (esta sí) de Plutarco Elías Calles que, una vez, me presentó a su consentidísima perra poodle, «Tarca» y cuando yo le palmeaba la cabeza al animalillo, su dueña precisó, con una sonrisita perversa en los labios: «Su nombre completo es Plutarca». No comments.

10
Sep
10

Postales Bicentenarias 7: en dónde está el ánimo de la celebración

En las calles, en las puertas, en los puestos: llegó el Bicentenario... aunque no sea exactamente como nos lo imaginamos

Haya desfile o espectáculo, inauguración o no inauguración; hayan completado los encarguitos o no, estén listas o no las 2 mil 400 «acciones conmemorativas», lo cierto es que desde el último sábado de agosto, comenzó a aflorar en la calle, entre la gente, al menos de esta sufrida capital, la idea de que sí hay que celebrar los Días Bicentenarios, y lo cierto es que hoy es viernes y FALTAN SEIS, SEIS, SEIS días para el Bicentenario del inicio de la Independencia.

Para estas alturas ya sé que no hay nadie rondando las cercanías del viejo edificio de la Secretaría de Salud donde dicen que un día habrá monumento. Entonces, pues, ¿en dónde está la gente? ¿En dónde está el Bicentenario? ¿en dónde el Centenario? ¿dónde lo bueno, dónde lo malo de estas conmemoraciones?  De eso es lo que hay que hablar, que hallarle sus facetas absurdas, sus lados hermosos, sus lados dolorosos, sus enseñanzas. Exorcizaremos a algunos demonios, enterraremos malas ideas, generaremos nuevas y mejores expectativas y, sobre todo, es posible que en algún momento entendamos la moraleja mayor de este 2010 de Centenarios: aprender de algunos errores fundamentales y no volver a comenterlos, y reforzar algunas esperanzas esenciales.

Hay casos, como éste, en los que la intención es lo que cuenta. Vayan a verlo y ya me dirán

Por eso, con gran sentido práctico, los primeros que asomaron fueron los dueños de los puestos de banderitas y chácharas bicentenarias que ya hay en muchas esquinas, tal y como hace un siglo en estas vísperas. Luego, aparecieron en las casas los pendones, las banderas que cada año alguien de la familia saca para colocar en las puertas, en las ventanas, en los anuncios de los autos. Mi tierno Matizito rojo tiene su propio Hidalgo, con todo y ¡campanita! (y no le hace que algunos maldosos hayan llegado a insinuar que el Matizito, más que auto es una mascota); en el supermercado ya están las servilletas Bicentenario, la leche edición Bicentenario, las gelatinas y las conchas Bicentenario [de veras].  Ideología o no, patriotismo o no, emoción o no, lo cierto es que la mercadotecnia bicentenaria ya está aquí, y aunque hoy viernes en la mañana leo en El Economista los retobos de Teresa del Conde a la que no le gusta ver a los «héroes de la patria» (y seguramente la dama en cuestión se debe poner de pie al decirlo) «caricaturizados» (eso, con la pena, se llama BRECHA GENERACIONAL), no sólo hay próceres con nueva imagen, sino que están los de siempre, los de antes y los de endenantes; Allende sigue gallardo en su sombrero montado, y también está ese Allende con espeluznante peluca (porque eso parece) con un rizado grado 5 que enchina la piel. Están los tiernos, entrañables Hidalgos de Magú, cada mañana en La Jornada (¡¡Viva Magú!!), las cabezas parlantes y respondonas de Trino (¡fenomenales!), está todavía  la imagen de la Corregidora sesentona en las papelerías y está Lumi Cavazos, cuarentona de buen ver, COMO ERA doña Josefa hace dos siglos, y está la Leona Vicario de La Venida de los Insurgentes, que canta canciones de Lupita D’Alessio. Esa multiplicidad de voces dice que no hay un solo Bicentenario, que hay muchos: alegres, esperanzados, ácidos, hasta amargosos, encarrerados, otros que se encierran en la casa. De colores, llenos de buena comida, de sabrosos dulces, de manos que se estrechan, de esperanzas que no fueron y de deseos que se cumplieron.

Tiendas caras, puestos en la calle: ¿dónde está el Bicentenario? En manos de la gente

Veamos la otra Galería Bicentenario: la que está en la publicidad, en las calles, en la gente que está en los puestos escogiendo un rebozo, que consigue los paliacates de edición especial. Todo esto existe y circula porque quienes los fabrican opinan un poco que hay que celebrar, y un mucho porque saben que hay quienes creen que sí hay que celebrar. En un siglo, estas pequeñas huellas de memoria estarán en los museos como piezas para la exhibición del Tricentenario; no se trata tanto de creer que los mexicanos del siglo que viene tendrán la misma idea que nosotros tenemos de celebrar, de conmemorar y de festejar, pero si les ayudamos no dejando las cosas regadas, tirándolas a la mañana siguiente, guardando algunos elementos memorables, para que nuestras familias vean las locuras que se nos ocurrían, los osos que hacíamos, los triunfos que logramos y los ridículos que hicimos. Hoy el cerebro nos trabaja a 200 por ciento, porque quedan pocos días y hay mucho que contar y que decir y qué discutir.

Guapos, marciales, solemnes, esperpénticos o incluso risibles, los protagonistas de la historia andan sueltos por las calles

Pero me remito a una encuesta del periódico Reforma, publicada el pasado lunes. Dediquémosle unas líneas solamente: Tres ciudades: México, Guadalajara y Monterrey: 57% de los chilangos entrevistados, 59% de los regios entrevistados y 54% de los tapatíos opinaron que sí vale la pena el gasto que hace el gobierno federal para celebrar el Bicentenario. Como el margen de error es de +-4.9 por ciento hablamos de que las opiniones, en sentido literal, ESTÁN DIVIDIDAS (me llama la atención el puntaje de Guadalajara y Monterrey, para empezar porque no les toca ni un clavo de la lana invertida en las celebraciones de Paseo de la Reforma y de el Zócalo capitalino) y por eso el rendir cuentas BIEN  es y va a seguir siendo importante (de otra manera, a lo mejor, me asalta la duda, no hemos aprendido nada en 100 años y eso de la transición democrática es una ilusión). Pero si se trata de celebrar, ¿qué dice la gente?

Ya hay calles, afortunadamente, aunque no debieran ser las únicas, donde ya se respira el Bicentenario

Primero, que sólo 29% de los chilangos, 40% de los regiomontantos y 39% de los tapatíos, dicen que se sienten emocionados por «el Bicentenario»; que solamente la mitad de los chilangos, el 53% de los regios y el 46% de los tapatíos dicen que van a celebrar el Bicentenario. Y, encima, 75 por ciento de los capitalinos dicen que los mexicanos festejan el grito por el solo hecho de estar de fiesta, y esa opinión la comparte 68% de los regiomontanos y 70% de los habitantes de Guadalajara. ¿Qué nos dice eso? ¿No nos dice nada nuestro corazón? Cuántas cosas hay aún que decir, además de ese spot donde un coro canta -y muy bien- el himno nacional. Antes de «gritar ¡México! con toda la fuerza de tu corazón» (así dice el spot, yo qué), preguntémonos  qué queremos hacer: festejar, conmemorar celebrar, recordar o tooodo junto y al mismo tiempo.

 Y mientras todo mundo se arrebuja esperando el estreno de «Hidalgo, la Historia Jamás Contada» o la apertura de la Galería Nacional, o la doble ceremonia del Grito, o el desfile de Rich Birch o lo que ocurra primero, oh, amigos muy queridos, empecemos a hacer el recuento de nuestro Bicentenario.

Curioso que el gobierno perredista, que se dice de izquierda, de la ciudad de México, haya optado por reproducir en versión siglo XXI, el arco triunfal que se levantó para la entrada de Agustín de iturbide a la Plaza de la Constitución. Pero como nadie se ha enterado, nadie los ha blaconeado por recuperar este elemento histórico. No tiene ni tendría nada de malo, pero en esto de los agarrones históricos en los que aún seguimos, lo curioso es que nadie agarre el tema para pelearse.

16
Feb
10

Días centenarios: Alta Traición 1

 

Si hacemos caso a los anuncios oficiales, ahora sí ya empezó (bueno, como por cuarta vez) este asunto de los centenarios, las Conmemoraciones del Bicentenario del inicio de la Independencia donde lo más notable es el golpeo sistemático y cotidiano que a las conmemoraciones oficiales hace la prensa, en una gama que va desde el raspón leve hasta el pitorreo más sangriento, pasando por el trancazo bronco, directo y despiadado. Los medios light pues enuncian las cositas que, casi sin querer, y en el mejor de los casos, vamos viendo en este Reino de Todos los Días: un día nos dan una monedita que tiene la efigie de Álvaro Obregón, otro, llega una carta que trae un timbre con la imagen de Hidalgo, tal vez nos caiga uno de esos billetes conmemorativos y por morbo nos ponemos la lupa en el ojo para ver si es cierto lo del mentado error en el de cien pesos… no mucho más. No mucho más para estos días agitados, tensos, con una autoridad presidencial fuertemente cuestionada en Ciudad Juárez, con un operador político como Fernando Gómez Mont, con los reclamos de la «opinión ilustrada» clamando «¿qué tenemos que celebrar?» Agitados estos días de 2010 donde la idea oficial de la conmemoración se va quedando en el asunto del mitote, sin tantas cosas como se escribieron, se planearon, se soñaron.

De modo que los sueños se quedaron en sueños, lo que se quiso no será y será lo que se pueda en este país sufriente por tantas cosas y aún alegre por tantas cosas, las que aún se pueden vivir, hacer y concretar. Ese, el que el gobierno, los gobiernos federales y locales dicen que hacen son los ecos de algo que pudo ser mejor, es el Bicentenario Posible, el que se pudo hacer, no el que se pudo haber hecho. Pero es, por eso mismo, el tiempo de hacer nuestros Centenarios, los que podemos hacer, los que podemos escribir y los que podemos compartir. Y ya olvidémonos de esperar gran cosa de las conmemoraciones oficiales: ya lo dijeron, a ellos solamente les toca traer los mariachis a la fiesta. La reflexión, la discusión, la planeación de un futuro serio y concreto les toca a otros, a ellos, ni les digan. Van a ver que maravilla se verá en el Zócalo, pero no pregunten cuánto costó el numerito, está mal, es feo hablar de dinero. Disfruten los documentales que vamos a ver en la televisión, pero no pregunten que, si los va a hacer Clío, de qué sirve una estructura creada para tal efecto  que nos iba a inundar de historia, del conocimiento de nuestro pasado. ¿No prometió Felipe Calderón una mañana asquerosamente helada de noviembre de 2008 que iba a llevar la historia de México «a todos los rincones del país»‘?

 Van a ver lo impresionante que será ver Paseo de la Reforma convertido en un enorme estadio deportivo, pero no pregunten, acá en la ciudad de México ni para qué sirven tooodas las instalaciones deportivas que tenemos (Palacio de los Deportes, Ciudad de los Deportes, Alberca olímpica, etcétera, etcétera, etcétera) ni lo que van a decir todos los que por trabajo u obligaciones tienen que andar por Reforma. No, si los comentarios van a ser, esos sí, inolvidables.

Como no hay una imagen común, miremos hacia los esfuerzos individuales en estas tareas de conmemoración. Tiempo habrá para indagar en las actitudes de gobiernos que  hacen fiesta pero que parece que no se mueren de ganas por hacerlo. Falta de congruencia, dirán algunos: ¿para qué le movemos entonces? Que cada quien conmemore, festeje o queme cuetes como le dé la gana y pongámonos a aplicar esfuerzos en otros asuntos más urgentes… pero, ¿es que nos podemos desentender de estas conmemoraciones?

A lo mejor nosotros los de las ciudades, no, pero los que en la sierra de Guerrero, en los barrios más pobres, inseguros y miserables de Veracruz, de Matamoros, en Ciudad Juárez, tienen otras preocupaciones, como mantenerse vivos, por inseguridad o por falta de alimentos o de hospitales, a esos, ¿con qué cara les decimos que este es el Año de la Patria? ¿Qué tal si mejor el dinero del monumento mentado lo dedicamos a arreglar de una vez por todas el Canal de la Compañía, y le ponemos algo así como el Drenaje Bicentenario, al fin que la mitad de las obras públicas que veamos inaugurarse en este año se van a llamar así? ¿No es mejor regalo para esta ciudad que vive en un frágil equilibrio natural, en la cuerda floja de las inundaciones, de los sismos, de los vientos desaforados que nos tumban árboles, espectaculares o nos dejan sin luz, de las toneladas de basura que se nos acumulan tres días y nos empieza a invadir el horror?

Por eso los Centenarios nos tocan a nosotros, a la gente que opina que las ideas oficiales de conmemoración están bien pero que ya no bastan para decir que este país conmemora algo, que CONMEMORAMOS ALGO. La diversidad de los mexicanos dan para mucho más de lo que vemos y eso sí es algo para felicitarnos. Muchos haremos algo, estamos haciendo algo: nuestros Centenarios. Muy bien los personajes, muy bien los acontecimientos, ojalá que hubiésemos visto más de lo nuevo, lo que están haciendo los historiadores (que no necesariamente quiere decir verlos a ellos en acción: el gremio necesita, más que nunca, de los beneficios de la divulgación), de una gran, gran acción de divulgación de la historia… algo que en principio, no se ve y dudosamente se verá.

Pero al tiempo. Hay muchas maneras de conmemorar, y en este Reino inauguraremos la sección Alta Traición para ello. Que el poema de José Emilio Pacheco nos dé una idea cercana a lo que tantos creemos de la patria, de cómo suscribiendo esa idea diferente, humana de la patria, le somos más leales a este país, y que, la alta traición se transforme, y aquí tomo la expresión ya lejana de Ignacio Allende durante su proceso, y esta «Alta Traición» de la que algunos me acusarán, sea, es, de Alta Lealtad. Y de regalo y bandera centenaria, el poema de José Emilio Pacheco:

ALTA TRAICIÓN

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia, montañas

-y tres o cuatro ríos.

NOTA.- «Alta traición» se encuentra en el libro de José Emilio Pacheco «No me preguntes cómo pasa el tiempo» (1964-1968) (ha de ser por eso, porque tiene mi edad, que se vuelve, otra vez, un canto de guerra y de vida).




En todo el Reino

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