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Postales del tiempo pasado: El Sargento Manuel de la Rosa o los veteranos de la batalla del cinco de mayo

Don Manuel de la Rosa, a quien una vez le dijeron que en su frente estaba la señal de la victoria

Este es el sargento Manuel de la Rosa, que, hasta los años cincuenta del siglo XX, andaba por allí. Veterano de la guerra de Intervención, era uno de esos que cada cinco de mayo podía mostrar sus heridas y decir que se las habían hecho aquella jornada cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria, pero también es probable que viese en algún momento al general Zaragoza enfurecido, enberrinchado, con ganas de quemar Puebla.

Al sargento de la Rosa lo he conocido a través de un reportaje delicioso como ya no le enseñan a escribir a los chicos en ninguna escuela de periodismo. Publicado hacia 1952, y escrito por el reportero Alberto Gutiérrez Sánchez, de quien, hasta el momento, no he encontrado datos biográficos, ni el diario para el cual trabajaba. Por suerte para nosotros, el libro compilado en 1990 por la desaparecida PIPSA, México en 100 Reportajes 1891-1990, conservó (me imagino más por el personaje del reportaje que por el periodista) este trabajo. Bellísima antología aunque horrorosa edición, tiene el mérito de contener desde el reportaje de la muerte de Guillermo Prieto, uno de los santos tutelares de este Reino, ocurrida en 1897, hasta el rescate, en 1989, de las piezas prehispánicas que se robaron del Museo Nacional de Antropología e Historia en 1985 y que, cuenta la leyenda urbana, fueron la causa de que el historiador Enrique Florescano, director del museo en los días del robo, encaneciera en una sola noche.

Para cuando el reportero Gutiérrez Sánchez escribió del sargento De la Rosa, en ese lejano 1952, don Manuel tenía ¡nada más! 113 años. Como el tiempo se cobraba la fama, ya no estaba el veterano del cinco de mayo para aguantar sus recorridos a pie, de ida y vuelta, entre Palacio Nacional y el bosque de Chapultepec. Entonces, lo llevaban a los actos conmemorativos en un jeep. Tenía, a esas alturas, una gota más o menos molesta. Pero todavía se salía a la calle a pasear. Además, el camión de quince centavos de entonces, no le costaba nada, porque los choferes ya conocían bien a «don Manuelito» y nunca se hubieran rebajado a cobrarle a un héroe de la patria.

Cuenta el reportero Gutiérrez que a don Manuelito, «todo mundo lo quería» y la explicación es tan bonita que aquí se las pongo, para que el sargento De la Rosa sonría dondequiera que ande, y Alberto Gutiérrez Sánchez vuelva a vivir en sus escritura: «A lo mejor es porque, en el tuntún vacilador y tristón de nuestra vida diaria y en un suave rinconcito de nuestro corazón tricolor, ése de los cohetes jubilosos y los discursos de incendio, su nombre humilde y su figura endeble son un símbolo limpio, fuerte, trascendente, de lealtad a la patria, que anda metido en un poquito de historia honda, verdadera y nuestra. «

Vivía el sargento De la Rosa cerca del actual Archivo General de la Nación, en el rumbo de Lecumberri, en la tercera calle de Hojalatería. Zacatecano, muy bailador en sus mocedades, muy chamaco le tocó ser corneta (dice el reportero que otro poco y se presenta ante Zaragoza de pantalón corto) del 15o. Batallón que comandaba Sóstenes Rocha, quien a veces lo pescozoneaba con las espada. Rescató una bandera de las filas enemigas, anduvo en Loreto y Guadalupe en 1862, luego en el 2 de abril, en La Carbonera… presumía en ese 1952 sus dos condecoraciones más queridas: una se la había prendido al pecho el mismísimo presidente Juárez, la otra, Porfirio Díaz.

Tenía nietos el sargento de la Rosa, y uno chiquito que hoy será un hombre ya entrado en años, Arturo, le recitaba a su abuelo: «Yo vi volar en el viento/a una chuparrosa/que llevaba en el piquito/ el sargento De la Rosa«… por este solo reportaje, Alberto Gutiérrez Sánchez debe estar en el cielo de los periodistas.

ALTA TRAICIÓN 3: ¿Qué es eso del Himno Bicentenario?

De veras, ya nada más nos falta el perro Bicentenario (les tengo guardadas unas fotos…) y me temo que de aquí a septiembre aparezca de repente, moviendo el rabo o llegando al escenario con el trotecito que caracteriza a los perros que tienen todo dominado y bajo control. No faltará el perro que se quiera sumar a los voluntarios del australiano Rich Birch, con eso de que quieren a diez mil… Total, no será el primer perro en la historia mexicana, aunque eso es una entrada de próxima publicación en este reino. Apuntemos, por lo pronto, que, en momentos emocionantes, importantes y hasta trascendentes, hay un perro para dar fe de la relevancia del asunto.

Pero por lo pronto, y a falta de perro, resulta que al gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, se le ha ocurrido, en esta sarta de puntadas que bordean las conmemoraciones de 2010, encargar un «Himno del Bicentenario» que no tendría nada de reclamable (total, cada quien se gasta su lana como le da la gana… en el supuesto de que la tenga de a deveras…) si no fuera porque la letra, además de ser bastante medianita (hasta me gusta más el poemita del otro día, ese de los juegos florales de 1962), asoma las orejas de la herencia ¿cristera? a la que tan afecto es, según cuentan, el gobernador Oliva, a quien la imaginería política insiste en meter en ese bote tenebroso que llaman El Yunque. Razones no faltan, Guanajuato es el estado que presume de ser la Cuna de la Independencia, y al mismo tiempo es el estado donde queman libros de texto gratuitos de biología por contener elementos de educación sexual. Lindo Bicentenario.

Hoy martes, el diario capitalino Reforma da la nota en su primera plana: «Alaba Oliva a Cristo rey» («Alaba Oliva…» uff… estos nunca van a aprender a cabecear [titular notas] como Dios manda). Y conste que lo consigno nada más porque es parte del «clima» (jajajajaja) de las conmemoraciones:

«Ay, mi Guanajuato, en tus potreros sigue galopando [¿qué o quién galopa?]/El amor del pueblo [por quién o qué] se manifiesta en el cura Hidalgo [¿¿en el cura??]»

«Lindo Guanajuato, tus peregrinos le van rezando [al cura, me imagino]/Nuestro Cristo Rey [ya salió el peine] es el buen pastor/de este Estado santo [ah, caray]»

Lo más entretenido de esto es que el Himno dichoso ya está grabado y presentado a los integrantes de la Conago, que hace unos días andaban de visita en Guanajuato. El autor es un tal Enrique Guzmán Yáñez, alias «Fato» que me imagino debe ser celebridad local.

El caso es que ya se ha armado oootro oso bicentenario con la letra del Himno. Y la verdad, me parece que hay buenas razones. No sé si al gobernador o a Fato se les olvida que en México hay un estado laico, y que estas son unas conmemoraciones laicas [bueeeno, pero como seguimos con eso de las reliquias patrias…]. Me corrijo: Puede que a Fato se le haya olvidado, pero al gobernador Oliva, simplemente le importa un pistache y hace lo que le da la gana. El pequeño detalle es que el Himno, como el resto de las cosas que se están produciendo en el contexto de las conmemoraciones del Bicentenario del inicio de la Independencia, se hacen CON RECURSOS PÚBLICOS. Si el gobernador Oliva quiere hasta una pastorela, que se la encargue a Fato, a Gato, a Pato o a Rato, pero que la pague de su bolsa. Y yo me pregunto: ¿y qué no hay nadie que tenga que ver que estas cosas no pasen con el dinero PÚBLICO de las conmemoraciones, estatal o federal? Y sí, es una pregunta con una pizca de exigencia y de hartazgo. La neta, mejor hablemos de perros.




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