A don Javier Garciadiego lo conocí hará cosa de unos ocho años, cuando él era director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INEHRM), en esa casa vieja de San Ángel que es la sede del instituto -hoy día más fregado que nunca, por puritito descuido. En aquellos días yo no sabía lo incómoda que puede llegar a ser esa casa, deliciosa en los días de calor, siempre que uno esté en la planta baja -arriba, el domo convierte el sitio en un espacio previo a un sauna- aterradoramente helada en los días de frío, y sitio de tormento en las madrugadas: la baja de temperatura lo deja a uno con las articulaciones hechas pomada. Casa interesante y, como cualquier construcción mexicana antigua que se respete, con sus historias de fantasmillas por ahí. De esas pequeñas historias de miedo hablaremos otro día, porque esa casa solamente fue, para efectos de este relato, el escenario donde tuve una de mis primeras conversaciones con don Javier.
Andando los años, hemos conversado a ratos, y a veces nos ha tocado andar en grillas y/o proyectos convergentes, interrelacionados o comunes. Es un hombre talentoso y afable, y, en este año de las conmemoracciones, quizá una de las voces serenas que nos darían algunas pistas para comenzar a reflexionar -ahora sí-, en el significado de todas las cosas que hicimos para conmemorar, festejar, celebrar, recordar o todo junto, esto del Bicentenario y el Centenario.
Con esas intenciones lo entrevisté hace poco más de un mes, ahora en sus oficinas de El Colegio de México, donde es presidente desde hace cinco años, además de investigador del Centro de Estudios Históricos. La entrevista, publicada originalmente el 21 de noviembre de este año -o sea, al día siguiente del Centenario- llama la atención sonbre dos temas importantes: uno, la disputa que en este año algunos grupos políticos y algunos opinadores desarrollaron en torno a la vocación del gobierno federal para resistirse a conmemorar la Revolución. Si esta afirmación es cierta o no, me parece que aún hay que trabajar para dilucidarlo, en vez de dejarlo a opiniones donde lo subjetivo domina, y he de decir que me asombra la cantidad de doctores en historia que a lo largo de este año declararon cosas como «el gobierno odia a los revolucionarios» o «es que los panistas no tienen nada que celebrar». Y he de decir que en más de un caso no me lo contaron; este año escuché a unas cuantas «vacas sagradas», a «vaquillas» y a jóvenes valores de la Historia con mayúsculas aventurarse por los caminos de la subjetividad bien teñida de víscera. Pero esa historia -con minúsculas- aún está por escribirse, y algunas de las cosas que ese día de noviembre platiqué con Javier Garciadiego dan alguna pista para seguir haciendo, en serio, este ejercicio de pensamiento: tener claro, bien a bien, que hicimos, con lo de bueno y lo de malo, en el año de los Centenarios. A continuación, la entrevista:
Para Javier Garciadiego, historiador, la Revolución terminó en 1920, “porque nace un nuevo Estado, encabezado por clases medias con un gran soporte de apoyo popular”. No obstante, el legado del movimiento iniciado hace un siglo posee materialidad y vigencia, e incluso tiene elementos que debieran recuperarse para la vida nacional en el siglo XXI.
CRONICA: ¿Qué sobrevivió de la Revolución?
JG: Hay cosas importantes que todavía existen. La principal: el gran legado revolucionario, consistente en un pacto, aún vigente, entre clases medias revolucionarias, las triunfadoras, y las clases populares. A diferencia de otros países de América Latina, el Estado mexicano no se ha conflictuado de manera grave con los sectores populares, los obreros y los campesinos. La profundidad de ese pacto a veces se ha modificado, pero en términos generales, nuestro Estado tiene un soporte popular que lo distingue.
Hay otros grandes legados revolucionarios: La reforma agraria, hasta cierto punto concluida, y los derechos sociales de los trabajadores. Podemos cuestionar que los salarios sean insuficientes, que no se cumpla con la ley, pero esos derechos no existían. Otro gran legado está en la cultura revolucionaria y el compromiso con la educación.
CRONICA: ¿Cuáles son los grandes compromisos revolucionarios? ¿Tienen vigencia en el siglo XXI?
JG: En términos generales, y aun cuando cada contingente revolucionario tenía sus propios objetivos, me parece que hay dos: democracia y justicia social.
Curiosamente, la democracia es una bandera que solamente Madero enarbola. No recuerdo a Villa o a Zapata o a los sonorenses hablar o comprometerse con la democracia. El otro compromiso es la justicia social. Durante algunos años de la posrevolución, se avanzó mucho en esa materia; parecía que el Estado se olvidaba un poco de la democracia
A partir de los años 80 y 90 del siglo pasado, incluso desde los 70, crece el compromiso con la democracia y, en cambio hemos pospuesto un poco la justicia social. En los últimos años de nuestra historia, en esta década del siglo XXI, y los últimos 10 del siglo XX, hemos avanzado más en materia de democracia que en justicia social.
Lo adecuado para este siglo, consistiría, me parece, en retomar estos dos compromisos, con equilibrio y, sobre todo, de manera pacífica, sin violencia.
CRONICA: En este año menudeó la insinuación de que 2010 tendría que ser un año de movimientos sociales violentos…
JG: Hubo muchas voces agoreras, que, desde una posición más poética que rigurosa, con una visión cíclica y fatalista de la historia, aseguraban que las condiciones sociales de 1810 y de 1910 se parecen a las de 2010. Esto es completamente falso. Las condiciones de 1810 no eran las mismas que las de 1910 y ninguna de las dos se parecen a las actuales.
Hay, en estos momentos, dos formas de violencia: una menor, que se da en algunos asuntos políticos y en ciertas zonas del país, y una violencia delictiva, la del crimen organizado. Creo que México va a transitar por un siglo XXI de violencia delictiva, que no terminará en corto plazo, y que no será una violencia sociopolítica.
CRONICA: ¿Se han desgastado las grandes figuras de la Revolución?
JG: No, en absoluto. No los veo desgastados. México es, además, un país de clases y de regiones. Para ciertos sectores de la clase media, Madero sigue siendo importante; para núcleos campesinos del sur y centro del país, está Zapata. En Durango, en Chihuahua, la figura por excelencia es Villa. A veces el regionalismo es tal que se rescatan figuras como la de Pascual Orozco, que en el norte es visto como un líder revolucionario, y en el centro como un traidor a Madero. Ni a ellos ni a personajes como Ricardo Flores Magón, los percibo olvidados. Veo sí, desprestigiados a personajes como Obregón y Calles.
CRONICA: A personajes como Calles y Obregón se les identifica como artífices del priismo y se vuelven objeto de descalificación…
JG: Calles es víctima de un análisis presentista: el oponerse a Lázaro Cárdenas, haber creado el antecedente del PRI, son cosas que la opinión pública le reprocha sin tomar en cuenta sus méritos históricos. Muchos, todavía, le reclaman a Álvaro Obregón la guerra cristera, su reelección, y desde luego, la corrupción.
CRONICA: El antipriismo ha frenado un acercamiento mas analítico, más sereno de la Revolución?
JG: Creo, más bien, que la pobreza y la violencia delictiva recientes han hecho pensar a algunos que la Revolución no sirvió para nada, y es muy injusto evaluarla de esa manera: hay que verla en lo que fue y no a partir de las crisis contemporáneas.
CRÓNICA: ¿Confunden revolución con utopía quienes aseguran que la Revolución fracasó?
JG: Absolutamente. Debemos recordar que las revoluciones no son perfectas, no son obras de ingeniería. Son movimientos violentos, caóticos, en ocasiones con falta de rumbo. No le pidamos a la revolución que proceda como si estuviera en un laboratorio. Es muy injusto que se culpe o se enjuicie a la Revolución porque hubo una devaluación 70 años después.
CRONICA: Con el 20 de noviembre terminan las grandes conmemoraciones de 2010, no sin intensas críticas…
JG: He leído y escuchado evaluaciones muy críticas de estas conmemoraciones. Todas las conmemoraciones del siglo XX: las de 1910, las de 1921, las de 1960, se llevaron a cabo sin libertad de expresión. En 1985, la situación empezaba a cambiar; pero la organización de las conmemoraciones no se discutía ni se criticaba tan abiertamente. Hoy se puede publicar, sobre el tema, cualquier cosa, a favor o en contra; se puede exigir información sobre los gastos… esas cosas no sucedían antes, y por eso es difícil comparar estos aniversarios con los precedentes. Hoy podemos pedir a los organizadores de las conmemoraciones que nos digan costó el buñuelo que se entregó en aquella esquina y para todo tiene que haber respuesta.
CRONICA: ¿Somos de corta memoria? ¿Olvidamos la historia que hay detrás de nuestra vida cotidiana?
JG: Lo somos, y somos todavía muy ignorantes en materia de Historia de México. El pueblo mexicano dice que ama la historia de nuestro país, cree conocerla, pero la verdad es que nos movemos en una versión mítica de nuestro pasado.
CRÓNICA: Para los historiadores, el gran reto de 2010 ha sido llevar el conocimiento de ese pasado a los públicos masivos…
JG: Era el reto principal de este año: aumentar el conocimiento histórico del ciudadano mexicano. Pero a fin de año veremos las evaluaciones al respecto. Si logramos que el mexicano supiera algo más de historia, podremos considerar que fueron unos festejos satisfactorios. Si realmente no avanza el conocimiento histórico del común de los ciudadanos, fue un año fallido.
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