Posts Tagged ‘México Conmemoraciones del Bicentenario

30
Dic
10

Para comenzar a pensar este 2010: una conversación con Javier Garciadiego.

A don Javier Garciadiego lo conocí hará cosa de unos ocho años, cuando él era director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM), en esa casa vieja de San Ángel que es la sede del instituto -hoy día más fregado que nunca, por puritito descuido. En aquellos días yo no sabía lo incómoda que puede llegar a ser esa casa, deliciosa en los días de calor, siempre que uno esté en la planta baja -arriba, el domo convierte el sitio en un espacio previo a un sauna- aterradoramente helada en los días de frío, y sitio de tormento en las madrugadas: la baja de temperatura lo deja a uno con las articulaciones hechas pomada. Casa interesante y, como cualquier construcción mexicana antigua que se respete, con sus historias de fantasmillas por ahí. De esas pequeñas historias de miedo hablaremos otro día, porque esa casa solamente fue, para efectos de este relato, el escenario donde tuve una de mis primeras conversaciones con don Javier.

Andando los años, hemos conversado a ratos, y a veces nos ha tocado andar en grillas y/o proyectos convergentes, interrelacionados o comunes. Es un hombre talentoso y afable, y, en este año de las conmemoracciones, quizá una de las voces serenas que nos darían algunas pistas para comenzar a reflexionar -ahora sí-, en el significado de todas las cosas que hicimos para conmemorar, festejar, celebrar, recordar o todo junto, esto del Bicentenario y el Centenario.

Con esas intenciones lo entrevisté hace poco más de un mes, ahora en sus oficinas de El Colegio de México, donde es presidente desde hace cinco años, además de investigador del Centro de Estudios Históricos. La entrevista, publicada originalmente el 21 de noviembre de este año -o sea, al día siguiente del Centenario- llama la atención sonbre dos temas importantes: uno, la disputa que en este año algunos grupos políticos y algunos opinadores desarrollaron en torno a la vocación del gobierno federal para resistirse a conmemorar la Revolución. Si esta afirmación es cierta o no, me parece que aún hay que trabajar para dilucidarlo, en vez de dejarlo a opiniones donde lo subjetivo domina, y he de decir que me asombra la cantidad de doctores en historia que a lo largo de este año declararon cosas como «el gobierno odia a los revolucionarios» o «es que los panistas no tienen nada que celebrar». Y he de decir que en más de un caso no me lo contaron; este año escuché a unas cuantas «vacas sagradas», a «vaquillas» y a jóvenes valores de la Historia con mayúsculas aventurarse por los caminos de la subjetividad bien teñida de víscera. Pero esa historia -con minúsculas- aún está por escribirse, y algunas de las cosas que ese día de noviembre platiqué con Javier Garciadiego dan alguna pista para seguir haciendo, en serio, este ejercicio de pensamiento: tener claro, bien a bien, que hicimos, con lo de bueno y lo de malo, en el año de los Centenarios. A continuación, la entrevista:

Para Javier Garciadiego, historiador, la Revolución terminó en 1920, “porque nace un nuevo Estado, encabezado por clases medias con un gran soporte de apoyo popular”. No obstante, el legado del movimiento iniciado hace un siglo posee materialidad y vigencia, e incluso tiene elementos que debieran recuperarse para la vida nacional en el siglo XXI.

CRONICA: ¿Qué sobrevivió de la Revolución?

JG: Hay cosas importantes que todavía existen. La principal: el gran legado revolucionario, consistente en un pacto, aún vigente, entre clases medias revolucionarias, las triunfadoras, y las clases populares. A diferencia de otros países de América Latina, el Estado mexicano no se ha conflictuado de manera grave con los sectores populares, los obreros y los campesinos. La profundidad de ese pacto a veces se ha modificado, pero en términos generales, nuestro Estado tiene un soporte popular que lo distingue.

Hay otros grandes legados revolucionarios: La reforma agraria, hasta cierto punto concluida,  y los derechos sociales de los trabajadores. Podemos cuestionar que los salarios sean insuficientes, que no se cumpla con la ley, pero esos derechos no existían. Otro gran legado está en la cultura revolucionaria y el compromiso con la educación.

CRONICA: ¿Cuáles son los grandes compromisos revolucionarios? ¿Tienen vigencia en el siglo XXI?

JG: En términos generales, y aun cuando cada contingente revolucionario tenía sus propios objetivos, me parece que hay dos: democracia y justicia social.

Curiosamente, la democracia es una bandera que solamente Madero enarbola. No recuerdo a Villa o a Zapata o a los sonorenses hablar o comprometerse con la democracia. El otro compromiso es la justicia social. Durante algunos años de la posrevolución, se avanzó mucho en esa materia; parecía que el Estado se olvidaba un poco de la democracia

A partir de los años 80 y 90 del siglo pasado, incluso desde los 70, crece el compromiso con la democracia y, en cambio hemos pospuesto un poco la justicia social. En los últimos años de nuestra historia, en esta década del siglo XXI, y los últimos 10 del siglo XX, hemos avanzado más en materia de democracia que en justicia social.

Lo adecuado para este siglo, consistiría, me parece, en retomar estos dos compromisos, con equilibrio y, sobre todo, de manera pacífica, sin violencia.

CRONICA: En este año menudeó la insinuación de que 2010 tendría que ser un año de movimientos sociales violentos…

JG: Hubo muchas voces agoreras, que, desde una posición más poética que rigurosa, con una visión cíclica y fatalista de la historia, aseguraban que las condiciones sociales de 1810 y de 1910 se parecen a las de 2010. Esto es completamente falso. Las condiciones de 1810 no eran las mismas que las de 1910 y ninguna de las dos se parecen a las actuales.

Hay, en estos momentos, dos formas de violencia: una menor, que se da en algunos asuntos políticos y en ciertas zonas del país, y una violencia delictiva, la del crimen organizado. Creo que  México va a transitar por un siglo XXI de violencia delictiva, que no terminará en corto plazo, y que no será una violencia sociopolítica.

CRONICA: ¿Se han desgastado las grandes figuras de la Revolución?

JG: No, en absoluto. No los veo desgastados. México es, además, un país de clases y de regiones. Para ciertos sectores de la clase media, Madero sigue siendo importante; para núcleos campesinos del sur y centro del país, está Zapata. En Durango, en Chihuahua, la figura por excelencia es Villa. A veces el regionalismo es tal que se rescatan figuras como la de Pascual Orozco, que en el norte es visto como un líder revolucionario, y en el centro como un traidor a Madero. Ni a ellos ni a personajes como Ricardo Flores Magón, los percibo olvidados. Veo sí, desprestigiados a personajes como Obregón y Calles.

CRONICA: A personajes como Calles y Obregón se les identifica como artífices del priismo y se vuelven objeto de descalificación…

JG: Calles es víctima de un análisis presentista: el oponerse a Lázaro Cárdenas, haber creado el antecedente del PRI, son cosas que la opinión pública le reprocha sin tomar en cuenta sus méritos históricos. Muchos, todavía, le reclaman a Álvaro Obregón la guerra cristera, su reelección, y desde luego, la corrupción.

CRONICA: El antipriismo ha frenado un acercamiento mas analítico, más sereno de la Revolución?

JG: Creo, más bien, que la pobreza y la violencia delictiva recientes han hecho pensar a algunos que la Revolución no sirvió para nada, y es muy injusto evaluarla de esa manera: hay que verla en lo que fue y no a partir de las crisis contemporáneas.

CRÓNICA: ¿Confunden revolución con utopía quienes aseguran que la Revolución fracasó?

JG: Absolutamente. Debemos recordar que las revoluciones no son perfectas, no son obras de ingeniería. Son movimientos violentos, caóticos, en ocasiones con falta de rumbo. No le pidamos a la revolución que proceda como si estuviera en un laboratorio. Es muy injusto que se culpe o se enjuicie a la Revolución porque hubo una devaluación 70 años después.

CRONICA: Con el 20 de noviembre terminan las grandes conmemoraciones de 2010, no sin intensas críticas…

JG: He leído y escuchado evaluaciones muy críticas de estas conmemoraciones. Todas las conmemoraciones del siglo XX: las de 1910, las de 1921, las de 1960, se llevaron a cabo sin libertad de expresión. En 1985, la situación empezaba a cambiar; pero la organización de las conmemoraciones no se discutía ni se criticaba tan abiertamente. Hoy se puede publicar, sobre el tema, cualquier cosa, a favor o en contra; se puede exigir información sobre los gastos… esas cosas no sucedían antes, y por eso es difícil comparar estos aniversarios con los precedentes. Hoy podemos pedir a los organizadores de las conmemoraciones que nos digan costó el buñuelo que se entregó en aquella esquina y para todo tiene que haber respuesta.

CRONICA: ¿Somos de corta memoria? ¿Olvidamos la historia que hay detrás de nuestra vida cotidiana?

JG: Lo somos, y somos todavía muy ignorantes en materia de Historia de México. El pueblo mexicano dice que ama la historia de nuestro país, cree conocerla, pero la verdad es que nos movemos en una versión mítica de nuestro pasado.

CRÓNICA: Para los historiadores, el gran reto de 2010 ha sido llevar el conocimiento de ese pasado a los públicos masivos…

JG: Era el reto principal de este año: aumentar el conocimiento histórico del ciudadano mexicano. Pero a fin de año veremos las evaluaciones al respecto. Si logramos que el mexicano supiera algo más de historia, podremos considerar que fueron unos festejos satisfactorios. Si realmente no avanza el conocimiento histórico del común de los ciudadanos, fue un año fallido.

10
Sep
10

Postales Bicentenarias 7: en dónde está el ánimo de la celebración

En las calles, en las puertas, en los puestos: llegó el Bicentenario... aunque no sea exactamente como nos lo imaginamos

Haya desfile o espectáculo, inauguración o no inauguración; hayan completado los encarguitos o no, estén listas o no las 2 mil 400 «acciones conmemorativas», lo cierto es que desde el último sábado de agosto, comenzó a aflorar en la calle, entre la gente, al menos de esta sufrida capital, la idea de que sí hay que celebrar los Días Bicentenarios, y lo cierto es que hoy es viernes y FALTAN SEIS, SEIS, SEIS días para el Bicentenario del inicio de la Independencia.

Para estas alturas ya sé que no hay nadie rondando las cercanías del viejo edificio de la Secretaría de Salud donde dicen que un día habrá monumento. Entonces, pues, ¿en dónde está la gente? ¿En dónde está el Bicentenario? ¿en dónde el Centenario? ¿dónde lo bueno, dónde lo malo de estas conmemoraciones?  De eso es lo que hay que hablar, que hallarle sus facetas absurdas, sus lados hermosos, sus lados dolorosos, sus enseñanzas. Exorcizaremos a algunos demonios, enterraremos malas ideas, generaremos nuevas y mejores expectativas y, sobre todo, es posible que en algún momento entendamos la moraleja mayor de este 2010 de Centenarios: aprender de algunos errores fundamentales y no volver a comenterlos, y reforzar algunas esperanzas esenciales.

Hay casos, como éste, en los que la intención es lo que cuenta. Vayan a verlo y ya me dirán

Por eso, con gran sentido práctico, los primeros que asomaron fueron los dueños de los puestos de banderitas y chácharas bicentenarias que ya hay en muchas esquinas, tal y como hace un siglo en estas vísperas. Luego, aparecieron en las casas los pendones, las banderas que cada año alguien de la familia saca para colocar en las puertas, en las ventanas, en los anuncios de los autos. Mi tierno Matizito rojo tiene su propio Hidalgo, con todo y ¡campanita! (y no le hace que algunos maldosos hayan llegado a insinuar que el Matizito, más que auto es una mascota); en el supermercado ya están las servilletas Bicentenario, la leche edición Bicentenario, las gelatinas y las conchas Bicentenario [de veras].  Ideología o no, patriotismo o no, emoción o no, lo cierto es que la mercadotecnia bicentenaria ya está aquí, y aunque hoy viernes en la mañana leo en El Economista los retobos de Teresa del Conde a la que no le gusta ver a los «héroes de la patria» (y seguramente la dama en cuestión se debe poner de pie al decirlo) «caricaturizados» (eso, con la pena, se llama BRECHA GENERACIONAL), no sólo hay próceres con nueva imagen, sino que están los de siempre, los de antes y los de endenantes; Allende sigue gallardo en su sombrero montado, y también está ese Allende con espeluznante peluca (porque eso parece) con un rizado grado 5 que enchina la piel. Están los tiernos, entrañables Hidalgos de Magú, cada mañana en La Jornada (¡¡Viva Magú!!), las cabezas parlantes y respondonas de Trino (¡fenomenales!), está todavía  la imagen de la Corregidora sesentona en las papelerías y está Lumi Cavazos, cuarentona de buen ver, COMO ERA doña Josefa hace dos siglos, y está la Leona Vicario de La Venida de los Insurgentes, que canta canciones de Lupita D’Alessio. Esa multiplicidad de voces dice que no hay un solo Bicentenario, que hay muchos: alegres, esperanzados, ácidos, hasta amargosos, encarrerados, otros que se encierran en la casa. De colores, llenos de buena comida, de sabrosos dulces, de manos que se estrechan, de esperanzas que no fueron y de deseos que se cumplieron.

Tiendas caras, puestos en la calle: ¿dónde está el Bicentenario? En manos de la gente

Veamos la otra Galería Bicentenario: la que está en la publicidad, en las calles, en la gente que está en los puestos escogiendo un rebozo, que consigue los paliacates de edición especial. Todo esto existe y circula porque quienes los fabrican opinan un poco que hay que celebrar, y un mucho porque saben que hay quienes creen que sí hay que celebrar. En un siglo, estas pequeñas huellas de memoria estarán en los museos como piezas para la exhibición del Tricentenario; no se trata tanto de creer que los mexicanos del siglo que viene tendrán la misma idea que nosotros tenemos de celebrar, de conmemorar y de festejar, pero si les ayudamos no dejando las cosas regadas, tirándolas a la mañana siguiente, guardando algunos elementos memorables, para que nuestras familias vean las locuras que se nos ocurrían, los osos que hacíamos, los triunfos que logramos y los ridículos que hicimos. Hoy el cerebro nos trabaja a 200 por ciento, porque quedan pocos días y hay mucho que contar y que decir y qué discutir.

Guapos, marciales, solemnes, esperpénticos o incluso risibles, los protagonistas de la historia andan sueltos por las calles

Pero me remito a una encuesta del periódico Reforma, publicada el pasado lunes. Dediquémosle unas líneas solamente: Tres ciudades: México, Guadalajara y Monterrey: 57% de los chilangos entrevistados, 59% de los regios entrevistados y 54% de los tapatíos opinaron que sí vale la pena el gasto que hace el gobierno federal para celebrar el Bicentenario. Como el margen de error es de +-4.9 por ciento hablamos de que las opiniones, en sentido literal, ESTÁN DIVIDIDAS (me llama la atención el puntaje de Guadalajara y Monterrey, para empezar porque no les toca ni un clavo de la lana invertida en las celebraciones de Paseo de la Reforma y de el Zócalo capitalino) y por eso el rendir cuentas BIEN  es y va a seguir siendo importante (de otra manera, a lo mejor, me asalta la duda, no hemos aprendido nada en 100 años y eso de la transición democrática es una ilusión). Pero si se trata de celebrar, ¿qué dice la gente?

Ya hay calles, afortunadamente, aunque no debieran ser las únicas, donde ya se respira el Bicentenario

Primero, que sólo 29% de los chilangos, 40% de los regiomontantos y 39% de los tapatíos, dicen que se sienten emocionados por «el Bicentenario»; que solamente la mitad de los chilangos, el 53% de los regios y el 46% de los tapatíos dicen que van a celebrar el Bicentenario. Y, encima, 75 por ciento de los capitalinos dicen que los mexicanos festejan el grito por el solo hecho de estar de fiesta, y esa opinión la comparte 68% de los regiomontanos y 70% de los habitantes de Guadalajara. ¿Qué nos dice eso? ¿No nos dice nada nuestro corazón? Cuántas cosas hay aún que decir, además de ese spot donde un coro canta -y muy bien- el himno nacional. Antes de «gritar ¡México! con toda la fuerza de tu corazón» (así dice el spot, yo qué), preguntémonos  qué queremos hacer: festejar, conmemorar celebrar, recordar o tooodo junto y al mismo tiempo.

 Y mientras todo mundo se arrebuja esperando el estreno de «Hidalgo, la Historia Jamás Contada» o la apertura de la Galería Nacional, o la doble ceremonia del Grito, o el desfile de Rich Birch o lo que ocurra primero, oh, amigos muy queridos, empecemos a hacer el recuento de nuestro Bicentenario.

Curioso que el gobierno perredista, que se dice de izquierda, de la ciudad de México, haya optado por reproducir en versión siglo XXI, el arco triunfal que se levantó para la entrada de Agustín de iturbide a la Plaza de la Constitución. Pero como nadie se ha enterado, nadie los ha blaconeado por recuperar este elemento histórico. No tiene ni tendría nada de malo, pero en esto de los agarrones históricos en los que aún seguimos, lo curioso es que nadie agarre el tema para pelearse.

16
Ago
10

Agosto 15: Miguel Hidalgo regresa a la plaza de la constitución

Por Cinco de Mayo entró Miguel Hidalgo al Zócalo. Es la segunda ocasión que lo hace... y en ambas ya estaba muerto

I. LOS HECHOS

Una cosa es cierta: después de dos mesecillos y medio de SPA, los restos de los próceres de la insurgencia llegaron a la Plaza de la Constitución, en un capítulo más de esta trama histórico-simbólica donde los mexicanos seguimos sintiendo el deber, la obligación moral de desagraviar a esta doce.. no,  rectifico, a estos catorce personajes (a eso regresaremos luego) de los primeros días de la guerra de independencia. Ayer atestiguamos un nuevo recorrido desde el castillo de Chapultepec hasta Palacio Nacional, lo que, siendo estrictos, es una absoluta ventaja para los propósitos iniciales de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende. En efecto, han entrado a Palacio Nacional, a diferencia de las dos veces anteriores (1823 y 1895), cuando los paseos de huesos tenían otras rutas: la primera, desde la Villa de Guadalupe hasta la Catedral, y la segunda, apenas fue un breve tour de Catedral al edificio del Ayuntamiento, del Ayuntamiento al edificio de la Aduana (la parte antigua de la actual SEP, a un par de cuadras, en la plaza de Santo Domingo) y de la Aduana a la Catedral, con el pequeño avance de salir de la cripta del Altar de los Reyes  para irse a la capilla de San José.

La parte que podríamos llamar «de magro consuelo», es que llegan a Palacio con 200 años de retraso, en calidad de restos áridos y transformados en reliquias laicas (desde el punto de vista estratégico, arribar al sitio planeado al inicio de una campaña militar, en calidad de huesos, digamos que no resulta muy exitoso). Pero han llegado.  Y el operativo, tranquilo y plácido para una mañana de domingo, resultó, me parece, discreto, tal vez más de lo que debería, pero elegante y marcial. Los hay en esta mañana de lunes que opinan que qué chiste, si ya los habíamos visto en mayo pasado. Propósitos ulteriores aparte, el recorrido nos da elementos acerca de la manera en que los chilangos se asoman al Bicentenario del Inicio de la Independencia.

Hay que decir que los cierres de calles no fueron tan atroces como han sido en otros momentos. De hecho, la avenida Cinco de Mayo, por donde entró el cortejo que se sigue definiendo como fúnebre, empezó a bloquearse apenas una media hora antes de que se aproximaran restos, cadetes, soldados, caballos y demás comitiva. Desde luego, había, como siempre, quienes no tenían la más peregrina notica de los acontecimientos de la mañana, y, decididos a pasar su domingo en santa paz, desayunaban en el Majestic, o en el Holiday Inn, o en La Blanca, o andaban en misa, o simplemente papaloteando por el centro, después de haber dejado el auto estacionado en Cinco de Mayo, donde uno se puede estacionar, en principio sin broncas, en domingo. El problema, para variar, es que a nadie le habían avisado desde temprano que en algún momento tendría que mover su auto para que los restos ilustres pasaran por allí. La policía de tránsito, al principio se comportó de manera adecuada: oiga, por favor, mueva su carro, etc, etc, etc, qué no ve que ahí viene el padre Hidalgo, no sea gacho, quite su carrito, que nos están correteando. La mayor parte de la gente reaccionó bien y pronto: los autos se reacomodaron, se metieron a los estacionamientos con una prisa educada. Para los casos extremos (cuatro o cinco autos «abandonados» en pleno Cinco de Mayo por sus propietarios, que ganduleaban en alguna parte del centro), y ya con algún grado de desesperación, los responsables de despejar la ruta optaron por llamar a los malos de la historia: las eternas y siniestras grúas blancas del gobierno de la ciudad que, habilidosos en lo suyo, en tres patadas se habían llevado un Tiida, un Tsuru, un Toyota y un par de autos más.

Lo cierto es que, diez minutos antes de la llegada de los huesos ilustres a la esquina de Cinco de Mayo y Plaza de la Constitución, la calles estaba despejada, la gente alineada en una filita, si bien no densa, sí constante. Así llegaron, como reza el librito simpático de Paco Ignacio Taibo II, el cura Hidalgo y sus amigos.

II. LA GENTE

Es posible que ocasiones como esta nos acerquen a la idea de la generación de transición de la que ya hemos hablado en este Reino; esa en la que convergen diferentes maneras de acercarse al pasado y conmemorarlo. El comportamiento de los chilangos en esta mañana de domingo da señales interesantes.

Curiosidad, morbo incluso, patriotismo, las ganas de no perderse algo que no ocurría desde hace décadas, «interés científico», oscuras motivaciones sociológicas: razones había  de sobra para ir a mirar. Se conjuntan ideas, posiciones ideológicas, ganas de quedarse con una imagen que los que vengan después de nosotros no conocerán sino por las hemerotecas, los discos compactos y dvds y chácharas tecnológicas que se inventen para hacer un transfer que les permita llegar al 2110, y demás maneras de resguardar memoria de las cuales hoy disponemos. Pero tal vez estas texturas, esas miradas, los gestos, los pasos, eso es algo que habría que ver si somos realmente capaces de transmitir, como no sea en los pequeños recuentos de días para recordar.

Cuando se afanaban las grúas en arrastrar los últimos autos, un cincuentón moreno, flaco, en mangas de camisa, gruñó: «Están despejando la calle para que pase el pinche espurio». Nadie le hizo eco. En cambio, una treintona embarazada, a medio metro de distancia, le decía al marido, con evidentes segundas intenciones: «Nunca faltan esos que prefieren hablar de política antes que ser patriotas». Después de la indirecta, satisfecha, sonriente, se frotaba la panza de seis o siete meses, ansiosa de que llegara el cortejo.

Mucha gente mayor, sesentones, setentones, arracimados en el inicio de la plaza. Cierto, había gente de todos colores, edades, sabores e ideas, pero ciertamente mucha de esa gente que creció con una idea de la historia, probablemente más uniforme que la que hoy día las generaciones más jóvenes se esfuerzan por delinear; quizá más formados en la tradición del culto a las reliquias de la patria, menos historia como proceso y más historia de épicas, personajes y hazañas. Es probable que la diversidad de interpretaciones aún no sea tan evidente; los resabios de una cierta manera de aprender la historia -aunque le pese a José Antonio Crespo y a los que exigen una historia para aprender en las escuelas «con aliento democrático», que no ensalze guerras ni violencia- que nos vincula más a Justo Sierra de lo que muchos están dispuestos a reconocer.

Los impulsos colectivos se manifiestan en estos días memorables por muchas razones; los soldados, la policía militar, los cadetes del Colegio Militar reciben aplausos a su paso, la gente también le aplaude a la urna con los cuatro cráneos que durante años colgaron de las mentadas jaulas en la Alhóndiga de Granaditas. Eso no lo pueden evitar todos los afanes de ciertos sectores de la «opinión educada e ilustrada», como les dice don Pepe Fonseca, que, sin pensar en su significado, querrían borrar de un golpe de tecla dos siglos de culto a las reliquias laicas de la insurgencia. Tampoco puede evitar el ceremonial militar, que dispone un «cortejo fúnebre» para el traslado de estos huesos ilustres, que la gente le aplauda a cuatro cráneos, que salen a la calle bastante más blanquitos que como los vimos en mayo. Ni la norma, a la que habría que volver a pensar, ni las reformas educativas, han bastado para frenar ese vínculo que no acaba de ser cariño, que tiene sus buenas dosis de imaginario épico, que sobrevive acicateado por la curiosidad y dibuja uno de estos Días Bicentenarios.

Tan es así que, ingresados los restos a Palacio Nacional, a puerta cerrada, sin una pantalla de leds como las de hace unos meses, o de perdida un megabafle para que la gente escuchara, muchos, unos cuantos cientos, se acomodaron en las vallas, sin oír, sin ver, acaso percibiendo el eco de los aplausos de los invitados que habían llegado en los autobuses estacionados en la calle de Moneda. Esperando algo no muy claro, aún después de marcharse las escoltas de los restos, vistosas y elegantes en todo momento. Esperando, un signo, un guiño de Miguel Hidalgo.

Me quedo con el diálogo entre un chiquito como de ocho años y su padre, un treintón, integrantes de esa clase media baja que la libra día con día a base de terquedad y esfuerzo. El niño preguntaba quiénes eran los personajes cuyos restos acababa de ver pasar, custodiado por soldados y cadetes; rodeados de sables y banderas. Su padre, más con intuición que conocimiento, que no exento de sabiduría, le contestó:

-Esos, m’ijo, son los meros meros.

 

III: TREINTA DÍAS PARA EL BICENTENARIO

Nada más, pero nada menos. Tomen sus providencias.

 

 

11
Ago
10

Postales Bicentenarias 2: con un Jarrito rojo

Es, con frecuencia, tan sencillo manifestar las buenas intenciones.....

Hoy miércoles, cuando FALTAN  37 DÍAS para el Bicentenario del Inicio de la Independencia, me imagino que la mayor parte de los mexicanos vivos, en estos momentos saben bien de qué se trata cuando hablo de los refrescos Jarritos. Hago excepción de estas generaciones recientes que desde chiquitos beben agua por vocación propia o porque algunos papás de la nueva ola, con una peculiar conciencia de la «comida sana», les alejan de estos productos que antes nos bebíamos sin ese peculiar escozor que da la culpa. Con todo, los mexicanos seguimos siendo bastante refresqueros, y eso explica que en el mercado nacional circulen y se consuman algunos productos del ramo que son verdaderamente notables. Como los Jarritos.

De los años de la infancia recuerdo lo buenos, buenísimos que eran y siguen siendo los Jarritos de tamarindo. Los Jarritos de tutifrutti, rojo brillante, eran y siguen siendo deliciosos.

El caso es que un repugnante trayecto por Periférico Norte puede llegar a  tener alguna ventaja: la segunda de estas Postales Bicentenarias, que da pie a otro pequeño detalle interesante. Una empresa mexicana que decide que sus refrescos también tienen cosas que decir en este año de centenarios. Y más aún: hurgando en la red me encuentro la página de Refrescos Jarritos, a la que pueden entrar desde aquí.  Y si entran, van a encontrar, aparte de datos sobre la historia de la empresa, según los cuales Jarritos existe desde principios del siglo XX (aunque no aclaran qué tan a principios) un curioso banner,  que dice: «Jarritos te invita a conocer más de la historia de México. Celebrando la Independencia de la Historia de México», y a continuación, una pequeña galería con información histórica básica.  Un buen gesto, una simpática aportación y la certeza de que hay mucha gente pensando, a su manera, estos centenarios.

08
Ago
10

Postales Bicentenarias 1: ¿vamos de compras?

Un Zapata que incomodará a más de diez

Hoy domingo, CUANDO FALTAN 40 DÍAS para el Bicentenario del Inicio de la Independencia, con esta imagen, captada en un centro comercial bastante mono, inauguramos la sección POSTALES BICENTENARIAS, donde mostramos a la honorable concurrencia que se adentra en los caminos de este Reino, cómo y en qué parece que empieza a haber algo así como un «espíritu», un «clima» del Bicentenario, construido por muchos flashazos, al pasar por la calle, en un muro, en el centro comercial, en un anuncio.

Llámese negocio, creatividad, patriotismo, puntadas o locuras (que las hay, van a ver), y una mezcla de todo lo anterior, el caso es que están ahí. Como este Zapata a medio camino entre el pop art, la mercadotecnia de los responsables del «ambiente» del lugar y la sagaz conclusión a la que han llegado algunos de ellos, se que el Caudillo del Sur es una imagen popular que atrae. Podemos criticarlas, podemos quejarnos y hasta indignarnos, pero me parecen más palpables, más terrenales y más humanas que esa frase extraña de «Esto es el Bicentenario», que nos vuelve a atosigar en la radio, y a la que, la neta, no le entiendo.

26
May
10

Postales del tiempo pasado: El Sargento Manuel de la Rosa o los veteranos de la batalla del cinco de mayo

Don Manuel de la Rosa, a quien una vez le dijeron que en su frente estaba la señal de la victoria

Este es el sargento Manuel de la Rosa, que, hasta los años cincuenta del siglo XX, andaba por allí. Veterano de la guerra de Intervención, era uno de esos que cada cinco de mayo podía mostrar sus heridas y decir que se las habían hecho aquella jornada cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria, pero también es probable que viese en algún momento al general Zaragoza enfurecido, enberrinchado, con ganas de quemar Puebla.

Al sargento de la Rosa lo he conocido a través de un reportaje delicioso como ya no le enseñan a escribir a los chicos en ninguna escuela de periodismo. Publicado hacia 1952, y escrito por el reportero Alberto Gutiérrez Sánchez, de quien, hasta el momento, no he encontrado datos biográficos, ni el diario para el cual trabajaba. Por suerte para nosotros, el libro compilado en 1990 por la desaparecida PIPSA, México en 100 Reportajes 1891-1990, conservó (me imagino más por el personaje del reportaje que por el periodista) este trabajo. Bellísima antología aunque horrorosa edición, tiene el mérito de contener desde el reportaje de la muerte de Guillermo Prieto, uno de los santos tutelares de este Reino, ocurrida en 1897, hasta el rescate, en 1989, de las piezas prehispánicas que se robaron del Museo Nacional de Antropología e Historia en 1985 y que, cuenta la leyenda urbana, fueron la causa de que el historiador Enrique Florescano, director del museo en los días del robo, encaneciera en una sola noche.

Para cuando el reportero Gutiérrez Sánchez escribió del sargento De la Rosa, en ese lejano 1952, don Manuel tenía ¡nada más! 113 años. Como el tiempo se cobraba la fama, ya no estaba el veterano del cinco de mayo para aguantar sus recorridos a pie, de ida y vuelta, entre Palacio Nacional y el bosque de Chapultepec. Entonces, lo llevaban a los actos conmemorativos en un jeep. Tenía, a esas alturas, una gota más o menos molesta. Pero todavía se salía a la calle a pasear. Además, el camión de quince centavos de entonces, no le costaba nada, porque los choferes ya conocían bien a «don Manuelito» y nunca se hubieran rebajado a cobrarle a un héroe de la patria.

Cuenta el reportero Gutiérrez que a don Manuelito, «todo mundo lo quería» y la explicación es tan bonita que aquí se las pongo, para que el sargento De la Rosa sonría dondequiera que ande, y Alberto Gutiérrez Sánchez vuelva a vivir en sus escritura: «A lo mejor es porque, en el tuntún vacilador y tristón de nuestra vida diaria y en un suave rinconcito de nuestro corazón tricolor, ése de los cohetes jubilosos y los discursos de incendio, su nombre humilde y su figura endeble son un símbolo limpio, fuerte, trascendente, de lealtad a la patria, que anda metido en un poquito de historia honda, verdadera y nuestra. «

Vivía el sargento De la Rosa cerca del actual Archivo General de la Nación, en el rumbo de Lecumberri, en la tercera calle de Hojalatería. Zacatecano, muy bailador en sus mocedades, muy chamaco le tocó ser corneta (dice el reportero que otro poco y se presenta ante Zaragoza de pantalón corto) del 15o. Batallón que comandaba Sóstenes Rocha, quien a veces lo pescozoneaba con las espada. Rescató una bandera de las filas enemigas, anduvo en Loreto y Guadalupe en 1862, luego en el 2 de abril, en La Carbonera… presumía en ese 1952 sus dos condecoraciones más queridas: una se la había prendido al pecho el mismísimo presidente Juárez, la otra, Porfirio Díaz.

Tenía nietos el sargento de la Rosa, y uno chiquito que hoy será un hombre ya entrado en años, Arturo, le recitaba a su abuelo: «Yo vi volar en el viento/a una chuparrosa/que llevaba en el piquito/ el sargento De la Rosa«… por este solo reportaje, Alberto Gutiérrez Sánchez debe estar en el cielo de los periodistas.

ALTA TRAICIÓN 3: ¿Qué es eso del Himno Bicentenario?

De veras, ya nada más nos falta el perro Bicentenario (les tengo guardadas unas fotos…) y me temo que de aquí a septiembre aparezca de repente, moviendo el rabo o llegando al escenario con el trotecito que caracteriza a los perros que tienen todo dominado y bajo control. No faltará el perro que se quiera sumar a los voluntarios del australiano Rich Birch, con eso de que quieren a diez mil… Total, no será el primer perro en la historia mexicana, aunque eso es una entrada de próxima publicación en este reino. Apuntemos, por lo pronto, que, en momentos emocionantes, importantes y hasta trascendentes, hay un perro para dar fe de la relevancia del asunto.

Pero por lo pronto, y a falta de perro, resulta que al gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, se le ha ocurrido, en esta sarta de puntadas que bordean las conmemoraciones de 2010, encargar un «Himno del Bicentenario» que no tendría nada de reclamable (total, cada quien se gasta su lana como le da la gana… en el supuesto de que la tenga de a deveras…) si no fuera porque la letra, además de ser bastante medianita (hasta me gusta más el poemita del otro día, ese de los juegos florales de 1962), asoma las orejas de la herencia ¿cristera? a la que tan afecto es, según cuentan, el gobernador Oliva, a quien la imaginería política insiste en meter en ese bote tenebroso que llaman El Yunque. Razones no faltan, Guanajuato es el estado que presume de ser la Cuna de la Independencia, y al mismo tiempo es el estado donde queman libros de texto gratuitos de biología por contener elementos de educación sexual. Lindo Bicentenario.

Hoy martes, el diario capitalino Reforma da la nota en su primera plana: «Alaba Oliva a Cristo rey» («Alaba Oliva…» uff… estos nunca van a aprender a cabecear [titular notas] como Dios manda). Y conste que lo consigno nada más porque es parte del «clima» (jajajajaja) de las conmemoraciones:

«Ay, mi Guanajuato, en tus potreros sigue galopando [¿qué o quién galopa?]/El amor del pueblo [por quién o qué] se manifiesta en el cura Hidalgo [¿¿en el cura??]»

«Lindo Guanajuato, tus peregrinos le van rezando [al cura, me imagino]/Nuestro Cristo Rey [ya salió el peine] es el buen pastor/de este Estado santo [ah, caray]»

Lo más entretenido de esto es que el Himno dichoso ya está grabado y presentado a los integrantes de la Conago, que hace unos días andaban de visita en Guanajuato. El autor es un tal Enrique Guzmán Yáñez, alias «Fato» que me imagino debe ser celebridad local.

El caso es que ya se ha armado oootro oso bicentenario con la letra del Himno. Y la verdad, me parece que hay buenas razones. No sé si al gobernador o a Fato se les olvida que en México hay un estado laico, y que estas son unas conmemoraciones laicas [bueeeno, pero como seguimos con eso de las reliquias patrias…]. Me corrijo: Puede que a Fato se le haya olvidado, pero al gobernador Oliva, simplemente le importa un pistache y hace lo que le da la gana. El pequeño detalle es que el Himno, como el resto de las cosas que se están produciendo en el contexto de las conmemoraciones del Bicentenario del inicio de la Independencia, se hacen CON RECURSOS PÚBLICOS. Si el gobernador Oliva quiere hasta una pastorela, que se la encargue a Fato, a Gato, a Pato o a Rato, pero que la pague de su bolsa. Y yo me pregunto: ¿y qué no hay nadie que tenga que ver que estas cosas no pasen con el dinero PÚBLICO de las conmemoraciones, estatal o federal? Y sí, es una pregunta con una pizca de exigencia y de hartazgo. La neta, mejor hablemos de perros.

16
Feb
10

Días centenarios: Alta Traición 1

 

Si hacemos caso a los anuncios oficiales, ahora sí ya empezó (bueno, como por cuarta vez) este asunto de los centenarios, las Conmemoraciones del Bicentenario del inicio de la Independencia donde lo más notable es el golpeo sistemático y cotidiano que a las conmemoraciones oficiales hace la prensa, en una gama que va desde el raspón leve hasta el pitorreo más sangriento, pasando por el trancazo bronco, directo y despiadado. Los medios light pues enuncian las cositas que, casi sin querer, y en el mejor de los casos, vamos viendo en este Reino de Todos los Días: un día nos dan una monedita que tiene la efigie de Álvaro Obregón, otro, llega una carta que trae un timbre con la imagen de Hidalgo, tal vez nos caiga uno de esos billetes conmemorativos y por morbo nos ponemos la lupa en el ojo para ver si es cierto lo del mentado error en el de cien pesos… no mucho más. No mucho más para estos días agitados, tensos, con una autoridad presidencial fuertemente cuestionada en Ciudad Juárez, con un operador político como Fernando Gómez Mont, con los reclamos de la «opinión ilustrada» clamando «¿qué tenemos que celebrar?» Agitados estos días de 2010 donde la idea oficial de la conmemoración se va quedando en el asunto del mitote, sin tantas cosas como se escribieron, se planearon, se soñaron.

De modo que los sueños se quedaron en sueños, lo que se quiso no será y será lo que se pueda en este país sufriente por tantas cosas y aún alegre por tantas cosas, las que aún se pueden vivir, hacer y concretar. Ese, el que el gobierno, los gobiernos federales y locales dicen que hacen son los ecos de algo que pudo ser mejor, es el Bicentenario Posible, el que se pudo hacer, no el que se pudo haber hecho. Pero es, por eso mismo, el tiempo de hacer nuestros Centenarios, los que podemos hacer, los que podemos escribir y los que podemos compartir. Y ya olvidémonos de esperar gran cosa de las conmemoraciones oficiales: ya lo dijeron, a ellos solamente les toca traer los mariachis a la fiesta. La reflexión, la discusión, la planeación de un futuro serio y concreto les toca a otros, a ellos, ni les digan. Van a ver que maravilla se verá en el Zócalo, pero no pregunten cuánto costó el numerito, está mal, es feo hablar de dinero. Disfruten los documentales que vamos a ver en la televisión, pero no pregunten que, si los va a hacer Clío, de qué sirve una estructura creada para tal efecto  que nos iba a inundar de historia, del conocimiento de nuestro pasado. ¿No prometió Felipe Calderón una mañana asquerosamente helada de noviembre de 2008 que iba a llevar la historia de México «a todos los rincones del país»‘?

 Van a ver lo impresionante que será ver Paseo de la Reforma convertido en un enorme estadio deportivo, pero no pregunten, acá en la ciudad de México ni para qué sirven tooodas las instalaciones deportivas que tenemos (Palacio de los Deportes, Ciudad de los Deportes, Alberca olímpica, etcétera, etcétera, etcétera) ni lo que van a decir todos los que por trabajo u obligaciones tienen que andar por Reforma. No, si los comentarios van a ser, esos sí, inolvidables.

Como no hay una imagen común, miremos hacia los esfuerzos individuales en estas tareas de conmemoración. Tiempo habrá para indagar en las actitudes de gobiernos que  hacen fiesta pero que parece que no se mueren de ganas por hacerlo. Falta de congruencia, dirán algunos: ¿para qué le movemos entonces? Que cada quien conmemore, festeje o queme cuetes como le dé la gana y pongámonos a aplicar esfuerzos en otros asuntos más urgentes… pero, ¿es que nos podemos desentender de estas conmemoraciones?

A lo mejor nosotros los de las ciudades, no, pero los que en la sierra de Guerrero, en los barrios más pobres, inseguros y miserables de Veracruz, de Matamoros, en Ciudad Juárez, tienen otras preocupaciones, como mantenerse vivos, por inseguridad o por falta de alimentos o de hospitales, a esos, ¿con qué cara les decimos que este es el Año de la Patria? ¿Qué tal si mejor el dinero del monumento mentado lo dedicamos a arreglar de una vez por todas el Canal de la Compañía, y le ponemos algo así como el Drenaje Bicentenario, al fin que la mitad de las obras públicas que veamos inaugurarse en este año se van a llamar así? ¿No es mejor regalo para esta ciudad que vive en un frágil equilibrio natural, en la cuerda floja de las inundaciones, de los sismos, de los vientos desaforados que nos tumban árboles, espectaculares o nos dejan sin luz, de las toneladas de basura que se nos acumulan tres días y nos empieza a invadir el horror?

Por eso los Centenarios nos tocan a nosotros, a la gente que opina que las ideas oficiales de conmemoración están bien pero que ya no bastan para decir que este país conmemora algo, que CONMEMORAMOS ALGO. La diversidad de los mexicanos dan para mucho más de lo que vemos y eso sí es algo para felicitarnos. Muchos haremos algo, estamos haciendo algo: nuestros Centenarios. Muy bien los personajes, muy bien los acontecimientos, ojalá que hubiésemos visto más de lo nuevo, lo que están haciendo los historiadores (que no necesariamente quiere decir verlos a ellos en acción: el gremio necesita, más que nunca, de los beneficios de la divulgación), de una gran, gran acción de divulgación de la historia… algo que en principio, no se ve y dudosamente se verá.

Pero al tiempo. Hay muchas maneras de conmemorar, y en este Reino inauguraremos la sección Alta Traición para ello. Que el poema de José Emilio Pacheco nos dé una idea cercana a lo que tantos creemos de la patria, de cómo suscribiendo esa idea diferente, humana de la patria, le somos más leales a este país, y que, la alta traición se transforme, y aquí tomo la expresión ya lejana de Ignacio Allende durante su proceso, y esta «Alta Traición» de la que algunos me acusarán, sea, es, de Alta Lealtad. Y de regalo y bandera centenaria, el poema de José Emilio Pacheco:

ALTA TRAICIÓN

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia, montañas

-y tres o cuatro ríos.

NOTA.- «Alta traición» se encuentra en el libro de José Emilio Pacheco «No me preguntes cómo pasa el tiempo» (1964-1968) (ha de ser por eso, porque tiene mi edad, que se vuelve, otra vez, un canto de guerra y de vida).




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